EL ARCO DE ODISEO. La infame hoguera de Berín, por Marcos Muelas







Todos conocemos miles de historias sobre la barbarie que vivió la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial. Un acontecimiento nefasto que dio lugar a miles y miles de historias de toda índole. Historias que nos recuerdan lo cerca que bailamos del abismo de la extinción. Historias que han sido contadas en libros.

Y es justo de eso, de libros, de lo que vamos a hablar hoy. Aprovechando la feria del libro de Murcia, hablaremos de esas víctimas, mudas y silenciosas, que también se perdieron: los libros. Y como toda historia, la nuestra tiene un principio.

El 10 de mayo de 1933 en la plaza Bebel de Berlín miles de estudiantes y profesores se congregaron para encender una hoguera.

Como combustible utilizaron libros y mucho odio.

El maestro de ceremonias, Joseph Goebbels, ya empezaba a construir su legado de odio y aquella noche no le faltaron voluntarios para seguirle.

Miles de personas, guiados por un contagioso odio colectivo, realizaron un esfuerzo titánico para intentar silenciar cualquier idea opuesta a ellos y “purificar” la cultura.

Los libros condenados habían sido cuidadosamente elegidos. El delito de estos fue contener obras que amenazaban al partido nazi, recién ascendido al poder.

Obras calificadas como anti alemanas, según habían llegado a la conclusión las cabezas pensantes, fueron arrojadas a la hoguera. Y esto no fue un hecho aislado, simultáneamente esta escena se repitió en decenas de ciudades de Alemania.

Y poco a poco, conforme la locura y la impunidad les fue animando, la lista de libros condenados al olvido fue creciendo día tras día.

Las palabras de Ernest Hemingway, Oscar Wilde y muchos otros autores, fueron pasto de las llamas durante los siguientes años.


Y es que solo esa noche se quemaron 50.000 volúmenes a los que seguirían muchos más a lo largo de los años hasta llegar a millones.

¿Cuántas obras llegaron a extinguirse? Libros valiosos por su contenido, quizá algunas obras maestras, únicas e irrepetibles.

Y ese fue el comienzo de muchos crímenes más, que ya conocemos muy bien.

Actualmente, en esa misma plaza de Berlín, podemos encontrar una placa que reza ;

Donde quemas libros, acabas quemando personas. Una frase profética, de Heinrich

Heine, que ya nos advertía en 1820 lo peligroso que es alimentar el odio.

Cuando pienso en la Segunda Guerra Mundial me vienen a la mente dos hogueras.

De la primera ya os he hablado aquí arriba, una hoguera fruto del odio y la ignorancia.

La segunda se trata de una hoguera alimentada por el miedo y la urgencia. Si concedemos una virtud a los nazis, os diré que eran muy dedicados a su trabajo. Unos auténticos grafomaníacos a los que les encantaba registrar metódicamente todo lo que hacían, así como crear inventarios.

Todo quedaba por escrito, convirtiendo sus crímenes en cifras y letras. Y sin quererlo, registraban las pruebas para futuros juicios.

Alrededor de esa hoguera me gusta imaginar a estos verdugos tratando de quemar los libros donde estaban anotados sus crímenes. Me los imagino asustados, apresurándose en su labor expiatoria mientras los tanques aliados sonaban cada vez más cercanos.

No podemos recuperar todas las obras que se han quemado en este y otros tantos momentos de la historia. Pero si podemos recordar. Y escribir más libros. Libros que nos enseñan, que nos hacen viajar, nos emocionan, y porque negarlo, a veces nos hacen llorar.


Estos días, en la Feria del libro de Murcia, muchos aprovecharemos para aumentar nuestra biblioteca personal, y de paso conocer a algunos de sus autores, que estarán encantados de firmarnos sus obras.

Gracias a todos los que lo hacen posible.















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