EL ARCO DE ODISEO, Castillos de arena, por Marcos Muelas








Inglaterra 1940

“Mary se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. El día era frío, pero su dura labor le hacía sudar como si ya estuvieran en verano. 

Su espalda protestó cuando trató de incorporarse. Llevaba demasiado tiempo trabajando agachada y su labor parecía muy lejos de acabar. A eso había que añadirle la falta de sueño. La pasada noche, las alarmas antiaéreas no habían parado de sonar avisando del inminente bombardeo. Y aunque llegaron a escuchar los motores de los aviones alemanes sobre sus cabezas, estos no dejaron caer ninguna bomba sobre ellos.

Igualmente nadie se atrevió a abandonar el refugio antiaéreo ni cuando las sirenas avisaron que había pasado el peligro. Mary pasó la noche aterrorizada, y a pesar de que  en el refugio estaba rodeada de decenas de personas, se sintió muy sola. No podía dejar de pensar en su marido.

Estaban en guerra y su esposo John estaba en alguna parte luchando por defender su país. No había recibido noticias de él en meses y trataba de mitigar sus temores volcándose en cuerpo y alma en el trabajo. Junto a cincuenta mujeres más, trabajaba en una fábrica de zapatos. Con los primeros vientos de guerra la producción fue modificada para crear botas militares. Al estallar la guerra los hombres fueron llamados a filas y el peso de la producción quedó en manos de las mujeres. Ahora, la demanda de material militar era tan alta que los turnos de la fábrica se habían duplicado. Los turnos solo eran detenidos por la noche, para evitar que sus luces captaran la atención de los aviones enemigos. Tras el aumento de los bombardeos el gobierno decretó que se protegiera la zona industrial y por ello, esos días las trabajadoras tenían que ayudar a preparar las defensas. Miles de sacos rellenos de arena servirían para proteger las paredes y ventanas de la metralla de las bombas. Y si, como se temía, los nazis invadían la isla, también servirían de escudo para las balas. Camiones repletos de arena fueron descargados en la los alrededores de la fábrica donde Mary trabajaba. La labor de llenar los sacos cayó sobre las operarias.  

   Mary observó a sus compañeras, que en parejas realizaban su labor. El breve descanso de Mary se terminó cuando su compañera Sophie llegó hasta ella cargada con otra pila de sacos vacíos. Mary suspiró, llenar esos sacos les llevaría varias horas más de trabajo. 

   En esta ocasión le tocaba a Mary usar la pala mientras Sophie sostenía el saco abierto en cuclillas.

   La labor era dura, pues se necesitaban muchas palas de arena para llenar cada uno de los sacos. Y tras llenarlos tocaba coserlos para cerrarlos, tarea que debían de hacer arrodilladas. Luego tocaba la peor parte, apilar el pesado saco sobre los demás. Cada una cogió de un lado y entre gruñidos y mucho esfuerzo lograron colocarlo en su sitio.

La arena estaba húmeda, lo que hacía que pesarán más aún.

Sophie protestó por su trabajo. No entendía porque no les enviaban los sacos ya rellenos.  Cada vez que terminaban con uno de ellos se quejaba de lo mismo. Mary no respondió. Se había cansado de repetirle que la arena suelta ocupaba menos espacio en los camiones y que así era más fácil de transportar.

Sophie se quejaba de lo poco útil que parecía su trabajo. La fábrica había detenido la producción de las operarias para hacerles llenar sacos.

   En esta ocasión Mary le recordó la importancia del lugar. En ella se fabricaban botas militares, imprescindibles para los soldados del frente.

Además, le recordó que si la fábrica era destruida se quedarían sin trabajo. Los sacos eran necesarios para proteger los muros y las ventanas de la fábrica.

Sophie la miró con desdén, pues no compartía su visión del trabajo. 

    —Al menos esta noche ninguna de las bombas era para nosotros—

Mary quiso responder pero prefirió no gastar fuerzas. Sophie parecía no darse cuenta de lo que aquello significaba. Mary prefería que las bombas cayeran sobre ellos y no sobre las fábricas de aviones y aeródromos ingleses. Si la RAF caía, Inglaterra estaría a merced de Alemania.

Ese pensamiento le dio fuerzas para continuar el resto de la jornada. Cogió la pala y comenzó a llenar otro saco, ignorando las quejas de su compañera. Construiría su particular castillo de arena para defenderla.

Protegerían la fábrica y luego continuarían fabricando calzado para las fuerzas defensoras. Al igual que millones de mujeres, Mary, no luchó en el frente. Pero su esfuerzo y sacrificio fue determinante para ganar la guerra.”


A principios de la guerra, Alemania sólo se dedicó a bombardear objetivos militares en zona británica. Sin radar y a ciegas, unos pilotos alemanes confundieron su objetivo bombardeando zona civil en Londres creyendo que se trataba de los aeródromos de la RAF.

Como venganza W. Churchill envió a la Real Fuerza Aérea británica para que devolviera esos bombardeos en el centro de Berlín. 

Heridos en su orgullo, los alemanes quisieron vengar su capital bombardeando, brutalmente Londres.

Durante ocho meses 40.000 civiles ingleses perdieron la vida, pero ese sacrificio valió para que las fabricas de aviones y armamento militar pudieran aumentar su número y así poder repeler a sus agresores.

 Los sacos de arena inundaron las ciudades para proteger las fachadas de los edificios. Eran una protección barata y efectiva contra la metralla de las bombas y disparos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, solo en Inglaterra, llegaron a utilizarse unos 400 millones de sacos.






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