ALAS DE MARIPOSA. Adela, IV. Por Gedi Máiquez




Los goznes de las puertas de hierro que cerraban el cementerio, pusieron el quejido de lamento a la comitiva que había acompañado a doña Angustias en su descanso eterno. El crujir de las pisadas sobre la húmeda tierra del camino, rompía el silencio que acompaña siempre la despedida final.

La madre de Adela dispuso en sus últimas voluntades, que fuera enterrada en el panteón que había acogido a todos sus familiares en el pequeño pueblo de la sierra de donde era oriunda. Grazalema se mostraba orgullosa en su enclave privilegiado. De casas blancas y tejados rojizos a dos aguas, se integraba de manera discreta entre el valle del Guadalete, la Sierra del Endrinal y vigilada siempre por el Peñón Grande, testigo mudo de la historia del pueblo blanco.

Adela llegó al hogar de la infancia de su madre. En la calle de Las Piedras, sobresalía con distinción la casa señorial construida por sus antepasados en el siglo XVIII, cuando el negocio familiar de paños empezó a prosperar, gracias a la lana que producían las ovejas merinas y el clima propicio de la sierra que daba buenos pastos a las reses. El enrejado de los grandes ventanales había vivido mejores momentos, cuando los geranios, petunias y buganvillas participaban de la belleza sin ser conscientes de la fugacidad del tiempo.

Tomó asiento en una de las mecedoras del salón junto a la chimenea encendida, faltaba todavía una hora para el encuentro con Fermín. El que fuera su prometido, le dio el pésame de manera afligida a la salida del templo jerezano, aun sabiendo que todas las miradas de los presentes estaban recayendo en ellos sin disimulo alguno. Ya en Grazalema, la instó, tras dar cristiana sepultura a su madre, a verse a orillas del río, ese que tantas veces había presenciado los paseos veraniegos de la pareja, cuando él iba a visitarla.

La calzada que marcó la dirección a civilizaciones pasadas, apenas se dejaba ver. A cambio, solo el río mostraba el camino a ninguna parte que alguna vez hicieron juntos, como líneas paralelas que nunca se cruzaron. Esa hubiera sido la vida de ella con Fermín si el matrimonio se hubiera llevado a cabo. Siempre había sentido alivio al tomar la dura decisión. El saber que toda su vida en común, sin dar ese paso, hubiera estado basada en el engaño, le daba la paz que necesitaba para seguir adelante con todos los recuerdos protegidos.

Antonio y Fermín eran sus amigos de la infancia. Los tres, junto a alguno de los hijos de los jornaleros de la bodega, pasaban las tardes entre barricas y encaramados a los árboles del huerto de la casa. Antes de eso, don Manuel, maestro del pueblo y padre de Antonio, había terminado las clases, de las que muchos niños se ausentaban, por tener que trabajar para contribuir a la precaria economía familiar. Adela hubiera deseado participar de esas clases, pero para ella había una educación esperándola acorde al estatus que su familia poseía y que su madre aprovechaba para recordar cada vez que encontraba la ocasión.

La timidez de Fermín, fruto de su personalidad y del autoritarismo paterno llevado a la práctica en la alcaldía municipal, contrastaba con la locuacidad y verborrea de Antonio. Él nunca se percató de las miradas de Fermín, pero a Adela no se le escapaban las mejillas sonrojadas de su amigo cada vez que Antonio se dirigía a él. El pasar de los años los fue separando, desembocando en una idealización de la inalcanzable figura de Antonio, que terminó por estar presente, a pesar de que su lejanía era una realidad.

Su memoria paseó por el recuerdo de Candela. Su risa cantarina siempre daba comienzo a las palmas que anunciaban su próximo taconeo. Cuando veía las tablas de madera de roble preparadas para la construcción de los barriles, ella improvisaba un tablao flamenco. Decía que así el vino tendría un toque especial. -¡Mirad! exclamaba. -Soy la gran bailaora Josefa Vargas- imitando con sus ademanes y su rítmico movimiento, planta, tacón y punta, a la artista gaditana que revolucionó la danza a mediados del siglo XIX. Candela embrujaba a todos con su gracia y Adela reía sin parar las ocurrencias de su amiga, la hija de la panadera.

La voz de Fermín la sacó de su deambular inquieto. Con los brazos cruzados sobre sí misma para sentir algo de calor en su tibio cuerpo y proteger su maltrecho corazón, se giró para verlo de cerca. Los dos se sonrieron confiados. El tiempo los había madurado, pero en el fondo eran los mismos jóvenes de veintitrés años que se habían rebelado contra el mundo. Sus manos se entrelazaron fundiéndose en un abrazo que los trasladó a su último día juntos, cuando Fermín la dejó en la puerta de la pensión de Sevilla donde pasaría la Nochebuena más triste de su vida.

Pero eso quedaba muy lejano. Ahora estaban de nuevo juntos y una incesante cascada de palabras fue saliendo para ponerse al día de tantos años de ausencia. Él le contó de Roma y el Vaticano, ella de Madrid y el Museo, dándose cuenta que hablaban felices y satisfechos de su vida, algo que estaba al alcance de muy pocos en la España en la que vivían.

Un silencio inesperado se instaló entre ellos. Había llegado el momento de llevar a cabo su cometido. El sacerdote extrajo del bolsillo de su sotana la carta que le había entregado doña Angustias. -Adela- dijo Fermín. Tu madre me hizo prometer que te la entregaría en mano, y aquí estoy. -Murió en paz y mencionando tu nombre-, afirmó Fermín sin la intención de condicionar los sentimientos que provocaba la carta en Adela.

Se despidieron con el respeto y el cariño que se profesaban y prometieron que estarían en contacto periódicamente. Mientras guardaba la carta en el bolso, Adela observó orgullosa al hombre que marchaba sobre sus pasos. El movimiento ágil de su caminar, hacía que la sotana cobrase vida en su cuerpo atlético y pensó que si la honestidad tenía un nombre, ese era el de Fermín.

Continuará…

Comentarios

  1. Es una novela ovillada. El ovillo es para cuento: libérala...

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    1. Gracias Santiago, tus palabras son muy bien acogidas. Adela sigue desmadejando su vida…continuará 😊

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  2. Cada capítulo gana intensidad, y los personajes son ya tan cercanos y reales que casi esperas poder conocerlos en la vida real.
    Adela es una mujer impresionante, humana frágil y fuerte a la vez.
    Enhorabuena.
    Solo espero poder leer pronto el próximo capítulo.

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