EL VERDE GABÁN, Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo). Entrega 21.






El caso es que, Sancho, mi escudero, me ocurrieron otras facecías de niño allá en Villanueva de los Infantes, pero excuso contártelas por ahora. O por siempre; no sé. Quizá otro día, ¿quién sabe? Así las cosas, un día se presentó allí mi señora madre. Hacia casi dos años que no me veía. Ni yo a ella, claro. La vi más hermosa de anchuras y volúmenes. Apenas la reconocí. Colegí que algo parecido le sucedía a ella conmigo. Yo había crecido hacia arriba lo que me decían mis pies, y ella había dilatado de cuerpo lo que mis ojos apreciaban. Me dio un comedido abrazo, mientras el fámulo que hacía de cochero entraba por mis parvas pertenecías. 

Había alquilado el coche, donde apenas cabíamos los dos, compitiendo con nuestras medidas de indudable exceso, pero lo llevamos bien. Era la primavera última en el año, y el estío acechaba. Por eso sudamos un poco. O un mucho, tampoco sé. Es de colegir que ella más que yo, por razones fácilmente adivinables.

Apenas hablamos en el trayecto, y en cuanto vimos que no cundía la palabra lo dejamos, quedando los dos aliviados. Con todo, ella me inquirió:

–¿Sabes hacer cuentas y escribir?

Por toda respuesta musite un leve susurro de afirmación. 

–Bien, con eso me vale. Llevarás las cuentas en los papeles por fecha y mercancía. Yo te enseñaré.

Pero la sorpresa de mi vuelta, no fueron los zapatos, que luego supe que eran de mi padre. Y que aliviaron mis pies ya para siempre. La sorpresa fue encontrarme con una hermanita de dos años. Hermanita, así me la presentaron, aunque ella llamaba mamá al ama. Yo siempre la tuve por hermana, y no quise preguntar más. En cuanto me vio me cogió un cariño entusiasta y virginal. Y yo me dejé querer. Era muy agradable ser algo para alguien. Yo era como su dios, amigo Sancho. Me seguía e imitaba en todo. Y cuando estaba haciendo las deudas y saldos de los negocios de mi madre, se quedaba quieta, mirando lo que yo hacía, siempre respetuosa. Se llamaba Luisa. Y teníamos una complicidad silenciosa. Luego, ella tenía secretos con la que llamaba madre. Lo que vi muy acertado y justo. Mi madre, siempre estuvo distante con los dos. Prácticamente, sólo hablaba conmigo para cosas de las cuentas.


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