PUNTO DE FUGA, ¡Ánimo!, por Charo Guarino

 

Esta semana, en una de las sesiones de ‘Aquagym’ a las que procuro asistir con cierta asiduidad para coadyuvar a la rehabilitación de mi pierna, la monitora pronunciaba un entusiasta «¡ánimo!», mientras con la palma de la mano abierta hacía ademán de golpearse suavemente el centro del pecho. No son casuales ni la palabra ni el gesto referido que, junto a una amplia y alentadora sonrisa, usaba para insuflar aliento entrel as participantes.

Que el estado anímico influye en la salud queda fuera de toda duda, como está claro que las personas antes o después acaban siendo víctimas de circunstancias desfavorablesm antenidas en el tiempo, situaciones que hacen mella en el espíritu y debilitan y confunden el sistema inmunitario, la defensa con la que cuenta el cuerpo para luchar contra potenciales infecciones y que a veces termina luchando contra sí mismo como cuenta la mitología griega ocurrió a los autóctonos con los que hubieron de los héroes Cadmo o Jasón en sendos episodios cruciales de sus respectivas peripecias vitales.

Las plantas medicinales y la homeopatía contribuyen junto con los medicamentos desarrollados en laboratorio a preservar la salud, a restituir el vigor perdido o a paliar los efectos adversos de la enfermedad o del implacable paso del tiempo. La alimentación adecuada, la práctica de un ejercicio físico saludable, así como el cultivo de aficiones que nos satisfagan son imprescindibles para que el engranaje biológico funcione. Pero hay algo más que no depende estrictamente del individuo, que trasciende sus límites corporales y que resulta necesario para una existencia plena: la relación con el otro. Porque, como dijera Aristóteles, el ser humano es un ser social por naturaleza (ἄνθρωπος φύσει ζῷον πολιτικόν).

El estudio de las palabras nos revela secretos ocultos y nos da razón de cosas que ignoramos porque poco a poco va perdiéndose la noción de su existencia, hasta quedar encriptada. La etimología desentierra esos secretos, y a través de ella podemos ver hasta qué punto están relacionadas cosas aparentemente tan dispares como el tomillo y las emociones, o estas y la salud.

En la antigua Grecia (tenemos testimonios, entre otros, en Homero, Sócrates o Platón),se habla del thymós. Para Homero es la sede de las emociones y los sentimientos, así como el lugar donde se encuentra en esencia el aliento vital. El ardor guerrero es también thymós, como lo son el enojo, la indignación o la ira. El ‘coraje’, que empleamos coloquialmente en la expresión ‘me da coraje’ en el sentido de ‘me produce pesadumbre’ (o pesambre, como se dice coloquialmente en Murcia haciendo uso de la síncopa). Porque el coraje es valor, y como tal valentía para enfrentarse a lo que nos perturba. Asertividad.

Platón lo considera un puente entre el nous (el pensamiento, protagonizado por el cerebro) y el menos (el deseo), es decir, entre lo racional y lo anímico, lo concreto y lo abstracto, que forman un todo indisoluble, y que ya en la tradición épica constituían la tres partes principales del alma.

Todos tenemos en mente la imagen de Tarzán golpeándose el pecho y emitiendo simultáneamente su célebre grito que alguna vez hemos imitado. El punto concreto donde se golpea es el conocido como ‘thymos thump’ (el punto de la felicidad), que se cree activa la energía. El propósito al activarlo era el de alentar el valor y ahuyentar el miedo, tal como hacen muchas tribus guerreras, y podemos ver en los juegos de los niños, seguramente emulando inconscientemente lo que observan antes de interiorizarlo.

Quizá no sea gratuito el gesto de Popeye, golpeando ostentosamente su diafragma para tragarse el bote de espinacas que le procuraba valor, energía y fuerza, gesto probablemente heredado desde aquellos primeros homines sapientes, seguramente previa y también paralelamente practicado por distintas especies de homínidos, como observamos hoy en gorilas, orangutanes o chimpancés.

La razón de este nombre se debe a una glándula importantísima pese a su pequeño tamaño: el timo, cuya disfunción al parecer está relacionada en algún caso con el suicidio o con determinados tipos de cáncer, lupus y otras enfermedades varias que afectan al sistema inmunológico. Su posición recóndita, tras el esternón, está en consonancia con la sede que tradicionalmente se otorga a las emociones más íntimas (en el doble sentido de más internas y más privadas): las vísceras, como el hígado (el griego ha dejado huellas en nuestro vocabulario de su importancia anímica, como podemos percibir en los adjetivos ‘colérico’, ‘melancólico’ o ‘atrabiliario’, que hacen referencia a la bilis), el corazón, o, de forma genérica, las entrañas (epithymía, que es a su vez sinónimo de ‘antojo’, ‘deseo caprichoso’, como el que se atribuye a la mujer durante el embarazo), en la expresión afectiva hiperbólica ‘hijo de mis entrañas’.

El género del thymos engloba alrededor de trescientas especies de hierbas y subarbustos perennes, entre ellos el thymos vulgaris, vulgarmente conocido como tomillo. No es casual su nombre, pues, de manera similar a lo que ocurre con el romero, nos encontramos ante una planta silvestre de apreciadas propiedades medicinales, especialmente apropiada para tratar problemas de las vías respiratorias, como el asma o la bronquitis, con una flor además que presenta cierta semejanza formal con la glándula.

Se dice que las doncellas en el medievo ponían tomillo en las armaduras de los caballeros con el fin de alentar su valor, pero seguramente también como señal de amor y afán de protección, por sus propiedades antisépticas.

En griego moderno —la cantante helena Elefteria Arbanitaki tiene un tema precisamente con ese título— se emplea la expresión Na me thymáse, esto es, ‘para que no me olvides’ (literalmente, ‘para que me tengas en el thymós’).

Nada mejor que mantener activo el thymós para procurar tener a raya enfermedades y preocupaciones. En parte está en nuestras manos, así que ¡ánimo!



Fotografía: Kandinsky, Fuga.



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