CRONOPIOS. Encuentro con Fanny Hill (2/2), por Rafael Hortal



 

Regresé al puente de Londres, allí estaba Fanny esperándome. Me dijo que le había vuelto ese gusanillo de querer contar su vida, pero en vez de en cartas, en las redes sociales.


—Me gustaría ser influyente, tener mi canal en las redes.


—¿Con qué finalidad? Usted ya es famosa.


—Sí, pero no tienen un concepto real de mí; yo soy el personaje que escribió John Gleland basado en las memorias de Frances Murray, una vida que no tiene nada de comedia. La serie de la BBC y las películas que hicieron como “Los burdeles de Paprika” no reflejan mis sentimientos ni las penurias que pasé.


—¿Entre las prostitutas hay solidaridad, corporativismo?


—En todas las profesiones hay pugna por ser más competitivos, en ganar más, además, tenemos que ahorrar mientras seamos jóvenes, pero las que dependen de los proxenetas no tienen futuro, el tráfico de personas sigue existiendo, y ellos impiden que formemos grupos de protección, amistad y ayuda.


—Volvamos a su historia, que la cuenta con desenvoltura, con descaro también se podría calificar…


—Ahora soy rica, siento el amor y sigo siendo joven. Ya le dije que sería sincera y también explícita. Reconozco que siento morbosidad cuando escribo las escenas de sexo que recuerdo, ya todo es pasado.


—Cuénteme cómo era el taller de costura de la señora Cole.


—La señora Cole nos llamaba sus niñas, era un burdel selecto con jovencitas educadas, que durante el día cosíamos ropa y hacíamos sombreros, por la noche follábamos con los socios del club, raro era que entrara algún caballero nuevo. El primer día que trabajé allí, la señora Cole propuso que cada una contase cómo perdió su virginidad. Emily huyó de su casa a los 15 años, no sabía nada de la vida, un joven que también iba a Londres le propuso compartir habitación en una posada y la desvirgó. Harriet y Louisa no escatimaron detalles de sus violaciones, también eran muy jóvenes cuando perdieron la honra y sólo les quedó el trabajo de prostituta. Se lo puedo resumir diciendo que Harriet salvó a un hombre de ahogarse, del esfuerzo se desmayó y se despertó cuando le atravesó una sensación de dolor que le perforó hasta las entrañas. Ese hombre se arrepintió y pidió perdón por no haber frenado sus instintos salvajes, pero el daño ya estaba hecho. Louisa, a los 13 años vivía con su madre que trabajaba en la casa de una señora de clase alta, su hijo la toqueteaba, reconoce que la excitaba, hasta que un día que estaban solos la penetró sin darle opción. Esa misma noche cenamos con los pícaros caballeros que, versados en el tema del sexo, me reservaban para el final, como la novedad para el disfrute sexual colectivo. Me llenaron de elogios y caricias, comentaron que sólo tenía un defecto: el pudor, pero que pronto me curarían: “Comenzaron con Louisa en el sofá del salón, levantaron sus enaguas y dejaron a la vista de todos las piernas y muslos mejor torneados que puedan imaginarse, y mostraron por completo esa hendidura deliciosa, rodeada de carne y cubierta de vello, que se separaba y presentaba una entrada incitante entre dos vallas muy cercanas, delicadas, dulces y henchidas. El galán mostró orgulloso su instrumento que insertó de un golpe certero hasta el fondo. Louisa acompaño sus movimientos con los suspiros más expresivos. Después le tocó el turno a Harriet con un joven barón. Louisa y Emily la desnudaron y acostaron en el sofá, le abrieron las piernas lo máximo posible sosteniendo sus muslos para dejarla expuesta a la contemplación de los presentes. El caballero separó los labios de esa exquisita boca con los dedos y con la otra mano dirigió su poderoso aparato rígido y enhiesto…”.  


—Perdone señora Fanny, pero me interesa más conocer sus sensaciones que lo que vio hacer a otras parejas.


