CRONOPIOS. El colgante XII. Fosforita, por Rafael Hortal




Estaba amaneciendo en el poblado derruido en el desierto de Sudán. Alizée se despertó y fue a recoger el agua condensada durante la noche antes de que apretara el calor y se evaporara. Continuaron el monótono viaje mientras Alizée recordaba las tribulaciones de las últimas semanas: desde que salió de Francia todo había sido muy intenso, y seguía viva para contarlo. Pensaba que había tenido mucha suerte teniendo en cuenta cómo eran los energúmenos que la esclavizaron. Agarró fuertemente el colgante fálico de madera tallada y recordó a sus amigos, estaba segura de que se preocupaban por ella y que la estaban buscando. Al atardecer llegaron a la carretera que llevaba a la ciudad de El Obeid. Alizée se unió a un pequeño grupo de gente andando que huía de su pueblo saqueado y buscaban rehacer su futuro en la gran ciudad. Khalid con Rania no siguieron en línea recta, entrarían a la ciudad por otro lugar más al norte para pasar desapercibidos. 


Peter, desde Londres, llamó a Alain para decirle que, aunque las agencias de noticias internacionales se centraban en el viejo conflicto de Gaza, olvidándose del resto del mundo, había encontrado una reseña que aseguraba que los cuatro cazadores alemanes asesinados en Sudán, eran en realidad geólogos del servicio secreto alemán. África era un hervidero entre golpes de estado y matanzas étnicas para conseguir los minerales que los países desarrollados necesitaban para su avance tecnológico. 

—¡Fosforita! —dijo Meowri al acercarse a Alain y Bea.

—¿Qué? —dijeron al unísono.

—La ubicación del yacimiento de fosforita es lo que todos buscamos. Ahora que vuestro amigo Peter ha destapado que los cazadores muertos eran geólogos espías, tengo que deciros que es probable que vuestra amiga Alizée tenga las coordenadas del yacimiento en las montañas Nuba.

—¿Por qué lo crees? —preguntó Alain.

—Sabemos que los alemanes asesinados no llevaban consigo la información. Los torturaron y no dijeron que eran espías, sólo admitieron ser cazadores. Creemos que le pasaron la información en un portátil o en un pendrive a Alizée.

—Por eso os interesa su mochila. ¡Cabrones de mierda! —dijo Bea.

—Cariño, también os queremos ayudar a encontrarla, por eso os llevaré al hotel de El Obeid, creemos que vuestra amiga va en esa dirección.


Ya entrada la noche, Alizée llegó al hotel, continuaba vestida con ropa de hombre y turbante. Meowri la esperaba en la recepción. Habían controlado sus movimientos a distancia desde que entró en la ciudad.

—Hola Alizée, por fin te encontramos a salvo —dijo Meowri demostrando alegría.

—¿Quién eres?

—Soy de la embajada americana. He colaborado con tus compañeros para encontrarte. ¡Qué alegría les dará saber que estás bien! Te llevaré con ellos, pero antes date una ducha en mi habitación, allí tengo ropa para ti. ¿No llevas equipaje?

—No.

—¿Y tu mochila?

—Me la quitaron cuando asaltaron la tribu Nuba.

Entraron en una habitación del hotel. Meowri continuaba demostrando una amabilidad sospechosa. Alizée se despojó de la ropa polvorienta y la dejó caer al suelo, guardó el colgante en su mano izquierda y entró en la ducha. Desconfiaba de ella, pero no le importó que le enjabonara el cuerpo. Quería comprobar por qué una funcionaria de la embajada americana era tan servicial, y que es lo que ocultaba, o quizá sólo era por atracción sexual. 

—¿No llevas marcas? ¿Te han torturado?

—¿Quiénes? —Alizée no confiaba en ella hasta que hablara con sus amigos.

—Bueno, vamos a ver a tus amigos. Están en la suite nupcial.

—¡Qué románticos se han vuelto! —bromeó.

Cuando entraron en la habitación, los tres se abrazaron y lloraron.

—Meowri, ¿podrías dejarnos a solas con ella? Tenemos tanto que contarnos —dijo Alain guiñándole un ojo.

—Lo siento, tengo ordenes de no perderos de vista hasta que estéis a salvo fuera de Sudán. 

—Gracias cariño por tanta protección —dijo Bea mientras se acercaba a Meowri para abrazarla—. Si no te quieres ir, siéntate allí y espera en silencio... si eres capaz —rio mientras señalaba un sillón junto a la gran cama de la suite nupcial.

Mientras Bea distraía a Meowri, Alain se acercó a Alizée y le susurró al oído:

—No nos fiamos de nadie, siempre nos graban las conversaciones.  

—Veo que el colgante fálico te ha protegido —le dijo Bea acercándose a Alizée. Lo cogió y lo besó, después lo situó en la boca de Alizée y le dijo:

—Podríamos celebrar el reencuentro con una felación a Alain, me imagino a las dos jugando con su falo divino, somos sus guerreras. 

Alizée comenzó a sentir excitación solo de pensar en las palabras de Bea, y sin decir nada comenzó a besarla y puso el colgante entre las dos bocas. 

Alain se acercó a ellas tocando sus culos y apretándolos, sintiendo los instintos primitivos de un animal, su falo se puso inmediatamente muy duro, agarró la mano derecha de Alizée y la mano izquierda de Bea y las dirigió hacia su erección. 

—¡Uuuhm…! ¡Parece que la tienes más grande, más hinchada que nunca! —le dijo Alizée tras acariciar su pene erecto. 

—Será por todos los ungüentos que me ha puesto Bea, parece que su brujería te ha salvado ¡No soy tu guerrero africano, pero soy la aventura de tu vida! —le contestó Alain mirándola a los ojos mientras metía su mano en el pantalón para acariciar su pubis. Llegó más abajo. 

—¡Estás mojadita! Sacó su mano del pantalón y chupó sus dedos mientras ponía ojos de placer. 

—¡A ver el sexo de Bea, si está igual o necesita que le bese un poquito por debajo del ombligo! —Continuó Alain inmerso en la fantasía a la que le estaba llevando su mente.

Se desnudaron rápidamente. Alizée acarició los grandes pechos de Bea, le pellizcó los pezones. Bea también jugueteó con los pechos de Alizée y la abrazó. Los cuerpos se apretaron al tiempo que sus mentes pensaban que su amistad duraría siempre. Bea les pidió su deseo de forma efusiva:

—Hoy quiero que me hagáis gritar, quiero sentirme viva, hacedme vuestra, comedme entera, agarradme, devoradme, y sobre todo Alain, fóllame; no quiero que me hagas el amor, deseo que me jodas bien fuerte, por favor; quiero sacar esta leona, perra, zorra que reprimo últimamente. ¡Hazme sudar!  




                                                       

Continuará en la novela “El colgante fálico”





Ilustración: acuarela de Manuel Leyva

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