EL ARCO DE ODISEO: Vientos divinos, por Marcos Muelas
"Todos los soldados ofrecieron un brindis en honor a los elegidos. Ni mucho menos se trataba del primer o último trago de la noche. Los protagonistas de esta celebración eran Riku y Tetsuo. Riku, envuelto en un manto etílico, agradecía los honores de buena gana y por supuesto, también el sake, que parecía no acabarse nunca.
Tetsuo, por su parte, haciendo honor a su nombre, "hombre de hierro", asentía ante cada brindis con vehemencia, pero apenas mojaba sus labios en el licor. Pero el resto de los presentes del barracón estaban demasiado ebrios como para percatarse de su melancolía.
Tetsuo observó a Riku, el otro homenajeado. Parecía estar divirtiéndose, disfrutando del alcohol y siendo participe de las bromas y ocurrencias de sus camaradas. Un nuevo brindis, " ¡Por los Vientos Divinos! " y todos repitieron la ocurrencia. Tetsuo no se sentía cómodo con esa expresión, “Viento Divino”. Pocos sabían su significado real y él era uno de ellos.
Corría el Siglo XIII cuando Kublai Khan, el conquistador mongol, era dueño de casi toda Asia. La campaña del Khan, enardecido por sus victorias, puso rumbo a Japón. Primero mandó a un emisario, exigiendo su sumisión, pero para el imperio nipón eso era impensable y se rechazó la exigencia. Así, Kublai decidió tomar el país por la fuerza. Una flota de cientos de barcos invadió la costa japonesa. El ejército invasor superaba en número al japonés, y cuando estos estaban a punto de ser aplastados, un potente tifón arrasó la flota del Khan.
Hicieron falta años para que el Khan se recuperara lo suficiente como para atreverse a intentarlo de nuevo. Sería una nueva flota, aún más grande que la anterior, la que pondría contra las cuerdas a los valientes guerreros samurái que defendían las costas. Y fue en su momento de mayor necesidad cuando un nuevo tifón volvió a arroyar a la poderosa fuerza invasora. En esa ocasión, dos tercios de la flota se hundieron, dando una nueva victoria a los japoneses.
Esos tifones providenciales, que salvaron Japón, fueron bautizados como " Vientos divinos". Y ahora, siglos después, el invencible Japón volvía a verse contra las cuerdas. La flota americana había barrido a la nipona y en el aire no estaban teniendo mejor suerte. El alto mando había creado un grupo de pilotos que esperaba obrara el milagro de acabar con la potente flota yanqui. Por ello habían bautizado a esta sección de valientes como " Vientos Divinos" a modo de algo simbólico.
A la mañana siguiente, todo el escuadrón se preparaba para despedir a Tetsuo y Riku. La larga fila de pilotos obsequiaba a los elegidos con una sentida y respetuosa reverencia a modo de despedida. Tetsuo observó a Riku que iba a su lado tratando de no vomitar. La resaca, junto con los nervios, no eran buenos compañeros de viaje. Aun así, aún quedaba un último brindis antes de subir a sus aviones.
Riku tomó el pequeño sorbo de sake y con paso decidido subió a su aparato. Tetsuo envidiaba a su camarada.
El gobierno se jactaba de que todos los miembros de "Vientos Divinos" eran voluntarios, pero no era del todo cierto. Quizá fuera así con sus antecesores, pero en el caso de Tetsuo, su incorporación había sido obligada. Se les hacía saber que los que no se presentaran voluntarios, serían repudiados por sus familias, convertidos en parias para una nación donde el honor valía más que la vida. Debían ser realistas, ya no quedaban pilotos de calidad y en momentos desesperados, se requerían acciones desesperadas.
Tetsuo y Riku despegaron con las poco fiables naves, básicamente, bombas de una tonelada con alas. Un viaje sólo de ida, empujados por el honor y el deber a la patria. Una misión para los "Vientos Divinos", o dicho en su idioma, Kamikaze. "
A mediados de la segunda guerra mundial y tras perder la batalla de Midway, el Imperio Japonés, desprovisto de cualquier posibilidad de victoria marítima, decidió sacrificar a sus pilotos enviándolos a chocar sus aviones cargados de explosivos contra el enemigo. La medida, aunque insuficiente, creo temor en la armada americana. Les costaba entender la pasión suicida del enemigo. A menudo se piensa que todos los kamikazes fueron voluntarios, pero muchos de ellos iban coaccionados y obligados bajo chantaje. Solo uno de cada nueve pilotos conseguían impactar contra los barcos enemigos. El resto eran abatidos antes de llegar a su objetivo, perdiendo la vida en vano.
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