AMIMANERA, pajas mentales, por Juan Ángel Sánchez



En el instituto, uno de mis profesores de filosofía fue un tal Pedro. Tal era mi interés por sus clases que en octubre me invitó a pasarlas en la cafetería del Alfonso X tomando café a su cuenta. Debió de ser un pago oneroso porque no volví a escuchar su voz ese año. En su honor diré que pagaba religiosamente por no verme.


La semana pasada tuve que comentar un texto para mi clase de Filosofía de la Literatura. Consistía en leer y exponer las ideas que Gregory Currie presentaba en un texto. Comencé a ojear el relato y pronto vino a mí un déjà vu, de esos que te retrotraen como la magdalena de Proust a un tiempo pasado que no necesariamente fue mejor. Yo era estudiante de bachillerato, de esos a los que les importaba una mierda lo que le dijeran los profesores y estaba más interesado en hacer caso a los mandatos de mis hormonas adolescentes. A pesar de esto, siempre me intrigó eso de la filosofía y me esforzaba por comprender los galimatías de estos señores. Mi entendimiento en ese periodo era limitado semántica y sintácticamente y me obligaba a ir constantemente al diccionario cada vez que pretendía analizar a Kant, Heidegger o a cualquiera de los eruditos alemanes. Curiosamente, los griegos como Aristóteles o Sócrates (en textos de Platón) me parecían más cercanos, no sé si por su carácter mediterráneo o porque los teutones directamente me han parecido siempre unos enrevesados que dan vueltas y vueltas con un lenguaje que solo entienden personas inteligentes o leídas en las que no consigo incluirme, y ya son casi cinco décadas de intentos.


Me gustaría mostraros parte del texto para ver si alguien es capaz de entenderlo plenamente:


“Lo mejor que podemos decir es que las obras son idénticas al conjunto de los aspirantes a ser su texto (que en casos favorables será un conjunto de un solo individuo). Pero esta modificación no es una retirada significativa de la identificación de obra y texto. No sirve de apoyo a la idea de que interpretar la obra es diferente de interpretar el texto, pues, ¿qué podría haber para interpretar en la clase de los textos, sino textos? La bondad, o maldad de los argumentos que abordaré contra la identificación de la obra y su texto consiste en que sirven también para atacar la identificación de la obra y el conjunto de sus textos. Y suponer que nos hallamos ante cierto tipo de obras, aquellas de las que hay un único texto, no implica que no pueda generalizarse la teoría. Así pues, será una simplificación inofensiva insistir en tomar al textualismo por la idea de que la obra es idéntica a su único texto.” 


¡Su puta madre! Cincuenta años y se me siguen haciendo nudos en la cabeza cada vez que leo semejantes palabras enredadas con este lenguaje que, sencillamente, es difícil de entender.


Lo que quiere decir este hombre traducido al cristiano es que una obra literaria y su texto son lo mismo para los que él denomina textualistas.


Pensar es el acto más sobresaliente que puede hacer el hombre; pensar y llegar a la correcta interpretación de una obra literaria o cualquier texto es de las experiencias más edificantes para nuestro ser. La filosofía bien explicada es un acto de entender las cosas que nos ocurren. El problema es que hay muchos pensadores que no expresan correctamente una idea y giran y giran para intentar componer una obra que no tenga brechas, pero lo que consiguen es cansar al más paciente de los lectores. Construir un texto entendible es mucho más difícil que divagar por ideas ininteligibles que parecen más que nada un acto de pedantería del autor para sobresalir, o decir de una manera complicada algo que se puede expresar con palabras comprensibles y sintaxis correcta, sin repeticiones innecesarias ni subordinadas que no hacen más que hacernos perder el hilo de la argumentación.


Todo esto lo pensaba con diecisiete años y, curiosamente, lo sostengo con cuarenta y seis. La cuestión es que cuando eres adolescente crees que eres subnormal por no entender esta forma de filosofar y te pueden pasar dos cosas; o directamente dejas de esforzarte en cavilar durante media hora un texto de diez líneas, o pospones la obra para más adelante, cuando termines la carrera y tengas más armas para atacar y derrotar la ignorancia.


El tema es que cuando terminas la formación académica no sueles volver a leer textos que te ocasionan pajas mentales, puestos a eso, lo mejor sería darse una manual que libera más endorfinas y recurrir, si queremos saber de filosofía, a los clásicos que inventaron esta disciplina y que explican la esencia de la vida sin producir diarreas mentales.





Comentarios

  1. Por desgracia hoy en día no es que no se lea filosofía, es que la lectura como habito esta desapareciendo.

    Muy buen artículo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario