EL VERDE GABÁN. Cervantes el hidalgo que perdió la sonrisa (I), por Santiago Delgado

 

Mirad, no sólo veáis, el retrato que Juan de Jáuregui le hizo, supuestamente, a Cervantes. Da igual que no sea Cervantes. Psicológicamente, sí lo es. Está engolado; esto es, lleva gola. Eso le hace tener el cuello estirado, y la barbilla alzada. Es una concesión a los cánones del retrato pictórico, a los que obedecen artista y modelo. Pero la mirada no vuela lo que debiera con ese escenario facial. No quiere, no puede. Es una mirada que concede el mínimo de altanería, como para cumplir solamente. Lo que desborda ese rostro es una tristeza metafísica exacta. Don Miguel de Cervantes Saavedra está dentro. Vemos una envoltura de su rostro. Alguien que fue siempre viejo del alma, y desconoció sonreír; a su pesar. La felicidad le huyó como las ovejas huyen del lobo. Su vida fue un viajar continuo. Primero, en pos de la penuria endémica de su padre, cirujano de sangrías y quitamuelas, amén de barbero: Alcalá, Valladolid, Madrid, Sevilla. Pena no poder entrar en la Complutense, por carecer de posibles; pero su madre y hermanas, sí pueden costearle la Academia de López de Hoyos. Un premio de consolación. Se enamora platónicamente de Isabel de Valois, la niña que esposará Felipe II. Y por defender su honor, fiere con gravedad a un Antonio de Sicura, noble de cuna y desaforado en proclamar los amores espurios de la niña con el loco Infante Don Carlos. Pena de destierro y, dicen algunos que también de la mano izquierda. Cartagena, Roma, Lepanto… (continuerá)





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