LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El árbol de Diana, por Gabriel Lauret




Me gusta leer sobre la vida de los compositores del siglo XVIII porque en ocasiones resulta tan entretenido como leer una novela de aventuras. El deseo de aprender, las modas y el gusto (o disgusto) de determinados gobernantes, motivaban le necesidad de trasladarse, varias veces en ocasiones, en busca de un lugar apto para desarrollar una carrera que les permitiera vivir sin estrecheces o, incluso, triunfar en la música. Algunos de estos autores presentan una serie de tópicos recurrentes. Entre los más habituales encontramos el del compositor que disfrutó de fama universal en su tiempo, aclamado por el público y protegido por monarcas, al que el paso inexorable de los años lleva al olvido más absoluto, o  el de los paralelismos con W. A. Mozart. Añadamos un tópico muy patrio, el músico español que debe emigrar para poder desarrollar todo su talento, célebre en todo el mundo pero que es un desconocido en su tierra. Todos estos lugares comunes los encontramos en la figura de Vicente Martín y Soler.


Nació en Valencia en 1754, sólo dos años antes que Mozart, donde ingresó en el coro en la catedral. Esta formación como cantante y su conocimiento de la voz posiblemente condicionaría que la mayor parte de su obra se centrara en la ópera. Hay poca información de estos años pero sabemos que se trasladó a Madrid muy joven, en cuya corte recibió en 1775 el encargo de componer una opera bufa (lo que en lenguaje popular entenderíamos como cómica). Esta obra, dentro del estilo del drama giocoso italiano que el Conde de Aranda pretendía implantar en el teatro español, tuvo tal éxito que fue traducida al español y convertida en zarzuela. Veremos como la moda por lo italiano le permitirá conocer diversos países y cortes.


El príncipe de Asturias, futuro Carlos IV, posibilitó que pudiera trasladarse en 1777 a Nápoles que, con su tradición operística y su rico mundo teatral, era el lugar idóneo para un compositor con vocación de crear obras para la escena. En Bolonia estudió también con el padre Martini. Para diferenciarlo del teórico franciscano se le conoció a partir de entonces como Vincenzo Martini, il Spagnuolo. Comenzó haciendo obras para alcanzar notoriedad: algunos ballets para el bailarín Charles Le Picq y, sobre todo, el Concierto de los cañones, en el que participó el Rey de Nápoles disparando salvas con la música. Este triunfo le proporcionó un encargo para el prestigioso teatro de San Carlo. Comenzó escribiendo óperas serias pero pronto se dedicó a la composición de óperas bufas siguiendo las preferencia del público. Su fama se extendió por toda Italia y recibió encargos para componer óperas, cantatas y ballets.


Sin embargo, decidió mudarse a Viena en 1785. En su corte, el teatro lírico gozaba de gran aceptación. Aunque su estancia vienesa fue corta, solo tres años, le deparó fama universal. Allí conoció y trabajó con Lorenzo da Ponte, libretista que también lo fue de Mozart y con quien también creó tres óperas, mucho mejor recibidas por el público que las del salzburgués. Su mejor obra sería, sin duda, Una cosa rara, a la que siguió una obra mitológica de ambiente pastoril, L’arbore di Diana, cuyo argumento se adecuaba a su estilo, caracterizado por la dulzura de las melodías y los ritmos de danzas, y que fue la obra más representada en Viena durante años. Compositor y libretista encontraron la fórmula con la que alcanzaron unas cotas de popularidad difícilmente superadas por aquella época en toda Europa.


Pese a sus triunfos artísticos en Viena, el entonces llamado Martini viajó a Rusia en 1788, invitado por Catalina la Grande. Allí se representaron algunas de sus óperas traducidas al ruso y también compuso otras en las que mezclaba el estilo italiano añadiendo melodías del folclore ruso, en las que contó con la colaboración como libretista de la propia zarina. Asimismo, durante estos años de su estancia en Rusia, volvió a coincidir y trabajar con el bailarín Le Picq. Su relación fue tan estrecha que se casó con su hija María.


Pero, aun cuando su situación en San Petersburgo era envidiable, se trasladó a Londres en 1793, reclamado por su amigo Da Ponte. A un primer éxito, La capricciosa corretta, basado en Shakespeare, le siguió un gran fracaso, quizás provocado por desavenencias entre compositor y libretista. Así pues, en 1796  decidió regresar a Rusia. 


Tras el fallecimiento de Catalina, mantuvo su prestigio en la Corte con el zar Pablo I, pero con su muerte fue perdiendo influencia a causa del desinterés de Alejandro I por la ópera italiana. Se dedicó a dar clases de canto hasta que murió en San Petersburgo en 1806.


Quizás sea la influencia de Martín y Soler en Mozart la muestra más fehaciente de la importancia que tuvo. Mozart escribió dos arias para una de las muchas reposiciones de una de sus óperas cuando Martín ya no estaba en Viena. Pero, sin duda, la cita de un aria de Una cosa rara en una escena de Don Giovanni y la mención de su nombre en esta obra maestra es lo que ha llevado a este autor a la inmortalidad, aunque muchos no entendiéramos a qué se refería.


El tiempo pone a cada uno en su lugar, pero probablemente ha sido muy injusto con Vicente Martín y Soler. Tras desaparecer prácticamente de la historia de la música, en los últimos años se ha producido un descubrimiento, todavía no completo, fruto del interés de investigadores, de los músicos que lo han vuelto a interpretar y de una apuesta decidida de las entidades valencianas en recuperar su figura que aquí envidiamos.



Vicente Martín y Soler con 23 años. Por Jacob Adam (1787) según un dibujo de Joseph Kreütizinger




Comentarios

  1. Muy interesante tu artículo. Desconocía al personaje y leerte me ha despertado la curiosidad.
    César Escudero.

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  2. Muy interesante! Espero con muchas ganas tu próximo artículo. Muchas gracias.

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  3. Desconocia por.completo la existencia.de.un músico.que debio ser.impactante en su momento pero que el tiempo ha borrado
    Gracias a quien.se dedica a sacar del olvido a tanto genio.

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  4. Como siempre despertando interés a toda clase de público, Gabriel. Yo tengo que agradecer, después de una vida dedicada a la historia, que en los libros de música de 3º ESO se le dedicara una línea que rezaba así: y en España, Martín y Soler con “Una cosa rara”… Estupendo Gabriel, muchas gracias.

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