CRONOPIOS. Encuentro con Fanny Hill, por Rafael Hortal (1/2)


 


 

Un escritor que muere muy pobre, al tiempo que su novela se vende en todo el mundo, ya le sucedió a Cervantes, pero también a John Cleland, un diplomático británico que escribió “Fanny Hill” en 1730. En este caso, la audaz biografía, que para nada es una hagiografía del siglo XVIII, relata las vivencias de una joven campesina que se instaló en la ciudad de Londres para ejercer de prostituta. Fue la primera novela cuya venta se prohibió en Estados Unidos; en Europa se vendía clandestinamente. Influyó en todos los escritores de género erótico, hasta en las novelas actuales se pueden encontrar reminiscencias de esta obra tachada de pornográfica.


Estas memorias de una cortesana, están inspiradas en la vida de la prostituta Fanny Murray, que a los 15 años ya trabajaba en el burdel Rose Tavern en el Londres de principios del siglo XVIII.


Quedé con Fanny en el Puente de la Torre sobre el Támesis. Conocía la descripción que se mencionaba en el libro: moza alta y pelirroja, de firmes e insolentes pechos y atrayentes tobillos. También la descripción que ella misma hizo al comienzo de sus memorias: “Yo era alta cuando apenas había superado los 15 años; de figura perfectamente erguida, tenía la cintura estrecha y ligera; mis cabellos, de un color rojizo, suaves como la seda, cayendo a lo largo de mi cuello en ondas naturales, subrayaban la blancura de un cutis finísimo, delicado; los ojos muy negros y unos pechos incipientes firmes y redondos; mi rajita era estrecha adornada con el vello incipiente”.


No la reconocí sobre el puente hasta que me habló:

—Hola, soy Fanny, la escritora… como puede observar ya no soy una niña. Le relataré mi vida con la misma libertad con la que la llevé. Pero no me describa, por favor, una buena prostituta siempre es como el cliente quiere que sea.


—No me la imaginaba así.


—¿Por qué? Llegué a ser una mujer elegante y respetable. Ya sé que la gente piensa que la que es puta lo será siempre, pero le podría mencionar a mujeres famosas que abandonaron ese trabajo y triunfaron en otros.


—No hace falta que las descubramos, les avergüenza su pasado, pero usted nunca quiso ocultarlo, hasta parece que está orgullosa.






Portada de la edición americana de 1910


—Por eso escribí mis memorias, para dejar constancia de que mi triste comienzo como prostituta, al principio por imposición y luego por convicción, me llevó al conocimiento real de la sociedad en la que quería triunfar. Nací en una aldea cerca de Liverpool, cuando me quedé huérfana vine a Londres y “muy amablemente” la señora Brown me hizo trabajar en su burdel, nos llamaba sus conejitas, ¿le suena? Mi primer encuentro fue con un monstruo feo y desagradable, al que lo trataban de señor por su dinero; el señor Crofts era un saco de mierda con mal aliento al que la madame le había vendido mi virginidad. No permití que me violara; la tensión del forcejeo me llevó a enfermar, pero gracias a Phoebe, mi compañera de cuarto, me repuse. Phoebe era bisexual, tuvimos largas charlas lascivas hablando sin pudor. Era muy cariñosa, me ayudó a entrar en el mundo del placer con suavidad: “Phoebe me estimulaba astutamente dándome los primeros gustillos del placer, me explicaba todos los misterios de Venus”. Nos escondíamos para observar los encuentros que nuestra compañera Polly mantenía con su amante benefactor, un joven mercader genovés que venía tres veces por semana: “Polly no pasaría de los dieciocho, y no podía yo por menos que envidiar sus dos encantadores pechos, maduros, finamente rellenos, pero tan redondos y firmes que se sostenían solos, burlando cualquier corsé; sus pezones, apuntando en distintas direcciones, mostraban su agradable separación. El joven italiano era alto y vigoroso, su gran aparato se mantenía tieso y erguido. Él mismo miraba su arma con cierto placer y, guiándola con la mano hacia la brecha ofrecida, separó los labios y lo introdujo. Polly reaccionó exhalando un profundo suspiro, y no parecía ser de dolor. Los movimientos aumentaban de velocidad y los besos eran más fervientes. Cuando el joven se retiró pude observar una especie de líquido blanco, semejante a la espuma, que desbordaba los labios exteriores de aquella herida rosada recién abierta”.


