PUNTO DE FUGA. A propósito de mujeres en llamas (I) por Charo Guarino




La imagen y la palabra caminan de la mano desde la plasmación de esta última en cualquiera de los sistemas de escritura conocidos desde el nacimiento de esta, sean ideogramas, logogramas, silabobramas o sistemas alfabéticos. No es extraño, pues, que así haya continuado siendo hasta nuestros días, y un ejemplo paradigmático es el del cine. Al margen de que no pocas películas tengan como base una obra literaria, todas ellas parten de un guión escrito. Pero en esta ocasión me voy a centrar en una en concreto en la que un libro de un autor tan admirado por mí como Ovidio es referencia recurrente y se entrelaza en la trama de forma a mi modo de ver magistral, como lo hacen las notas de una composición musical, las cuatro estaciones de Vivaldi, con las que se enhebra la escena final.

Se trata de «Retrato de una mujer en llamas», de Celine Sciamma, que aborda de una manera exquisitamente delicada el tema del homoerotismo en la que no faltan las referencias, implícitas y explícitas, al mundo antiguo, que como si fueran perlas se van ensartando en el argumento provocando el placer del descubrimiento y del reconocimiento, de la conciencia de ir creando una red con nuestros conocimientos que conecta e interrelaciona unos saberes con otros.

Advierto del destripe y espero que este no disuada de su visionado sino que por el contrario anime a este.

Marianne, una joven pintora —a cuyo padre, también pintor, se atribuye espúreamente (pues lo firma) una de sus obras al final de la cinta con el recurrente tema de Orfeo y Eurídice por parte de uno de los visitantes de la exposición en la que se exhibe—, acude al castillo de una aristócrata con el encargo de pintar a su hija para hacerle llegar el retrato a su futuro y desconocido marido. Recién salida del convento tras el supuesto suicidio de su hermana mayor con el fin de escapar a un destino idéntico al que ahora se le presenta, se niega a ser retratada, de modo que la pintora en principio ha de fingir el papel de dama de compañía y solo puede pintarla de noche, de memoria. Hay claras referencias a la Penélope homérica, tanto en el fingimiento como en el hecho de que Marianne hace y deshace el lienzo, e incluso lo quema (el fuego purificador está presente en tres ocasiones, una de ellas prendiendo el vestido de Heloise, como en el cuadro expuesto por una de las discípulas de Marianne en su academia al comienzo de la película, y que es precisamente el pretexto para el flash back que da lugar al relato retrospectivo que constituye la trama principal.

En la escena en que la pintora y la aristócrata, junto con la criada, Sophie (precisament ‘sabiduría’ en griego), aparecen concentradas en la lectura de un pasaje del libro X de las Metamorfosis de Ovidio, el de Orfeo y Eurídice, por parte de Heloise —que evoca a la considerada primera mujer de letras de Occidente, cuyo nombre ha llegado hasta nuestros días íntimamente ligado al de Abelardo, con quien vive una tormentosa y frustrada historia de amor en el medievo, atribuyéndose a ambos las Cartas de los dos amantes (Epistolae duorum amantium) compendio de reflexiones sobre el amor y el deseo)—. Las tres mujeres reflexionan a propósito del triste final de la expedición de Orfeo al inframundo ofreciendo tres interpretaciones que nos presentan la exégesis a la que todo texto incita, igual que ocurre en la exposición a la que antes me refería, en la que Marianne y su interlocutor comentan que Orfeo y Eurídice parecen no despedirse sino saludarse.

Que no todo es lo que parece es otro de los motivos recurrentes a lo largo del film, que desmonta de forma sutil distintos perjuicios y aborda cuestiones que en nuestros días continúan siendo polémicas.

Comentarios

  1. Lo mejor de un misterio es saber que no debe ser objeto de estudio. Y nunca queramos saber qué actiud hay que tomar ante el misterio. Hay que arriesgarse, y esperar el fracaso. No sé si me refiero a la mujer. Para, a lo mejor/peos, sí.

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