CRONOPIOS. Encuentro con Lulú (1/2), por Rafael Hortal






 

Antes de reunirme con Lulú, debía cuestionarme cómo abordar temas incómodos como fetichismo, travestismo, homosexualidad, prostitución, incesto, abusos y pederastia. Era fácil si pensamos que la novela Las edades de Lulú de Almudena Grandes era eso: una historia de ficción aclamada por los lectores y premiada por la crítica. Pero son temas delicados, tabú para mucha gente. Aunque estos hechos sucedan a diario en la cruda realidad. Almudena Grandes declaró que más escandalo provocó la película de Bigas Luna en la que ella colaboró en la adaptación del guion. Pero eso fue debido a que la novela, publicada en 1989, de narrativa fluida y explícita, llegó a lectores experimentados, considerándola una de las 100 mejores novelas en español del siglo XX, y la película llegó al gran público en 1990, causando revuelo en algunas esferas, aunque ya no eran tiempos de censura.

La acción trascurre en el Madrid de finales de los años 70, cuando se gestaba la “Movida Madrileña”. María Luisa, conocida por Lulú, tenía varios hermanos, pero es Marcelo su preferido, el amigo de Pablo, de quien estaba enamorada y no albergaba esperanzas de conseguirlo por la diferencia de edad. Marcelo y Pablo siempre la trataban como una niña.


Había quedado con Lulú en la estación de tren de Miraflores de la Sierra, era una mañana soleada y fría de otoño, en la que mucha gente aprovechaba para coger setas y comérselas en las Jornadas Micológicas. Lulú tenía 30 años y aceptó a que la entrevistara allí mismo, sentados en un banco del andén.

—¿Por qué te interesa mi historia?

—Su historia gustó a muchísimas personas que se vieron sorprendidas por la descripción explícita y a la vez elegante con la que relató su vida sexual.

—Es que mi historia la comprendieron muchas mujeres que recuerdan lo que fueron capaces de hacer por conservar a su primer amor.

—¿Se considera una adicta al sexo?

—Cuando era adolescente no contemplaba ni siquiera el contacto físico con un hombre, pero mi evolución sexual y mi interés por experimentar con hombres y trasvestis me llevan a considerar que sí, que soy una adicta al sexo.

—Usted cuenta que provocó su primer orgasmo utilizando una flauta dulce.

—Eso pretendía, pero una de mis hermanas me sorprendió masturbándome con la boquilla de la flauta y montó un escándalo, me cortó la excitación. Asustada se lo dije a mi hermano Marcelo para que la convenciera y no se lo contara a nuestra madre.

—Siempre tuvo complicidad con Marcelo…

—Mucha, ya te contaré lo que sucedió cuando tenía 28 años, de momento te diré que Marcelo y Pablo eran muy amigos. Cuando Pablo me llevó a un concierto tenía 27 años, era profesor de Filología Hispánica en la Complutense, acababa de publicar un libro de poemas. Yo sólo tenía 15 años y no sabía nada de nada, era torpe, Pato me llamaban.

—En esos años la mayoría de edad era a los 21 años, ¿Pablo abusó de usted siendo menor de edad?

—Entre el sí y el no hay matices. Yo era vulnerable y Pablo tenía mucha experiencia con chicas y sabía cómo llevarme a su terreno. Hice lo que hice porque estaba enamorada de él y si no accedía a sus peticiones me llevaba a mi casa y no lo volvería a ver, así que accedí a su chantaje.

—¿Qué le pidió que hiciera?

—Después del concierto, en el coche, me pidió que se la chupara. No sólo nunca lo había hecho, sino que me daba asco, me daban arcadas de pensar que se podía mear. Hasta ese momento sólo le había hecho pajas en el cine a un compañero del colegio. Un detalle: la flauta me la había prestado él.

—¿Era consciente de que Pablo estaba utilizando su experiencia para engañarla?

—Sí, me tendió una trampa tras otra hasta conseguir follarme. Me llevó al taller de costura de su madre, habló por teléfono con mi hermano para que funcionara la coartada de que me quedaba a dormir en casa de una amiga. Pablo y Marcelo tenían mucha complicidad, habían compartido amigas. Me puse muy roja cuando Marcelo le contó que me había masturbado con la flauta. A partir de ese conocimiento, Pablo me chantajeó haciéndome cómplice de sus deseos, le gustaban las niñas, además me humilló diciendo: “Siempre he sabido que eras una niña sucia, Lulú, —hablaba despacio, como si estuviera borracho, masticando las palabras— he pensado mucho en ti últimamente pero no creía que fuese tan fácil”.

—¿Utilizó la fuerza física para someterla?

—Nunca, pero utilizaba su fuerza mental, con esa seguridad diciendo que todo lo que me haría era normal, era un manipulador y yo estaba cachonda. Me depiló los labios del coño, hasta ese momento ni sabía que se llamaban así. Me miró a la cara con su mejor expresión de no pasa nada, aunque me sujetó los muslos con las manos, por lo que pudiera suceder. Me dijo: “Te voy a afeitar el coño y te vas a dejar. Estoy harto de hacerlo […]. Eres muy morena, demasiado peluda para tener 15 años. No tienes coño de niña. Y a mí me gustan las niñas con coño de niña, sobre todo cuando las voy a echar a perder. Al fin y al cabo, esto no es más deshonroso que calzarse una flauta escolar”.

—Se refería a que estaba decidido a desvirgarla, como había hecho con otras, y sabía que usted lo aceptaría. ¿No pensó que cuando dejara de ser niña él buscaría a otra?

—No lo pensé, estaba aturdida y a la vez excitada, todo era nuevo, lo deseaba, Pablo tenía una seguridad infinita. Me dio la vuelta hasta que me quedé con las rodillas clavadas en el suelo, la mejilla apoyada en el asiento y las manos rozando la moqueta. Me dijo que me acariciara y le avisara cuando notara que me corría. ¡Me voy! Le dije. y empezó a penetrarme despacio, pero con decisión. Me estaba rompiendo. Quemaba. Yo temblaba y sudaba mucho. Tenía frío. Le pedí que la sacara, al menos un momento, insistí, pero llegó hasta el fondo y me dijo que siguiera sus instrucciones, imprimía un ritmo variable, aferrado a mis caderas entraba y salía de mí a intervalos regulares. El dolor no se desvaneció […]. Pablo se desplomó sobre mí, emitiendo un grito ahogado, agudo y ronco a la vez, y mi cuerpo se llenó de calor […]. Yo todavía no era capaz de comprender muy bien lo que había ocurrido, estaba aturdida, como borracha, contenta e inmersa en una sensación nueva.





Almudena Grandes, autora de “Las edades de Lulú”



—Aquí comienza su descubrimiento sobre el sexo, amor y placer. Sé que tiene muchas cosas que contar.

—Mi historia no ha hecho más que empezar, otro día le contaré cómo continuó mi vida sexual. Es una compleja historia de amor y deseo. A Pablo no le gustaba decir “hacer el amor”, lo consideraba una cursilada que en castellano significaba cortejar. A partir de ese momento siempre sería “follar”, que suena fuerte, suena bien: ¡Follar!


 


 





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