ALAS DE MARIPOSA. Volver a casa, por Gedi Máiquez
Es muy curioso cómo crecen con agua salada de las mareas ¿verdad?- Dijo Candela, con un marcado acento gaditano, a modo de bienvenida. La bailaora había deshecho el moño que sujetaba su frondosa melena, dejando a la vista una ondulada cabellera negra, que enmarcaba las facciones que tan parecidas eran a las de Adela, si no hubiera sido por la mirada felina que desprendían sus ojos verdes. Su figura era poderosa. El cuerpo de bailarina, quedaba debajo de un vestido de tirantes y gasa blanca. Ceñido a la cadera con una delicada cinta de pasamanería, unos pequeños azabaches salpicaban el tejido y donde el largo de la falda, llegaba por debajo de la rodilla. Sus tersos brazos envolvieron a Adela en un abrazo sincero. -¡Mi arma, cuánto tiempo se ha tomao usted para venir a verme!- exclamó Candela. Rompiendo las dos a reír en un gesto lleno de confianza y haciendo que el momento perdiese el nerviosismo de la espera.
Comenzaron a andar por la orilla de la playa. Se sintieron llamadas por las luces que brillaban a lo lejos, ya que, desde los ventanales del palacio ducal de Medina Sidonia, se apreciaba que el distinguido propietario estaba alojado en la residencia. Su enclave disfrutaba de un lugar privilegiado, coronando con orgullo la parte alta del pueblo. El trayecto hacía él era largo, pero el hablar incesante, producto de la verborrea habitual de Candela y de todos los años que estuvieron las palabras en el tintero, se hizo ameno, y la antigua complicidad no tardó en llegar. Candela, de esta manera, puso palabras a todo lo que habitaba dentro de ella y su vida se hizo realidad para Adela esa noche de estío andaluz.
-Recuerdo las miradas de tu madre, doña Angustias, cuando intentaba acercarme a ti. Después lo comprendí todo, pero en ese momento solo sentía sus ojos clavados en mí, como si de una especie de hechizo se tratara para hacerme desaparecer. Me encantaba jugar contigo y, a pesar de la evidente diferencia de clases, eso nunca fue un impedimento para nuestra amistad. Al contrario, disfrutábamos escapando al obrador de mis padres, para allí moldear formas curiosas de la masa que mi madre nos tenía reservada. Al horno entraban todas las figuras de animales que se nos ocurrían. Cuando salían, se habían transformado por arte de magia en seres mitológicos de difícil identificación, que nos hacían reír a carcajadas. Antonio se encargaba de ponerle nombre a todos, mientras dábamos buena cuenta de ellos ¿te acuerdas?-.
Caminaban despacio dejando atrás lo que en su momento fue el arrabal de la Ribera. Ya se vislumbraban los grifos y sirenas aladas, esculpidos en piedra sobre los arcos de las Covachas, para recibirlas con atención. Cumplían así la tradición de siglos, al observar a todos los transeúntes tomar aire para subir la empinada cuesta de Belén. Apoyada estática en los muros medievales que soportaban los jardines de palacio, y a pesar del deterioro por el paso del tiempo, la belleza de la antigua lonja de mercaderes no dejaba indiferente a nadie.
-Una noche-, continuó Candela. Escuché a mis padres discutir sobre nosotras y fue cuando me enteré de todo. Poco a poco encajé todas las piezas del puzle que a mis diez años podía realizar. Mis rasgados ojos verdes diferentes a los del resto de mis cuatro hermanos pequeños, mi piel excesivamente blanca y las pecas, como las tuyas, salpicando una nariz demasiado parecida a la tuya también. Mis ojos se nublaron por tantas mentiras y salí corriendo para esconderme, con tan mala fortuna que tropecé haciendo un ruido espantoso. Entonces, mi vida cambió.
La cuesta de Belén, a pesar de su pendiente, les dio la oportunidad de respirar profundamente para seguir el camino que desvelaba la desconocida vida de Candela. Alcanzaron el final de la empinada calle en un respetuoso silencio, impregnado de comprensión cuando viraron a la izquierda. De frente, el palacio las esperaba soberbio, mirándolas a través de la fila de ventanales con cuarterones que lucía la nívea fachada.
