PASADO DE ROSCA. Doble fondo, por Bernar Freiría (y 7).






Iban cogidos del brazo encaminándose a unas escaleras para cambiar de nivel cuando le pareció ver a Sonia justo delante de la escalera por la que iban a bajar. Farfulló como pretexto una repentina molestia intestinal y salió a toda prisa en busca de un servicio. Dejó pasar un rato. Pilar no se había movido del sitio. Estaba de espaldas y le pareció que hablaba con alguien. Había mucha gente y la perdía de vista intermitentemente. Cuando ya estaba a unos veinte metros de ella, el corazón le dio un vuelco. Juraría que quien charlaba animadamente con ella era Sonia precisamente. De nuevo perdió de vista a ambas. Apresuró el paso apartando de modo descortés a quienes se interponían en su camino. Oyó alguna palabra gruesa a sus espaldas. Cuando volvió a ver a Pilar ya se despedía con un par de besos de la persona con la que estaba hablando, de la que él solo alcanzó a ver la cascada rubia que se derramaba sobre los hombros. En unas pocas zancadas estaba al lado de Pilar.

—¿Con quién estabas hablando?

—¿Yo? Con nadie.

—¿Cómo que con nadie si te he visto con una rubia?

—Te lo habrá parecido. Esto está lleno de gente. Te he estado esperando sin moverme de aquí.

Le dirigió una sonrisa que le habría parecido seductora si su estado de ánimo no hubiera estado tan alterado.

El resto de la noche estuvo taciturno, irritable y mirando constantemente en derredor como si buscase algo.

Si me hubiese dicho que era una amiga del barrio o del colegio, me habría quedado tan tranquilo. A lo mejor habría preguntado el nombre. Porque tampoco habría pasado nada si se conocieran de antes. Pero me negó que estuviese hablando con nadie. Y cuando le dije lo de los dos besos casi se parte de la risa. Que a mí me pareció falsa. Pero ya no sé. Había gente pasando entre medias todo el tiempo y, claro no puedo estar seguro al ciento por ciento. Si lo hubiera estado, allí mismo le monto una escena y me lo cuenta todo. Negarme que estuviese hablando con alguien fue lo que me mosqueó. Y va a pasar justo la víspera de mi primer viaje. Precisamente había querido que saliéramos para matar los nervios. Ya me había quedado claro por qué habían puesto el camión a mi nombre. Si me pillaban, yo me tenía que comer todo el marrón. Con todos aquellos nervios, ¿qué iba a hacer? ¿Ponerme a ver la tele mientras unos tíos metían la mandanga en el doble fondo del camión que yo tenía que coger a las seis de la mañana?

No quiero pensar cosas raras. Y, sin embargo, no se me quita de la cabeza.


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