—En ese momento me excitaba la situación, la cena había sido espléndida, los caballeros eran educados y experimentados en sentir el placer lentamente, retardando el orgasmo final. Tenía claro que esa noche me iban a follar por las buenas o por las malas, así que procuré no estar tensa. La señora Cole me había reservado un buen caballero de cuna y dinero para que me iniciara, porque era nueva —le dijo a él—. Tenía 18 años, cualquier mujer lo tacharía de guapo mozo: “Satisfizo la curiosidad de todos exhibiéndome desnuda y colocándome en todas las posturas mientras señalaba y tocaba cada una de mis bellezas entre besos y alabanzas, lo que alejó todo sentimiento de vergüenza; y un rubor brillante cedió el paso al deseo. Mostró su aparato, y que rígido levantaba ya su cabeza descubierta y de un rojo subido. Colocó mis muslos sobre sus caderas y me lo introdujo pulgada a pulgada hasta el fondo. Cuando noté que me rociaba su aspersión caliente, compartí con él su éxtasis momentáneo”.


Ceremonia de iniciación. I
lustración de Édouard-Henri Avril (1878)



—Hay una parte de su carta en la que reconoce que le escandalizó ver fortuitamente una relación sexual entre dos hombres, ¿por qué?


—Estábamos en 1749, yo era una campesina que nunca había visto la penetración de un hombre a otro, si bien es verdad que me quedé absorta mirando por la cerradura hasta el final. A la única persona que se lo conté fue a la señora Cole, que también se escandalizó, pero porque esa tendencia entre hombres iba en detrimento de su negocio. 


—¿Alguna otra experiencia sorprendente?


—El señor Barville sólo se excitaba cuando lo azotaba con una vara en los glúteos hasta hacerlo sangrar: “Su instrumento que había calificado de minúsculo, insignificante, estaba hinchado después de azotarlo y había adquirido un grosor que mi mano no podía abarcar su cabeza. Al levantarse vi en el cojín señales de una eyaculación abundante. Después me fustigó a mí, era el trato por el que había pagado a la señora Cole”.


—Su experiencia en el agua fue más satisfactoria…


—Dos clientes nos llevaron a un remanso de un afluente del Támesis: “Estábamos en el agua que apenas nos llegaba al estómago y no le impedía juguetear con mi hendidura, que maravillosamente no deja pasar el agua, pues sus dedos, dilatándola y abriéndola en vano, dejaban entrar más llama ardorosa que agua, valga la metáfora. Su duro instrumento se abrió paso en mis labios inferiores de modo que sentí allí una agradable dilatación”.


—Usted ha escrito dos largas cartas contando su vida, pero lo ha hecho con naturalidad, normalizando la prostitución e incluso a veces justificando tanto al que paga como a la que cobra…


—Sí, cierto, tenga en cuenta que las escribí a los 19 años, que ya era rica gracias a la herencia de un caballero viejo con el viví ocho meses hasta su muerte, y había encontrado a Charles cuando regresó de los Mares del Sur después de naufragar. Recuerde usted que fue la primera persona que me penetró y de la que me enamoré. Era feliz, no tenía nada que ocultar ya que le había contado mi vida de prostituta a Charles, que se sentía culpable de haberse embarcado dejándome en la miseria.


—Adiós señora Fanny Hill, espero que algún día hagan una película fiel a su novela.


Me marché de Londres pensando en las vivencias de Fanny, y lo importante de la escritura, en el arte de la literatura concretamente. Nuestra memoria está diseñada para almacenar sólo las cosas importantes y las que creemos significativas por varios motivos, borrando lo innecesario para nuestra supervivencia… y para nuestro disfrute; por ello es importante escribir, para dejar constancia de nuestro presente y de todo lo que somos capaces de recordar en ese momento, porque después se perderán como las lágrimas en la lluvia… pero esa es otra historia.







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