EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (El Quijotillo). Entrega nona por Santiago Delgado




Y de tal modo, y manera, fue así, que, de pronto, percibió Doña Ginesa, con cinco años a su hijo, como persona de este mundo, casi al tiempo en que empezaba yo a medio hablar, como todos los niños, trabucando palabras y malentendiendo otras. Es decir, tomó conciencia de que yo, el pequeño Alonso, existía. Pensó que su retoño portaba el apellido Quijano, y que no guardaba, para él, la debida y obligada memoria de su estirpe, a la que debía sino acrecentar, sí por lo menos no aminorar ni un ápice. Ocupada como se había visto, de hoz y coz, y aun con buen provecho en los asuntos de la hacienda familiar, que facía muy bien, no había podido dedicarle casi nada de su tiempo y su cariño a su propio hijo, que no era otro sino yo mismo, como te habrás percatado, si mi discurso has seguido al punto. Y, siendo así que ocurriera que, ya, tal ajetreo la había raptado por completo, habiendo conseguido acrecentar el patrimonio hasta hacerlo llegar a cierta holgura, no pudo quitarse del hábito de comprar, vender, mantener, cosechar y almacenar, amén de enviar comandas con viajantes y arrieros, pues había hecho costumbre de la necesidad... O al revés, no sé. Por todo ello, pensó que mejor atendido habría de estar su hijo en manos de dómine, como pupilo, en Villanueva o Tomelloso, que no allí, en la quijana hacienda, donde la valía natural de su sangre, de cristiano viejo y aun hidalga, habría de perderse entre ovejas y puercos, labrantines y mozuelas de venta; cuando no viciándose de asuntos propios de menestrales cuales ella misma trataba de contino, y que de menos le hacen al que es Caballero, que se ha de valer por su solo linaje, y de ninguna manera por sus manos o comercios. Todo ello, por no hablar de la harca de cristianos nuevos que habían llegado a la Mancha desde las Alpujarras de Granada, aún no rebelde, pero sí vergonzante de vivir como cristianos nuevos entre sus compatriotas aún no conversos, y en sus mismas montuosas tierras. Habíanse esparcido, los tales cristianos nuevos, por todo el territorio manchego nuestro y aun otros sitios del castellano lar. Gente aún por cristianar del todo, aunque sí bautizada, como es debido. Mi madre quiso evitarme la compaña de cristianos nuevos que menudeaba por La Mancha, y que no apreciados del todo eran, a pesar de su eficaz laboriosidad por todos reconocida.


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