CRONOPIOS, El colgante VIII, Mercado de camellos, por Rafael Hortal
Alizée tenía pensado el plan de fuga, ya le había entregado la carta a uno de los cazadores alemanes, que le había prometido dejarla en la recepción del hotel de El Obeid a nombre de Alain.
Pasó la noche en la choza fingiéndose enferma, no quería que Bol la penetrara otra vez, ni siquiera como despedida. Al amanecer salieron los guerreros para acompañar a los cazadores. Era una de las fórmulas para ganar dinero que tenían en la tribu: ayudarles a rastrear las piezas de caza mayor y protegerlos de los ataques, o sea, ponérselas a tiro para que los señoritos apretaran el gatillo y se hicieran fotos con las piezas muertas. Alizée esperaba el momento para marcharse en sentido contrario, llevaba su ropa puesta y la mochila con comida y agua. Escuchó un estruendo, disparos, gritos… Los terroristas de Boko Haram mataron a los hombres y a las ancianas que quedaban en la tribu, capturaron a niños, niñas y mujeres jóvenes. Observó como pegaban y ataban a las mujeres, despojándolas de ropa, collares y abalorios; entonces se deshizo de la cuerda de su colgante fálico de madera y se lo introdujo en la vagina. Intentó huir, pero un golpe con la culata de un Kalashnikov la dejó inconsciente.
Despertó amontonada entre otras mujeres en uno de los camiones que transportaban a las esclavas. Circulaba deprisa por caminos llenos de baches, lo que hacía golpease con todo. Algunas mujeres y niñas permanecían inconscientes, o puede que ya estuviesen muertas. Pensaba: “Maldito mundo hipócrita, los países ricos acuerdan que armamento se puede utilizar o no en las guerras, y se lo facilitan a los terroristas; por lo visto matar con Kalashnikovs sí está permitido”.
Con Alizée tuvieron un trato especial, era una pieza valiosa, una infiel blanca destinada a la venta, ni siquiera intentarían integrarla en sus creencias religiosas. Sería la esclava sexual de algún rico.
En el campamento de Meroe, Alain, Bea y Carole hicieron todas las llamadas que pudieron para tener más información sobre el paradero de Alizée. Policía, embajadas… todo menos llamar a las familias, porque sólo recibirían reproches por andar por esos mundos peligrosos.
—Alain, ¿crees que deberíamos llamar a nuestros amigos de National Geographic? -preguntó Bea.
—No sé. Los medios de comunicación ya deben saber de cuatro cazadores alemanes muertos.
—También saben de la desaparición de Alizée -les comunicó la guía-. Tengo contactos. Vamos a esperar instrucciones.
—¿Esperar? ¿Instrucciones de quién? ¿Tú quién eres? -preguntó Alain alterado.
—Solamente soy Carole, una guía turística con contactos.
—¡Y una mierda! Esa es tu tapadera. A ti te paga el servicio secreto francés.
—¿Por qué el francés? Que haya nacido en París no significa nada. Lo mejor es que me dejéis ayudar a encontrarla y no preguntéis.
Khalid llegó con sus cuatro camellos al mercado de Omdurman, la ciudad más grande de Sudán, pero el mercado estaba a 8 Kilómetros en una llanura de arena de 3 Kilómetros cuadrados, la razón es que en ese lugar había agua. La mayoría de camellos y dromedarios se comprarían para expórtalos a Egipto y Libia. Los dueños mantenían a sus camellos agrupados, sentados en la arena con una pata delantera doblada y atada, así podrían observarlos con detenimiento los potenciales compradores. El regateo era incesante, cada ejemplar podía costar entre 400 €. y 1.200 €. Khalid escuchó noticias de golpes de estado y matanzas en las montañas Nubas. Se preocupó porque su familia vivía en El Obeid y cualquier descerebrado podía dejar caer unas bombas para hacerse con el poder. También escuchó comentarios de la venta de una mujer blanca, joven y muy guapa, que recordaba a una actriz famosa, otros decían que era cantante. Khalid pensó que con esa descripción podría ser Alizée. Esa venta de esclavas paralela al mercado de camellos era ilegal, pero habitual. Se dirigió a la haima que le habían indicado; convenció al guardián de la entrada de que quería comprar “mercancía”. Allí estaba Alizée, sentada en el suelo con una cadena en un tobillo sujeta al poste central junto con otras tres mujeres negras. Khalid se cubrió el rostro para que ella no lo reconociera, por señas preguntó el precio de la mujer blanca. El vendedor la hizo levantar del suelo para mostrarle la calidad del material, le quitó la túnica para que apreciara su piel blanca. Juraba que era virgen, que la estaban reservando para el hombre que tuviera la fortuna de comprarla. Alizée no levantaba la cabeza y el vendedor le dio con la vara en la espalda y le tiró del pelo hacia atrás. Su mirada perdida era muy triste, pero no se apocó, una leve mueca mostró su desafío. La hizo girar para que la contemplara bien y le apretó los glúteos para demostrar su firmeza. Alizée esquiva, sólo podía moverse lo que le permitía su corta cadena. Le abrió la boca para que mostrara su dentadura sana; intentó morderle la mano, pero el vendedor era un zorro viejo y tenía sujeta su mandíbula. Se carcajeó.
—Es una fierecilla salvaje. Me gustaría domarla, pero mi jefe quiere venderla sin marcas. -Le dio un azote en el culo.
—Dime de una vez cuánto vale -le dijo en voz baja Khalid, cambiando su acento para que Alizée no lo reconociera.
—Te la dejo en 3.000 €. Es una ganga.
—Te la cambio por tres de mis mejores camellos, que valen mucho más. -Khalid no tenía tanto dinero.
—Ja, ja, ja. Sólo acepto Euros o Dólares… o libras sudanesas, pero en ese caso serían 2 millones.
Continuará…
Mercado de camellos y dromedarios
Una historia interesante.
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