PASADO DE ROSCA. Tamales de Chivo, 1. Jenaro, por Bernar Freiría



El protagonista de esta historia verdadera que te voy a contar se llama, o se llamaba, Jenaro. Era de un pueblo pequeño de la costa y sus padres lo metieron en el seminario porque el maestro les había dicho que valía para estudiar y ellos no tenían dinero para mandarlo a hacer el bachillerato a la capital, que de aquella no había instituto en el pueblo. Era listo y al parecer sacaba muy buenas notas en el seminario. Pero, cuando los padres lo iban a buscar para pasar unos días en el pueblo, los curas se quejaban de que su comportamiento no era el que se esperaba de un futuro sacerdote. Que era altivo, orgulloso, pendenciero y que mentía con tal de no admitir que había hecho cualquier cosa reprobable. Les pedían a los padres que lo corrigieran o que lo sacaran del seminario, y no lograban entre unos y otros que se enmendara. Por su parte, los padres, aunque no confiaban en que acabase siendo ordenado sacerdote, sí esperaban que la disciplina de los curas consiguiera cambiar su forma de conducirse. En las cortas temporadas que pasaba con ellos en el pueblo, los chantajeaba sabiendo que tenían mucho interés en que siguiera con los estudios que luego le permitieran ganarse la vida sin tener que andar a la mar en un pesquero como su padre y su hermano mayor, Julián. A cambio, él les exigía cantidades relativamente importantes del dinero que les costaba tanto ganar.

Así iba pasando el tiempo, hasta que un buen día, cuando a Jenaro le faltaba ya poco para acabar sus estudios de teología, llamaron del obispado a los padres preguntando si el muchacho estaba con ellos, porque había desaparecido sin despedirse ni haber comunicado sus intenciones ni a sus profesores ni a sus compañeros. Los padres nada sabían y no volvieron a tener noticias de él hasta dos años más tarde. A un vecino que había emigrado a Barcelona le pareció verlo sacar escombro de una zanja en una calle de Sabadell y lo había llamado por su nombre. Al oírlo, el joven se había vuelto, pero inmediatamente fingió que la cosa no iba con él y siguió trabajando con la cabeza baja. El vecino, tras haber dudado qué hacer, acabó por contarles lo que había visto cuando volvió al pueblo por vacaciones. Todos allí conocían su fuga del seminario. El padre se murió poco tiempo después, sin haber vuelto a ver a su hijo desde que estaba en el seminario.

Al fin, un día su madre tuvo noticias directas de Jenaro. Habían pasado ya siete años de la muerte del padre. El hijo estaba muy cambiado. De su antigua complexión de mocetón robusto no quedaba nada. Tenía poco pelo, estaba delgado, la piel se le había hecho muy fina y, al parecer, estaba algo delicado de salud. Se había casado y llegó al pueblo en un lujoso coche alemán de gran cilindrada con su mujer y con un hijo de dos años de aspecto saludable pero que aún no hablaba una sola palabra. Dijeron que la mujer era abogada, pero había dejado el trabajo al tener el niño. Él, por lo visto, se dedicaba a la construcción y ganaba mucho dinero.

Continuará …/…

Comentarios