CRONOPIOS. Encuentro con Bella Baxter, por Rafael Hortal



 

—Me extraña que quieras entrevistarme —dijo Bella plantándose ante mí. 

—¿Por qué? 

—Siempre entrevistas a personajes femeninos eróticos de la literatura.

—Entrevistarla me supone un reto, que sepa que para muchos lectores es usted muy erótica y deseada por motivos que iremos desvelando, pero además, encarna la controversia de la ética científica.

—De acuerdo, comencemos.

—Permítame un momento, debo tomar distancia objetiva para ordenar la cantidad de preguntas que me gustaría hacerle sin desvelar toda la trama.


“Pobres criaturas” es una novela del premiado escritor escocés Alasdair Gray publicada en 1992. Bella Baxter es la protagonista de esta historia ambientada en la ciudad de Glasgow del siglo XIX. Sin duda fue nombrada Bella por su belleza a los 20 años y apellidada Baxter como “su padre no padre”. 

Bella me miraba impaciente, yo intentaba adivinar que le pasaba por esa cabecita adolescente tan inteligente. Estábamos sentados en el jardín de su grandiosa casa de techos muy altos y llena de objetos, por allí deambulaban animales inclasificables que habrían vuelto loco a Darwin. Bella, siempre elegante, llevaba en esta ocasión un vestido azul celeste con mangas abullonadas de época victoriana, y lucía una larguísima melena negra. 

—Permita que le pregunte su edad actual.

—De cuerpo 25 años y mentalmente también. Me ha encontrado usted en el momento sincronizado.

—¿Siente animadversión por el doctor Godwin Baxter, su creador quirúrgico?

—Siempre lo he querido, sin sus conocimientos científicos yo no existiría. Seguí sus pasos y ahora soy cirujana también.

—Ya veo lo que es capaz de hacer, ¿cree que eso es moral?

—Me da igual, para que la ciencia avance hay que hacer sacrificios. El padre de mi creador experimentó con él y nunca se lo reprochó. Lo único malo, decía, es que se experimenta con los cuerpos de los pobres y se benefician los ricos.

—¿Cuándo descubrió realmente lo que es usted?

—Mi padre me educó, me enseñó todo lo que quise saber, crecí con el convencimiento de que era huérfana, pero cuando una amiga prostituta se fijó en la cicatriz del vientre me dijo que había tenido un hijo. Entonces se lo pregunté a mi padre y no tuvo reparo en contarme la verdad: encontró un cuerpo muerto de una joven suicida en el río Clyde, estaba embarazada con el feto de nueve meses vivo, era una niña y le puso el cerebro a su madre… ¡Esa soy yo!

—Según dicen, su mente asimiló conocimientos a gran velocidad, su interés por ver mundo la llevó a fugarse con un abogado…





Portada inglesa de la novela “Pobres criaturas” de Alasdair Gray




—Quería experimentarlo todo rápidamente, cuando descubrí el placer no paraba de fornicar con él hasta dejarlo exhausto, lo llamaba hacer saltos furiosos cuando lo tumbaba boca arriba y me insertaba en su pene. Estaba loco por mí cuando lo abandoné, pero loco de psiquiátrico porque le escribió una carta a mi padre diciéndole muy en serio que era la encarnación del diablo: “Es el demonio blanco que destruye el honor y la hombría de los más viriles hombres de todas las épocas. A mi me llegó en forma de Bella Baxter. Los judíos la llamaban Eva y Dalila; los griegos, Helena de Troya; los cristianos, Salomé. Porque en cada era y nación el demonio blanco es el instrumento de un demonio más vasto y negro. Ella es Lucifer Baxter”.

—El abogado nunca entendió por qué lo abandonó en París para trabajar en un prostíbulo.

—Lo abandoné pagándole por sus servicios prestados, por las veces que copulamos. Era libre y decidí trabajar en el prostíbulo Notre-Dame de la señora Millie por dinero, no por placer; quería ganarme la vida por primera vez y no ser un parásito de la sociedad. Fue una etapa en la que quería experimentar la sexualidad en todas sus modalidades. Había leído todos los libros, había diseccionado cadáveres, había conocido la condición humana, pero me faltaban las clases prácticas con hombres y mujeres.

—¿Y qué le pareció la experiencia?

—Al principio tuve que soportar el mal olor de los clientes que no se lavaban, y cumplir lo que mandaba la señora Millie: mientras nos penetraban estábamos obligadas a decir continuamente “¡formidable!”, en una amplia modalidad de tonos. Me sorprendió la popularidad que adquirí, en un día podía follar con 40 hombres y ganar 480 Francos. La señora Millie me publicitaba en un panfleto como “La hermosa inglesa que lo compensará enteramente de las penas de Agincourt y Waterloo”. 

—¿Qué aprendió?

—La gran cantidad de gustos sexuales. Pagaban más según sus extravagancias: uno nunca se quitaba la máscara, otro le gustaba ser tratado como un crío, a otro lo ataba como si lo hubiese capturado una tribu de indios… y otros tenían gustos que desafiaban la naturaleza humana.

—Hábleme de su amiga Toinette.

—Era mi mejor amiga, cuando salíamos del burdel me hablaba de socialismo y derechos de la mujer, porque dentro estaba prohibido hablar de política ya que los clientes eran de todas las ideologías y sólo iban a follar, así evitábamos discusiones.

Toinette me enseñó la suavidad de las caricias entre mujeres.

—¿Y por qué volvió a Glasgow?

—Seguía siendo inocente, intenté cambiar el sistema del burdel. Sugerí que nosotras eligiésemos a los clientes, expuse que de esa forma estaríamos más contentas y lo haríamos mejor con el hombre elegido y él saldría más contento, pero la señora Millie dijo que eso era imposible por varios motivos, pero uno de ellos es que al hombre le gusta mandar, imponerse a la prostituta, e incluso le excita más si la fuerza cuando la nota reacia. Otra injusticia fue las revisiones médicas que nos pasaban a las prostitutas para renovar la licencia del local. Dije que a los que habría que revisar era a los clientes que eran los que nos contagiaban las infecciones.

—Hay gente que dice que su novela es un canto al feminismo y otros dicen que alaba el machismo…

—Alasdair Gray muestra varios niveles de lectura que incitan al debate sobre la ética, la moral, la política social, la herencia genética y la identidad humana. Yo era muy ingenua, sin filtros, actuaba sin vergüenza porque no conocía los condicionamientos sociales en el siglo XIX, pero habrá observado que ustedes siguen con los mismos interrogantes y errores en el siglo XXI. Le recomiendo que lea “La guerra en el aire” de H.G. Wells, ya nos advirtió de cómo podía acabar el mundo.



Ofelia, de John Everett Millais. 1851


—Perdóneme por la última pregunta: ¿Sabe por qué se suicidó?

—Sí, me llamaba Victoria Blessington, el cabrón de mi marido —miró hacia una zona del jardín donde estaban los animales— decía que yo era erotomaníaca, porque sólo las mujeres viciosas mueven las caderas cuando follan, y pretendía hacerme una clitoridictomía, pero es mejor que se lea la novela. Adios.


Me despedí de Bella Baxter recordando Ofelia, El Golem, Frankenstein, La isla del doctor Moreau, Metrópolis, Amélie… y por supuesto deseando ver la película Pobres criaturas de Yorgos Lanthimos.




  

 

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