CRÓNICA IMCOMPLETA DE NARRATIVA, DULCINEOS EN ACCIÓN, por Santiago Delgado
El cronista, que no sabe que va a ser cronista del acto, llega tarde a la cita. Pide perdón y no da excusas. El cronista a su pesar piensa que dar explicaciones es algo así como imponer el perdón al supuesto perdonador. Y calla. Ocupa su sitio en el estrado, y escucha cómo el capo de mesa cita su curriculum. Una exageración de méritos. El recién llegado añade el recién obtenido mérito de haber cumplido el pasado sábado los 50 años de matrimonio, las señoras asistentes, por enfrente del dorado celebrante, sonríen beatíficas.
Y, enseguida, Don Pedro, el citado capo della tabla nos pregunta si somos novelistas de brújula o de gps. Es decir, si hacemos un mapa de la novela o vamos descubriendo el argumento según avanzan las páginas. Cada cual arguye con su ideario al respecto. De lo que dice Bernar, el gallego filósofo y literato, se considera ambidextro en ambos menesteres. Vicente Llamas se desmarca de la dilogía y defiende su caos personal, en lo narrativo, donde únicamente manda su mente creadora, pasando de premeditaciones narrativas. El cronista apenas memoriza estas disposiciones de sus compañeros de mesa, porque sabe que no va a ser cronista. Y así mismo, el mencionado gépido expone que, siendo novelista histórico se limita a carnar, sobre todo humanamente, a los protagonistas de su novelas, y cita, vanidosamente a sus novelibiografiados: Salzillo, Floridablanca, Evhegaray, Ayanz y Al Watiq, callando sus novelas no apoyadas en personaje. El cronista cree útil explicar lo de gépido. Los gépidos fueron el pueblo germano que traspaso el limes imperial en último lugar, cuando ya estaba todo el pescado romano vendido, y no había legión que expulsar aquende el Rhin.
Don Vicente, el narrador filósofo o viceversa narra una experiencia personal a la que sometió a su alumnado. Los concitó en el interior de Notre Dame de Paris, a determinado arco del templo, bajo el cuál y a tal altura y condiciones geométricas otras, se veía un Aleph, nada menos. Lo hizo para desmitificar determinado tipo de novela histórica relacionado con cierto estúpido esoterismo al uso. Para su pasmo, recibió noticia fehaciente de que tal suceso es verificable.
Don Bernar sí que afirmó preparar sus novelas y viajar, en lo posible a los sitios donde se novelizan sus creaciones. Y afirmó galante y paladinamente, que es su mujer, Carmen, quien repasa y corrige todas sus novelas. El cronista afirmó haber sido casi siempre a sus sitios correspondientes, pero a posteriori.
Hubo consenso en la mesa en dar por anticuado a la sistematización de la narrativa por la naturaleza del narrador: omnisciente, primera persona, plurisubjetivad, etc. Se requiere una nueva sistematización. Ni los coches andan con gasógeno, ni se está expandiendo la electricidad. Un servidor alude que Unamuno no precisaba de nada de eso, para estar presente en todo sus textos novelísticos. Hasta en las preposiciones. La mesa por entero queda a la expectativa de los nuevos teóricos de la literatura. Se demonizó a la Inteligencia Artificial, y se dio la palabra al público. Este gépido cronista aludió a la frase de José Luis Sampedro: “ya pueden disparar sobre el pianista”, que gustó ciertamente a todos.
Y eso no fue todo. El abajo firmante pide perdón por los olvidos, y, siguiendo su costumbre, sin dar excusas, ni explicaciones; por no hacer sentir obligación de perdonar a nadie. El perdón, o es gratis o no es perdón.
Agur.
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