EL VERDE GABÁN. Las mocedades de Don Quijote -6, por Santiago Delgado
Mas, al venir, aún más tarde, aquella otra guerra fratricida entre Doña Juana y Doña Isabel, en la pasada centuria, mi señor abuelo, Don Fadrique, entendiéndola como guerra contra el portugués, aliado de doña Juana, lidió con la ganadora, en la famosa batalla habida en Toro, que, con la Señora Beltraneja acabó. Y, siguió yéndole bien a mi Casa, siempre cerrando filas con el ganador. Quiero decir, la ganadora. Me legó la familia que, aquel mi bisabuelo debió insistir, y pagar a quien hubiera de pagar para lograr el Condado de Quijano, nombre de sus predios. Pero todo lo que tenía de aguerrido en la batalla, era apocado en la Corte, y quedóse hidalgo para él y sus descendientes entre los que me cuento. Y eso está bien que así sea, pues que yo no debo mi arrojo en la milicia de la Caballería Andante a ningún título de nobleza, ya sea comprado, ya sea debido, sino a mi brazo y a mi corazón, impelido por mi acendrada y dulcinesca religión, como sabes.
Pero casi todo esto, en su mayor grandeza, se perdió en nuestros inmediatos días, de la Historia, recién pasados, Sancho. Mi buen abuelo, Don Martín, vino a morir, combatiendo valientemente contra los partidarios de rendirse al César Carlos, en las calles de la Toledo de doña María Pacheco, dama comunera última de la Castilla anti-imperial. Fue la primera vez que la familia se equivocó, en la elección de causa ganadora. Mi señor abuelo, Don Martín Quijano, creyó que las Comunidades eran Castilla, y los señores flamencos de Don Felipe el Hermoso y Don Carlos, conquistadores foráneos. La Historia, amigo Sancho, siempre la escribirán los vencedores. La inquina castellana contra los exactores del primer Habsburgo era tal, que el pueblo ideó esta coplilla, sobre el intendente mayor de los flamencos invasores, el mentado Sevres:
Guárdeos Dios,
ducado de a dos,
que el señor de Sevres
no topó con vos.
Y es que no de otra forma se comportaban los imperiales, sino como invasores del terreno, confiscando y robando a mansalva, para ellos, y para el Imperio. Mi casa, amigo Sancho, se resintió mucho de ser parte de los derrotados en Villalar.
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