EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Entrega 24, por Santiago Delgado.
Así pasaron los años, en que mi niñez tornó mocedad, y aún juvenilia, Sancho amigo. Y mi hermanilla creció hasta que le llegó la hora de la visita del nuncio. Y, mi madre, a quien ya visitaba también la nieve en ambas sienes, decidió por nosotros dos nuestro futuro. A Luisa, instruida por mí en inicio, y por ella misma en las continuidades, la mandó no de novicia, sino de asilada y educanda, hasta encontrar marido, a un convento toledano. De ello se encargarían las señoras monjas, que tenían en su poder la ejecutoria de limpieza de sangre nuestra, impoluta toda ella de semitas y camitas raíces. No sé cómo solucionó la paternidad de Luisa; pero eso no era algo difícil en un mundo de escribanos y genealólogos venales.
Luisa, aun habitando el lugarón nuestro, por medio de los arrieros, había ido comprando libros que aumentaban su saber. También el mío. Tengo por seguro que más conocimiento de Dios y de su Obra tenía que las monjas toledanas con las que fue a cohabitar.
Yo, por mi parte, fui mandado a la universitaria ciudad de Alcalá, a tomar lección de un dómine, Bernardo de Muxía, que no tenía pupilaje sino alumnado. Los discentes teníamos posada en la villa, y acudíamos mañana y tarde a su escuela, donde el bachiller impartía sus saberes. Gran diferencia, para mejor, había entre este gallego, laico sabedor, y aquel mal clérigo de Villanueva. Y no diré más, pues encomiar lo evidente no es sino caer el huero halago, que va directo al olvido.
Escribíme con Luisa algún tiempo, para deleite mío y solaz. Los días toledanos pasaban también por ella, entre lecturas, oraciones y servicios que a las señoras monjas hacía. Yo, en Alcalá, un tanto compartí las jaranas y alborozos propios de los estudiantes. Aunque no mucho. Lo más que saqué de aquellos tiempos fue mi primera lectura del Amadís de Gaula, de Garcí Rodríguez de Montalvo, que un estudiante sopón y parrandista usó para pagarme un préstamo que le fiz por saldar deuda de juego. Como sabes bien, aquella primera lectura satisfizo mi espíritu de tal manera, que me impelió a gastar en los Libros de Caballería casi toda la soldada que mi señora madre me enviaba por mantenerme y pagar las clases. Decidí dejar al dómine, y gastar todo, en un mínimo de condumio, y en un máximo de libros de éstos que te digo. No te comunico más, querido Sancho, sino que en Alcalá de Henares comencé a ser el que definitivamente fui, soy y seré por siempre.
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