RELATOS DE UNA MOSCA, Del postureo al amor y de ahí..., por Pedro H. Martínez
Que a muchos llevo engañados, lo sé y ellos también, por eso ni es verdad ni es mentira que te quiera princesa mía… Ya ven ustedes lo directo que he vuelto de las vacaciones, y es que este verano he cogido color, del bueno, del que se quita embadurnado en Nutela o Nocilla o manteca “colorá”. Muchos de ustedes pensaran que las moscas no cogemos color, pues se equivocan, a simple vista llevan razón, pero si miran de cerca, verán que mis ojos se han clonado azules como el mar Mediterráneo y mis patas, se han dorado por el sol y el viento de levante o de lebeche, según sople.
Que he lucido palmito, garbo y diéresis. He conocido a una mosca francesa, ha viajado desde el mismísimo París hasta La Manga del Mar Menor, en un rincón del parabrisas del automóvil de las personas con las que vive. Dice que lleva años viniendo a España, y yo me lo creo, me encanta el acento de esa gachí, cuyo nombre olvidé, cosas de la especie. Dicen que las moscas vivimos 28 días, si no somos aplastadas o fumigadas antes, pero yo me creo lo de la francesita, que vino pesando medio gramo y se ha marchó con 3 gramos, y la verdad estaba preciosa. Yo tengo la suerte de estar viviendo más de esos 28 días, ¿por qué no lo va a hacer ella si en Francia están más avanzados?
A ella le encanta España, dice que regresa siempre con gramos de más. Y que este país es para comérselo, creo que esta frase no es mía. Y es que en España tenemos un refrán que dice “más vale que sobre que no que falte”, así cocinan de más. Y nosotras las moscas, comemos maravillosamente. Sonreímos más, con sobrepeso, pero elegantes. Pero volveré a nuestro romance. Si, al principio todo era postureo, sonrisas al aire, miradas estrambóticas y profundas, prismáticas y ardientes, nos entendíamos muy bien en nuestras charlas sobre arte, submarinismo o velocidad, apostados sobre un hueso de una alita de pollo mirando el atardecer desde la puesta de sol de Cabo de Palos, y … finalmente, nuestras alas se liaron como dos paracaídas y caímos doblegadas al amor. Amor de sofá, de alcoba, de alfombra, de lavabo… Me dejaba ir y venir, su cuerpo, hecho para trabajarlo en equipo, me hacía hacer cada un esfuerzo más, entre el arriba y el sobre peso del abajo, mis alas se tonificaron y blandían más rápidos que Usain Bolt por la pista de tartán.
Y me enamoré. Me susurró al oído “L’Hymme á l’amour” de Édith Piaf, y claro, me desplomé, perdí las fuerzas sobre un plato lleno de cascaras de gambas, que placer. Su aroma a gamba, su zumbido afrancesado, sus delicadas patas, suaves y peludas… dejé de ser yo. Fue irresistible. Le conté mi vida, toda, no dejé nada, claro, de lo que me acordaba. Y sentí como su Sagrado Corazón me pedía ser más atrevido que nunca, le pedí la mano, le pedí que se casara conmigo, en mi pata anterior derecha un pétalo de margarita comestible. Y ella dijo…
“Si quiero”, mi esqueleto explotó en luciérnagas de colores, las estrellas del cielo bajaron hasta nosotros para aplaudir la decisión, las escasas nubes de aquella noche se unieron entorno a la luna formando un corazón…
Al día siguiente, me desperté y ella estaba nerviosa, comiendo algo de fruta que había sobre la mesa. Me gustaba verla de espaldas, desnuda, dibujar su silueta contra la luz de la mañana. Todo era idílico, pero distinto. Se volvió y me dijó: “viviremos en Clichy… en casa de un marqués despistado y denostado. Además, quiero una boda con muchas moscas invitadas, una orquesta de mosquitos trompeteros, una esquina de quesos, un dj moscardó de sangre azul, un photocall con tu cara y la mía, una máquina de hacer palomitas dulces, un ramo de pétalos de margaritas comestibles, un vestido de Hermés y cena de gala en Maxim, la noche de bodas la quiero en el Ritz y en el viaje de novios quiero subir a la Torre Eiffel, volar y retozar en los Campos de Marte, allí quiero dejar nuestros primeros huevos, nuestros primeros retoños, que crezcan oliendo a hierba fresca, a la sombra de los cipreses de Los Inválidos con aroma a resina. Y quiero gozar contigo sobre los lienzos de los impresionistas, hacerte el amor a bordo de una barcaza sobre el Sena, o bajo uno de sus puentes, quiero…”
Lo lamento, la abandoné. Empecé a sentirme realmente mal. ¿Hoy casarse no conviene? Casarse vale más que una vivienda propia. Y menos, si ella es caprichosa. Además, que hace un mosca de Murcia con, ahora recuerdo su nombre, Ninette, ay Ninette.
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