CRONOPIOS. El colgante, 10: el desierto, por Rafael Hortal
Los tres fugitivos avanzaron en el desierto todo lo posible para alejarse del mercado de camellos y dromedarios, pero la oscuridad y el frío los hizo detenerse y acurrucarse junto al camello.
—Me llamo Khalid, os he salvado, y me tenéis que jurar que nunca delataréis mis crímenes. —Alizée hizo un gesto afirmativo. Permanecía en silencio hasta que Khalid destapara que se conocían.
—Yo me llamo Rania de Dartur. Te estoy muy agradecida por liberarme. Mi vida no vale nada para los soldados que me violaron y vendieron al mercader, que me prostituyó durante dos meses.
—¿Qué soldados? —Alizée quería recomponer su rompecabezas.
—Rusos… Hablaban de que cuando regresaran los colmarían de medallas.
—Son mercenarios del grupo M Invest. Exconvictos. Puras bestias. —Khalid estaba cabreado. —Eres libre. Cuando consideres que puedes ir sola, márchate.
—No tengo dónde ir, han matado a toda mi familia… una viuda no tiene derechos. Quiero ir contigo. ¡Protégeme!
—Tengo tres esposas y cuatro hijos, apenas puedo alimentarlos.
—Seré tu cuarta esposa. Trabajaré para tu casa.
—Vamos a descansar. —Khalid zanjó la conversación.
—Sí. Gracias Khalid por liberarnos —le dijo Alizée.
Cuando Khalid y Rania se consiguieron dormir, Alizée sacó de su vagina la talla fálica de madera que le regaló Alain, era una réplica del falo hallado en Mongolia, de 4,5 centímetros de largo por 3 de diámetro. Cortó unas tiras del tejido de su ropa para sujetarlo como colgante al cuello. Se sentía protegida por él. En su estado de duermevela, le pareció escuchar el sonido del tambor de chamana que Bea llevaba en su maleta. Se sentía relajada visualizando ese tabor con las cuatro plumas moviéndose con una cadencia fija. Recordó Las Cuatro Plumas, la novela que escribió Mason en este preciso lugar, en el este de Sudán… tenía final feliz, pensó.
—¿Dónde coño habéis estado toda la noche? —increpó Carole a Alain y Bea cuando los vio llegar al campamento—. Alain intentaba que no se notara la erección que aún persistía.
—¿Y tú dónde? No tenemos que darte explicaciones. ¿Quién coño te crees que eres? —le dijo Bea cabreada.
—Soy vuestro enlace con el mundo real, un mundo que por desgracia no admira el patrimonio histórico, sin sentimientos, donde las vidas no valen ni una mierda.
—¿Y tu mundo real sabe algo de Alizée? —dijo Alain en tono conciliador.
—No, pero sabemos el recorrido de su teléfono móvil. Puede ser que lo tuviese ella o no.
—En la carta decía que no tenía ni batería ni cobertura —recordó Alain.
—Sólo os puedo dar unos datos: Las pirámides de Meroe, donde estamos ahora, son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 2011.
—Eso ya lo sabemos, ve al grano. —Bea estaba impaciente.
—“La Gran Barrera Verde” es un proyecto multimillonario de 20 naciones para frenar el crecimiento del desierto del Sáhara mediante la reforestación de 100 millones de hectáreas de tierra árida desde Senegal, en el oeste africano, hasta Djibuti, en el este. La intención es cultivar la mayor barrera de vegetación del planeta, siendo Sudán el país que contiene el mayor tramo del "muro".
—¿Y eso que nos importa? —Alain se desesperaba.
—Que hay satélites con sensores remotos monitorizando esta zona. Sabemos que el móvil de Alizée está en el campamento que tiene el grupo M Invest de Warner en Al Salamat, cerca de los montes Nuba, donde se perdió el rastro de Alizée.
—¿Qué quieren unos malditos mercenarios de las mujeres? —preguntó Bea.
—¿Te refieres a qué quieren además de violarlas? En este mundo real, los soldados que se juegan la vida necesitan su desahogo sexual entre tiroteos y saqueos ¿O creéis que son capaces de matar y no lo son de violar? Desde que Rusia les ha cortado el grifo económico y han matado a su líder, buscan otros ingresos: apoyar golpes de estado, el tráfico de minerales como el coltán, la venta de esclavas…
—Vamos a Al Salamat —dijo Alain.
—¿Queréis que os maten también?
—¿También? —Alain estaba nervioso, pero su erección persistía.
—Me refiero a los cuatro cazadores alemanes. De Alizée no sabemos nada.
Tras algunas horas de marcha, una gran tormenta en el desierto hizo que Khalid decidiera acampar. Era imposible avanzar más tragando el polvo rojo que se filtraba por la ropa. El camello, como siempre fue su aliado, el parapeto del aire caliente que arrastraba la arena. La provisión de agua era muy escasa.
—Os contaré lo que vamos a hacer. —Khalid habló al fin—. Nos dirigiremos a mi casa en El Obeid. Aceptaré a Rania como mi cuarta esposa…
—Gracias señor —interrumpió Rania y le besó la mano.
—Confío en que nunca delates lo que te voy a decir: Alizée y yo nos conocíamos, trabajé para ella y sus compañeros guiándolos por los montes Nuba.
—Sí, Rania, me alegro que puedas saber la verdad. Kkalid, te estoy muy agradecida, cuando esté a salvo en el consulado francés y pueda recuperar mi dinero, te recompensaré.
—Dejé a tus compañeros en la ciudad de karima, espero que los encuentres… fue una despedida muy… agradable. —Le guiñó un ojo a Alizée—. Creo que querían visitar las pirámides de los faraones negros.
—Lo sé. Espero que les llegara una carta que envié con un alemán a nuestro hotel en El Obeid. Les conté que abandonaría la tribu de los Nubas de Kau, aunque no pude llegar a hacerlo. Saquearon la aldea y me llevaron prisionera junto a mujeres y niños.
—¿Quiénes?
—Terroristas islámicos. Tuve mucha suerte, podría estar muerta, pero me canjearon a unos soldados por armamento… y no sé como acabé atada en esa haima. Cuando entraste la primera vez, pensaba que me querías comprar para esclava sexual.
Continuará…
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