ESCRITOR INVITADO: Intereses y pasiones, por Luis M. Iruela







André Maurois en la parte de su Diario dedicada al exilio en América, recoge un juicio del filósofo francés Alain: “Los intereses transigen, las pasiones jamás”. Afirmación que supone una síntesis del pensamiento de este y un espejo la situación política mundial a la altura del siglo XXI.


Si algo caracteriza a la civilización de nuestra época es la desaparición de la ética (o el fracaso en construirla sobre unas bases mínimas aceptables de convivencia), lo que nos ha llevado a padecer la vuelta de las guerras de exterminio a pesar de toda la experiencia histórica. Con la única cortapisa del miedo a un apocalipsis terminal.


Sócrates, Platón y Aristóteles como principales figuras se esforzaron en preguntarse acerca de la “vida buena”, de la Justicia, la Verdad, la Virtud y de la manera en que debíamos comportarnos. Por otro lado, las religiones del Libro ofrecieron una ética deontológica fundamentada en la creencia en el Espíritu. Siglos más tarde, Kant acepta el reto de elaborar unos principios universales de naturaleza laica expresados sucintamente en su “imperativo categórico”.


Sin embargo, muchas mentes filosóficas brillantes han objetado la posibilidad de alcanzar con racionalidad un criterio mundial de buena conducta. Ese escepticismo lo encontramos en Hobbes y sobre todo en David Hume, quien opinaba que la ética provenía de los vicios y bondades de una comunidad, es decir, que se trataba en realidad de una moral, derivada de las costumbres (mores) de una sociedad humana.


Jeremy Bentham inventó el utilitarismo cuya guía normativa era el mayor bien para la mayoría, sentando los cimientos para una ética de la democracia liberal y… reforzando las convicciones protestantes del capitalismo.


Nietzsche, por su cuenta, se dedicó a demoler los valores cristianos y a propiciar la emergencia del juicio y criterio personal del “superhombre”, dando paso a la idea postmoderna de una ética centrada en la emoción individual (ética emotivista) cuyo resultado último ha sido una fragmentación de los valores y la aparición de un egocentrismo y egoísmo difíciles de superar. Por cierto, tampoco es ajena a esta evolución el Romanticismo y su exaltación del “yo”.


En realidad, en estos tiempos hemos recuperado la noción de “virtú” a la que Maquiavelo dedicara su obrita El Príncipe con una sinceridad sin limitaciones. Virtú significa eficacia para conseguir unos objetivos concretos sin reparar en los medios. No puede decirse que el diplomático florentino fuera hipócrita en su exposición. Así pues, describió la naturaleza del poder político en toda su crudeza, es decir, la tantas veces citada sentencia de la “vida tal cual es”.


Este pensamiento, se ilustra en la tercera parte de la película El padrino con estas palabras: “Política y crimen son la misma cosa”.  Los epígonos de hoy en día prefieren, no obstante, envolverse en una quincalla de ocurrencias de desecho a la que llaman ideología, que no pasa de ser un manto para tapar la rapiña y el ansia de poder y de sexo en su más grosera manifestación.


Para efectuar una negociación hace falta más inteligencia y sentido de estado que astucia cazurra. Hace falta comprender otros intereses y puntos de vista, hace falta deliberar como señalaba Gadamer en su hermenéutica.


En el panorama actual, todos los encuentros están infiltrados por la pasión. Sobre todo, por las emociones negativas como el odio, cuya esencia, al decir de Philip Lersch, es la busca del exterminio de lo odiado. Una verdadera pulsión de muerte. Toda la llamada alta política de nuestro tiempo consiste en fomentar y premiar el odio. “Pedagogía del odio” llamaba Borges a la figura. Y así nos va empujando a contemplar el crepúsculo vespertino de una sociedad que considera lícito y legítimo que todas las vidas humanas no son iguales y que está plenamente justificado, por tanto, el asesinato de algunas de ellas. Justo lo que predica el fanatismo terrorista.



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