PASADO DE ROSCA, Tamales de Chivo, 3.-Jenaro, por Bernar Freiría




No solo consiguió ese crédito contra la vivienda de la madre. Más tarde la garantía fue el piso del hermano. “No podéis dejar que me hunda”, imploraba con lágrimas cayendo por sus mejillas. Empezó a dejarse ver menos por el pueblo, ahora convertido en una ciudad de veraneo. Y ya no venía en su flamante coche. Sí acudió a una celebración familiar con una berlina de gama media, dijo que alquilada. Esa fue una de las últimas veces que se llegó al pueblo. Más tarde se supo que había pedido dinero a un hermano de su padre, que acababa de vender una propiedad, con el mismo pretexto del transformador. Solo que esta vez era inminente su instalación, decía, pero necesitaba el dinero para hacer frente a los pagos que se le venían encima. Todo indica que había estado utilizando la historia del transformador, con múltiples variantes, para conseguir dinero de deudos y conocidos.


Si alguno había pensado en algún momento lo contrario, todos se dieron cuenta de que jamás verían un solo euro del dinero prestado cuando se ejecutaron los embargos de las viviendas de la madre y del hermano. Jenaro había acudido a usureros que ejecutaron a la primera ocasión las hipotecas. Ese tipo de prestamistas prefieren quedarse la propiedad antes que recibir la devolución del préstamo, que así es como obtienen sus pingües ganancias. Generalmente prestan a gente a la que le urge el dinero y que por eso acepta poner en garantía un inmueble que vale mucho más que el dinero que reciben.


De resultas, Julián tuvo que irse a vivir en un piso alquilado con su madre. Su mujer, Chon, se separó de él, no solo por haber accedido a poner la vivienda en garantía sin haber contado con ella sino, todavía peor, por haberla engañado para que firmara el documento del préstamo diciéndole que era para el negocio y sin contarle que lo que estaba en garantía era el piso. Chon se quedó con el negocio y él tuvo que empezar a trabajar como portero de noche en un hotelucho de tres al cuarto. Quedaban ya muy pocos barcos de pesca en el puerto, por lo que los empleos de marinero escaseaban y, además, él ya no tenía cuerpo para la dura faena a bordo. 


Durante algunos meses, Jenaro todavía decía a quien quería escucharlo que estaba intentando reflotar su empresa con proyectos importantes en terceros países. De vez en cuando estaba ilocalizable un par de semanas. Según decía, estaba a punto de conseguir contratos de gobiernos de países del Magreb para construir pozos e infraestructuras de regadío y saneamiento. En realidad, su empresa constructora hacía tiempo que había dejado de funcionar por falta de suministros y, además era imposible que pudiera reanudar su actividad, acumulaba muchos impagos y no encontraría suministradores. Lo único que iba frenando las demandas por impago era que, en una infantil huida hacia delante, Jenaro entregaba pequeñas cantidades del dinero que conseguía por medio de engaños de cualquiera que se le ponía a tiro. Pero no tenía ningún plan que no fuera ir saliendo del paso de mala manera. Con eso, lo único que conseguía era deber cada vez más dinero a cada vez más gente y pronto ya no pudo parar las demandas judiciales. Además, a Hacienda y a la Seguridad Social no se las podía engatusar con buenas palabras. El juzgado empezó a instruir un sumario único por todas las deudas y la fiscalía lo acusó de quiebra fraudulenta, de alzamiento de bienes y de unos cuantos apartados más del Código Penal. Ninguno de los familiares ni allegados a los que les había pedido dinero se personaron en la causa, pero no era necesario, el montante de la deuda oficial ya era abultado. Cuando se celebró la vista oral, Jenaro estaba en paradero desconocido. Fue condenado en rebeldía.  Además de imponerle multas e indemnizaciones por importe de varios millones de euros, le cayeron diez años de prisión. A su mujer, que había vuelto a trabajar en un bufete, le impusieron un embargo parcial de su sueldo.


Continuará…/…


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