—¿Así aprendió el arte del sexo?


—Cierto, pero en ese caso aparentaba amor y pasión; me llevó a excitarme mientras los veía escondida tras las cortinas. Cuando llegué a mi habitación me masturbé con la ayuda de mi amiga Phoebe, que besaba mis pequeños pechos y acariciaba mi estrecha rajita. No me habría importado que fuera el genovés quien me desvirgara, pero por desgracia la señora Brown tenía otros planes con un viejo rico.


—¿Quién fue?


— En esos momentos sólo existía el presente, no pensaba por los derroteros que me llevaría la vida. Tuve la gran suerte de fugarme con Charles, un joven hermoso que me trató con delicadeza, por eso me enamoré de él… y porque su cuerpo me cautivó: “¡Ay!, podría pintarlo ahora, porque está siempre presente en mi imaginación. Todo el panorama de una belleza viril completa, de arriba abajo; rostro resplandeciente de frescor primaveral, la simetría de sus miembros, la exactitud de formas. Contemplaba su pene con algún terror y dulces emociones porque no hacía mucho me había roto, desgarrado y penetrado tan furiosamente mis suaves partes; pero ¡había que verlo ahora!, decaído, inclinando su cabeza bermeja casi cubierta sobre uno de sus muslos, tranquilo, flexible y según las apariencias, incapaz de las travesuras y crueldades que había cometido; se le unía su apéndice globular, esa maravillosa bolsa de tesoros y dulzuras naturales…”


—Recordemos que todo lo que cuenta sucedió en 1749. ¿Fue usted una avanzada de su época?


—¡Por favor! La prostitución ha existido siempre y continuará mientras haya hombres que paguen por practicar sexo. Lo que pasa es que hay mucha hipocresía y omertá. Si que fui la primera en contarlo con detalle.


— ¿Se casó con Charles?


—Su padre lo obligó a embarcarse hacia los Mares del Sur durante cuatro años. Me quedé sin dinero, y otra “amable” señora me amenazó con la cárcel si no le pagaba las deudas del alquiler. Yo era joven, con 16 años se me vino el mundo encima, pero hábilmente la señora que me amenazó también me dio la solución: presentarme a un rico que pagaría la deuda, el señor H***, que me llevó a su casa y me convirtió en su querida; me regalaba ropa cara, joyas, hasta un reloj de oro, para que luciera ante sus amigos y sus amantes, que nos visitábamos las unas a las otras y aparentábamos ser de una casta superior.


—¿Se sentía bien en esa posición social?


—No veía otra salida, aunque siempre recuerdo mi amor por Charles. Asumí mi disponibilidad sexual con H***, incluso sentía cierto tipo de cariño parecido al amor, pero un día lo pillé violando a la sirvienta, una joven campesina paleta como era yo. Escuché los gritos y observé escondida: “Por favor señor, no, déjeme no soy para usted”. H*** la echó sobre el sofá, le levantó las enaguas sobre la cara y la penetró salvajemente.


—¿En algún momento pensó en intervenir?


—Le he dicho que sería sincera: no me interesaba esa opción. Busqué una excusa para despedirla, y me vengué de H*** con un jovenzuelo, al que hice feliz iniciándolo en el sexo. Se llamaba Will, disfruté viendo su cara mientras descubría mis exuberantes pechos manoseándolos, también sintió curiosidad por mi “boca del horno” que se incendiaba más cuando agarré su tranca para guiarla al canal sediento de placer y…


—Perdóneme señora Fanny, son las 5, no sé si usted seguirá tomando el té, pero tengo que marcharme, ¿quedamos la próxima semana?


—Te esperaré impaciente. 




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