Candela, con semblante triste afirmó:
- Todo sucedió en cuestión de días. Mi madre, entre lágrimas, me dijo que tenía que trasladarme a vivir a Triana a casa de su hermana. Cómo comprenderás, yo me negué, y para convencerme me aseguraron que sería solo por una corta temporada. Al final viví en Sevilla hasta los veintidós años, en su mayoría costeados por Peter y, dando por resultado lo que ves. Me moví desde jovencita por todos los tablaos de los cafés cantantes y conociendo el mundo flamenco de primera mano. Por mi madre, que venía a visitarme frecuentemente, supe de tu fallido matrimonio con el bueno de Fermín y de tu huida. Me alegré enormemente y admiré tu valentía para dejarlo todo atrás. Si se hubieran detenido un instante, se habrían dado cuenta que esa vida no estaba hecha para ti. En tu marcha vi la oportunidad de volver a casa y, al poco tiempo, me trasladé a Sanlúcar, donde encontré mi verdadero hogar.
Las dos permanecieron mudas durante un espacio de tiempo que ayudó a Adela a asimilar lo injusta que había sido la vida con Candela. Sin embargo, a pesar de todo, ella había logrado convertir esa desgracia en su fortaleza, hasta forjar el carácter que la identificaba como una mujer independiente muy parecida a Adela. Pensó, que al fin y al cabo eran las dos caras de una misma moneda, esa que otros lanzaron al aire de manera egoísta, cómo si de un juego más se tratara.
El lucero del alba anunciaba que la mañana se acercaba lenta. Se levantaron al unísono de los escalones de la entrada principal del palacio ducal que había escuchado atento el relato de Candela, formando ya parte de su historia desconocida. Dejándolo atrás, ellas se despidieron sabiendo que solo era un hasta luego, ya que quedaba del tintero mucho por escribir. Finalmente, Candela susurró. -Vuelva cuando quiera, mi niña, yo la estaré esperando-. Y así, de esta dulce manera, desanduvieron sus pasos para volver a casa.
Tras la intensa madrugada, un sueño inquieto lleno de recuerdos de niñez, hizo que Adela se levantara bien entrada la tarde. Se alojaba en una bonita casa a orillas del mar , donde desde el porche, la caída del sol interrumpía cualquier pensamiento que no fuese el de disfrutar el momento del ocaso. Bajó la escalinata hasta pisar la arena con los dedos. Sus pies descalzos, acompañaban al ligero vestido verde esmeralda, que cubría acertadamente su proporcionado cuerpo. El sol incendiaba su melena rojiza, mientras sus ojos color miel miraban serenos al horizonte.
-¡Mami, mami!- exclamó la voz de una niña a la vez que corría hacia ella. Adela giró ligeramente y adelantó el paso alegremente para ir al encuentro de su pequeña. Adela tomó en brazos a Lucía, cubriéndola de besos como tantas veces había hecho desde que la tuvo por primera en su regazo hacía poco más de cuatro años y sonrió llena de orgullo, al hombre que acompañaba a la pequeña.
De porte elegante, todo en él transmitía confianza. Vestido de manera informal, sus pantalones camel recogían en la cintura una impoluta camisa blanca, que rivalizaba con la amplia sonrisa que se dibujaba en su rostro al ver a Adela. Su tez morena brillaba a la luz del sol y el bigote que cubría el labio pronto rozó los de Adela, despertando el deseo de más. Antonio la atrajo hacia sí y volvió a besarla intensamente sin importarle nada que no fuese ella. Se sabía afortunada. En un mundo turbio, lleno de mentiras y falsedad, Antonio había apostado por ella, con sus cicatrices y su pasado. El joven alegre de antaño, se había convertido, tras vivir los duros años de la Gran Guerra, en un hombre coherente en sus actos, íntegro y leal. Su reencuentro en Madrid hacía ocho años se lo confirmó.
Se miraron a los ojos, entrelazando los dedos de las manos, como les gustaba hacer, para seguidamente Antonio abrazar a Adela haciéndola sentir en casa. Lucía pidió que la tomasen los brazos de su padre y tocando el rostro de Adela con sus manitas le confesó - mami, te quiero-.
FIN
Qué hermosa historia. Un final sorprendente, y creo que contiene cierta justicia poética con Adrla y con Candela. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarIncreíble final mi querida amiga hasta me has emocionado. Gracias por tan bellos relatos.
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