PASADO DE ROSCA. Doble fondo, por Bernar Freiría (1/7)



Cuando éramos chavalotes, el Santi me decía que no había nada como una buena paja. “Follar está muy bien, sobre tdo si la tía está buena y es guarrota. Pero una paja bien hecha da más gusto que ninguna chavala, te lo digo yo”. Y tenía que creerlo porque por entonces yo no había catado ninguna. Meneármela, eso sí lo hacía varias veces al día, sobre todo en verano, tratando de coger esa maestría de la que hablaba el Santi. Más adelante fui teniendo ocasión de comparar. Por eso, cuando me fui a la cama con la Sonia flipé en colores. Ni yo mismo sabía la de cosas que se pueden hacer con la polla de un tío. En mi vida me han hecho nada igual. Creo que aquella primera vez me corrí por lo menos cinco veces. Y cuando ni yo confiaba en que se me volviese a poner dura, va la tía y lo consigue. Es verdad que se ayudaba de cremas y polvitos para la nariz. Pero ni con toda la farlopa del mundo volveré yo a correrme con el gusto con que me corría con ella. La manejaba con todas las partes de su cuerpo de una manera increíble. Se la metía, se la sacaba, le hacía un nido entre las tetas, la recorría con los dedos, con la lengua, con los pezones. Sabía cuándo ir rápido y cuándo lento, cuándo hacía casi daño y cuándo casi ni se sentía. Qué se yo, era de volverse majara. Y además parecía disfrutar tanto como yo. Era la locura.

Y sin embargo me daba miedo. Con la Sonia me parecía que en cualquier momento me iba a pasar mucho de vueltas. Además, yo no podía soportar aquel tren de gastos. En las pocas semanas que salí con ella fundí casi más pasta que en todo el año anterior. Íbamos a unas discos muy caras. Ya nada de una consumición y a estirarla. Caían cuatro o cinco copas. Y las rayas. Todas las noches nos metíamos unas cuantas por la nariz. A eso invitaba casi siempre ella y a mí me daba coraje. Yo compré una o dos veces. Puede parecer una tontería, pero no era tanto por la pasta como por comprar. Me daba cosa. No soy ningún santurrón. Me he fumado mis buenos petas. Pero la coca es otra cosa. El costo te lo pasaba alguien que conocías. Pero yo no conocía a nadie que fuera de coca. Me parecía meterse en otro mundo. Lo mismo que aquellas discos. Allí había unas tías buenas que te cagas. Muchas veces cuando se lo hacía a la Sonia pensaba en las pijas que había visto bailar en la disco. Joder, si es que parecía que no fuesen de verdad de lo buenas que estaban. Y cómo bailaban. Movían las caderas y era como si te estuviesen follando a distancia. Estaban bien para verlas y echar un kiki pensando en ellas. La culpa en parte la tuvo la Sonia.

Una vez me vio mirando a una con la boca abierta y me dijo: “A esa bien a gusto que le echabas un polvo ¿no? Me quedé muy cortado pero ella se rio y me metió en la boca una lengua como una culebra mientras se restregaba contra mí. Pero aquel ambiente era muy pijo. Yo me sentía allí como un intruso. Por eso cuando la Sonia me ligó —porque fue ella la que me ligó a mí, yo ni me hubiese atrevido a invitarla a una copa— me quedé muy sorprendido. Es cierto que trabajaba en el mismo autocar que yo y que las guías no están mejor pagadas que los conductores. Pero ella era de otro mundo. No es solo que tuviera un cuerpazo. Bueno, en realidad, más que tener un cuerpazo era de esas tías que te ponen cachondo con solo mirarlas. No era exuberante para nada. Estaba eso sí, muy bien hecha y llamaba la atención. Yo me había fijado. Entraba en cualquier sitio donde hubiera hombres y no pasaban ni tres minutos y ya tenía todas las miradas de los tíos encima. Y con cara de babear. Yo nunca he sido de saber decir las cosas y no sé explicarlo. No sé si era la manera que tenía de moverse, de echarse el pelo hacia atrás así como muy sensual. Es como si fuese pregonando sin palabras lo caliente que era en la cama. O así me lo parecía a mí.


…/…Continuará


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