PASADO DE ROSCA. Doble fondo 4/7, por Bernar Freiría

 


Hay que joderse, que aquí no llueve ni pa’ Dios y va esta primavera y no para de caer agua. Y tiene que pasar cuando estoy hasta las cejas de deudas. La culpa la tengo yo por meterme a comprar muebles contando con que pasado febrero las cosas se animan y habría trabajo a punta de pala. Pero a ver, si no, quién paga los plazos, entre hipoteca y muebles un pico, y yo sin un duro, que los ahorrillos los había fundido todos con la puta de la Sonia. No se me ocurre otra cosa que echar mano de los créditos inmediatos —mira que dan facilidades, los cabrones—, contando con que en semana santa lo más tardar tendría que entrar trabajo. Pues sí. En toda la puta semana y en la de fiestas de primavera no paró de llover. En los quince días solo hice tres rutas cortas. Una miseria. No iba a pedirles a los viejos las cuatro perras que tienen ahorradas. No sabía por dónde coño tirar. Se lo dije a la Pilar. Se quedó muy preocupada. “¿Y qué vas a hacer?” me dijo. Así le contesté sin pensar muy bien lo que decía: ¿Qué voy a hacer? No me va a quedar más remedio que coger una ruta europea en un camión.

Al día siguiente, me vino con el anuncio en las manos. Me presenté, claro. Ya me había resignado a echarme a la carretera. Mira que odio andar por ahí tirado, que como en la casa de uno no se está en ninguna parte. Cuando me dijeron que no había trabajo para mí, al principio casi me dan una alegría. Pero después me hundí bastante. Esa era la única manera de poder pagar. No tuve más remedio que seguir renegociando los jodíos créditos y esperar que saliese algo, lo que fuera. Pasó un mes, y nada. Estaba tan desesperado que hasta me puse a buscar la tarjeta aquella que me había dado la Sonia. No me aparecía por ningún sitio. Lo que sí encontré fue el anuncio de la Pilar, porque debió de guardarlo ella, y tan desesperado estaba que los volví a llamar. Me dijeron que pasara al día siguiente por allí, que a lo mejor me podían ofrecer algo.

Al día siguiente, cuando me estaba vistiendo para ir allá, encontré en el armario la famosa tarjeta. Yo para otra cosa no, pero para los números tengo buena memoria. El teléfono que había en la tarjeta era el mismo del anuncio. Me acuerdo de que entonces me dije: “Hay que ver lo mal pensado que soy; lo que la Sonia me ofrecía era legal”. Y me fui, esperando que se me resolviesen los líos de perras en los que me había metido, que ya ni dormía tranquilo.

—Siéntate, hombre. Parece que andas un poco pillado de perras ¿no?

—Hombre, a nadie le sobran. Por lo menos a los que vivimos de nuestro trabajo.

—Íbamos a llamarte porque ha salido algo que te puede interesar. Pero te has adelantado. Eso quiere decir algo.

Trabajo en autocares de turistas y aquí, que nunca llueve, va y nos cae esta primavera de lluvias. Me había metido en gastos y la verdad es que se me están echando encima los pagos. Pero nada feo ¿eh?, que no son deudas de juego ni cosas así. La hipoteca y los muebles para la casa. Tengo los papeles de los plazos, si quiere verlos.

—¡Quita, hombre, quita! Si ya se ve que eres de fiar. Bueno, entonces ¿de verdad quieres ganar dinero?

—Pues claro que quiero.

—Pero mira que esto no es como llevar turistas a La Manga.

…/…Continuará



Comentarios