EL ARCO DE ODISEO, Hibakusha, por Marcos Muelas
Tsutomu Yamaguchi lanzó una moneda al aire y antes de que esta cayera sobre la mesa que tenía delante, eligió cruz. La cara de la moneda quedó mirando hacia arriba y Tsutomu arrugó la frente, pensativo. Por quinta vez repitió la operación. En esta ocasión eligió cara pero el dorso de la moneda fue el que acabó mirando al cielo. Le costaba entender esa racha, solo por estadística debería de haber acertado el resultado.
Resignado, recogió la moneda de la mesa. Se puso las gafas e inspeccionó la moneda con atención, como si esperase hallar algún detalle que se le hubiese escapado después de tantos años. La moneda era de 500 yenes, la versión dorada con tres hojas representadas en su cara. Le gustaba mucho. Su tacto y peso le proporcionaban cierta tranquilidad. La giró entre sus dedos, un juego de manos que había practicado muchas veces hasta alcanzar la perfección.
Un accesorio que le servía para medir su suerte. Pero ahora le servía para confirmar lo que llevaba tiempo sospechando. Su suerte se había acabado. Cáncer de estómago, nada menos, recordó, y un ataque de furia le hizo arrojarla contra la pared.
Enseguida se arrepintió de su arrebato y con esfuerzo se levantó para recuperar su pequeño tesoro antes de volver a su sitio inicial.
Se reprochó haber sido tan egoísta. Ya no podía exigir más a la diosa fortuna. ¿Por qué se extrañaba? Al fin y al cabo sabía que la suerte no podía ser eterna. Y no es que pudiera quejarse, pues ¿cuántas personas podían presumir de haber sobrevivido a dos bombas atómicas?
Suspiró profundamente mientras se frotaba el puente de la nariz. Tsutomu contaba con veintinueve años el día que volvió a nacer. En aquella época, a finales de la guerra, trabajaba de ingeniero para Mitsubishi, que por aquel entonces se dedicaba a la fabricación de material bélico.
Fue su trabajo el causante de que estuviera en Hiroshima el fatídico lunes 6 de agosto de 1945. Justo el día que el ejército americano había decidido utilizar la primera bomba atómica sobre suelo enemigo. Little Boy detonó a tan sólo tres kilómetros de donde él estaba. No pudo ser testigo del famoso hongo atómico ya que él mismo quedó prácticamente atrapado en él. Todo se volvió negro, sus tímpanos se perforaron y su piel se quemó. La ciudad de Hiroshima quedó devastada y decenas de miles de personas simplemente se esfumaron sin dejar ningún rastro.
Tsutomu, fue uno de los pocos afortunados que sobrevivió a tan poca distancia y, aun herido de gravedad, hizo un enorme esfuerzo por volver a su hogar para recuperarse. Quiso la mala fortuna que ese lugar fuera Nagasaki. Ese día el ejército americano había planeado un nuevo ataque atómico, esta vez en Kokura. Pero, de nuevo, la caprichosa fortuna hizo que un manto de nubes cubriera la ciudad, por lo que ante la falta de visibilidad, se decidió abortar el ataque. Toda la atención se fijó en el objetivo secundario, Nagasaki. El bombardero dejó caer su carga mortal sobre la ciudad. Fat Man, como llamaron al monstruo atómico, se detonó sobre el terreno con tan solo tres días de diferencia con la primera. Nuevamente, Tsutomu sobrevivió milagrosamente. Por ello podía afirmar, que por tercera vez en su vida, había vuelto a nacer. No sin volver a sufrir graves lesiones y quemaduras que lo atormentarían hasta los últimos días de su vida.
En tan solo tres días el cuerpo de Tsutomu fue expuesto primero a altas concentraciones de uranio y después de plutonio. En ambas ocasiones las explosiones sucedieron a tres kilómetros de donde él se encontraba. No creía que fuera casualidad, ya que el numero 3 en Japón siempre había sido relacionado con la creación, la destrucción y la buena suerte.
Tsutomu se tomó su tiempo para pensar en ello mientras daba unos golpecitos sobre la mesa con el canto de la moneda. ¿Qué posibilidades había de enfrentarse a dos catástrofes de esa magnitud y sobrevivir? Había cumplido noventa años y consideraba haber utilizado su vida con provecho. Si la muerte volvía a buscarlo, se dejaría llevar sin protestar, pues esta sería la tercera vez que vendría a por él.”
Tsutomu Yamaguchi murió a los 93 años tras una vida de activismo contra la creación de nuevas bombas nucleares. A los supervivientes de las dos bombas atómicas se les llamó hibakusha. El gobierno japonés solo reconoció a Yamaguchi como único superviviente de ambas bombas, pero se calcula que pudieron ser casi doscientos japoneses los que pudieron pasar por la misma situación.
En 1945 dos bombas consideradas de destrucción masiva fueron detonadas sobre territorio enemigo provocando la muerte de más de 120.000 personas. Ese número se duplicaría en los próximos meses y años, debido a la radiación. A día de hoy, la maldición de esa radiación sigue afectando a los recién nacidos en Japón y provocando un índice de cáncer por encima de la media.
Solo 2 bombas causaron esa destrucción. Se calcula que a día de hoy existen más de 20.000 unidades repartidas entre los silos militares de las grandes potencias.
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