AMIMANERA. Vivir o sobrevivir, por Juan Ángel Sánchez
No pretendo dar lecciones de lo que es o no es la vida —cada persona la afronta como puede—, pero sí quiero compartir una reflexión: la clave, en mi opinión, está en el conocimiento y en todo lo que nos hace crecer como seres humanos.
El arte, la historia, la música, el cine o la literatura son el eje que vertebra nuestra existencia. Esa capacidad de contemplar, disfrutar y aprender de lo que hemos creado como especie es, en gran medida, lo que nos distingue de los animales. Ellos viven; nosotros, además, tenemos la posibilidad de admirar.
Asistir a un concierto, leer un libro, emocionarse con una película o reflexionar ante una obra de teatro no es mero entretenimiento. Es una manera de escapar, aunque sea por un instante, de la única verdad absoluta que todos compartimos: la muerte. No hablo de un elitismo intelectual ni de un afán pedante, sino de un saber útil y vivencial, que nos enseña y nos ayuda a habitar el mundo con más sentido.
Ese bagaje es también un legado. Nos transmite la experiencia de quienes, antes que nosotros, decidieron dejar testimonio en cualquiera de las formas de expresión humana. Gracias a ello, aprendemos de sus aciertos y errores, y evitamos repetir tropiezos innecesarios.
Aquí entra en juego el pensamiento crítico, esa chispa que ha impulsado la evolución desde los albores de la filosofía. Pensar y cuestionar incomoda a muchos, pero sin reflexión no hay acción, y sin acción meditada, no existe progreso. Por eso valoro tanto las conversaciones con amigos que me contradicen, que me ofrecen otra mirada, que me critican con honestidad. Así se hacía en la Atenas de Sócrates, Platón o Aristóteles: confrontando ideas para acercarse a la verdad.
En cambio, vivimos tiempos en que los poderes —fácticos o no— prefieren que la gente no piense, que se limite a distraerse. Pan y circo, como en Roma. Una sociedad sin juicio propio está condenada a la manipulación y al estancamiento.
Conocer el mundo que nos rodea es, como afirmaba Aristóteles, uno de los mayores placeres de la vida. Él hablaba de una vida contemplativa, no como un acto pasivo de mirar las estrellas (aunque también), sino como una actitud activa de observar, comprender y maravillarse con las leyes físicas, las matemáticas, la psicología, el arte… en definitiva, con todo aquello que da sentido a nuestra existencia.
Eso es el saber: intentar comprender cómo funciona el mundo, admirar la belleza —humana, natural, intelectual— y, sobre todo, vivir…no solo sobrevivir.
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