MINUETO. Wagner contra Mozart, por José Antonio Molina
En el relato de Joseph Roth El triunfo de la belleza, publicado en 1935, el doctor Skowronnek se sincera dentro del estrecho círculo de la intimidad y cuenta la ruina psicológica, conducente al suicidio, de un antiguo paciente y amigo cuyo nombre nunca llegamos a conocer. El desgraciado habría sido arrastrado a la desesperación por las desavenencias e infidelidades de su propia esposa. Las circunstancias que le llevaron a un desenlace tan lamentable comenzaron a gestarse desde los primeros instantes de una relación, viciada en su origen, que unía a dos personas absolutamente incompatibles por cómo se desenvolvían en el mundo y por cómo se relacionaban con el resto de su entorno; pero peor aún era el conflicto que se desataba al chocar el universo íntimo de cada uno de los dos, pues en el seno de sus corazones, jamás ambiciones, proyectos o concepciones conocieron el menor punto de aproximación.
El drama comenzaba en los últimos momentos del Imperio Austrohúngaro, el mundo de la belleza, el orden y las relaciones diplomáticas, que se mantenía en pie merced a un equilibrio tan complejo como las notas de una sinfonía. Ese mundo se encarnaba, de alguna manera, en la figura masculina, el innominado protagonista de la historia. La esposa daba muestras evidentes de poseer un temperamento bien distinto. Gwendolin es más visceral, más inclinada a las pasiones de una naturaleza que jamás queda colmada. Los viajes diplomáticos de su esposo resultan para ella extraños e irritantes, su pasión es Viena y los goces sin freno que aquella Babilonia de un imperio en sus horas finales podía ofrecerle.
Al margen del hecho secundario de que Roth pudiera recrear aquí sus propias miserias y padecimientos conyugales, la novela evidencia el conflicto que estalla recurrente entre las fuerzas primordiales de los deseos ansiosos de culminación, de los anhelos oceánicos, desenfrenados, dictados por la naturaleza más cercana a nuestra mente animal, cuando chocan con las fuerzas menos tumultuosas pero más persistentes de la razón, el orden, la armonía entre contrarios. Como es de esperar, surgen las diferencias de temperamento y las infidelidades que atormentan al protagonista, forzado a una convivencia conyugal más prolongada al terminar su carrera diplomática con la disolución de la monarquía de los Habsburgo.
Nicolái C. Boradevsky, retrato femenino
Mientras el esposo es un hombre que ama la música maravillosa de Mozart, el orden y la armonía, la cuerda y la flauta; la esposa es una partidaria de Wagner, de la estridencia. Roth refrena su evidente misoginia mediante un proceso de abstracción, traduciendo la oposición de estos temperamentos en conflicto mediante términos puramente musicales. Se puede amar la música de Mozart, pero no amar la de Wagner, sostiene Skowronnek. A Wagner no se le ama, se es partidario de su ruido descomunal (igual que se milita en un partido político o en una asociación deportiva), se es adicto a su percusión desmesurada que libera las fuerzas del alma o las desbocada en una orgía de sonido que destruye la armonía y agota al espíritu. Wagner es la pasión descontrolada y Mozart es el amor en perfecto equilibrio. Wagner representa el mundo nuevo, disolvente, desinhibido socialmente, ajeno a la tradición, de Gwendolin; Mozart es el mundo elegante, de contención emocional, de equilibro en los extremos, de clasicismo senescente pero razonable, al que pertenece el marido. Que la esposa prefiriera entre sus amantes al joven Lakatos, un excelente bailarín, ya nos predispone a entender el toque dionisíaco en la existencia de Gwendolin, que aparece ornada con el nimbo de una ménade.
Mientras ella estaba sometida a las convenciones del matrimonio, a la obligación necesaria de inclinarse ante el orden reglado de unas relaciones sociales fuertes y efectivas, su aspecto se ajaba, palidecía y marchitaba como una flor secándose, como un organismo que se debilitara al tiempo que sus sentimientos se endurecían y su ánimo se volvía cruel; pero cuando tras la muerte del esposo las campanas de la libertad tocan arrebato y suena la hora de la liberación, Gwendolin puede disfrutar de la vida y de los placeres del amor más carnal, la gracia vuelve a su cuerpo, recupera su salud junto con el aspecto traicionero de una bondad seductora, y asciende hasta el cénit el sol de su belleza con todo el esplendor.
Lakatos será además quien, tras la muerte del marido, pase de amante a prometido aceptado socialmente, e inminente esposo. El narrador, el doctor Skowronnek, es testigo atónito del renacimiento de la esposa. Si bien, fiel a su condición natural, esta belleza, primitiva, nacida del instinto y de la pulsión por vivir, anuncia su pronta caducidad, su agotamiento, como la llama que ardiera con mayor rapidez e intensidad. Pues incluso una mujer tan bella se quemará como la mecha de una vela consumida, y bajará a la tumba convertida en una fría momia maquillada para ocultar los estragos de la vejez. Tan solo una fúnebre muñeca de porcelana cuyo cuerpo helado albergó una vez toda la furia y la fuerza de los deseos humanos.
Perfecta representación de los sentimientos y la personalidad a través de la música. Cada pieza, cada autor, nos llena el alma y nos provoca sentimientos diferentes. Bandas sonoras de cada momento de nuestras vidas.
ResponderEliminarEnhorabuena al autor. Sublime... Como siempre.
Maravilloso!!! Ojalá que nunca nos veamos en la obligación de elegir entre uno de estos grandes maestros. Gracias por traernos esta obra imprescindible.
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