PUNTO DE FUGA, Leer y viajar, placeres intransferibles, por Charo Guarino
A menudo sucede que nos cuesta comprender que los demás no compartan nuestros gustos, pues lo normal es que veamos las cosas desde nuestra propia y personal perspectiva. El diálogo y la conversación (que llamativamente proviene de la misma raíz que el verbo vertere, esto es, «dar la vuelta», «cambiar»…) son fundamentales para que a través de la palabra, vehículo privilegiado del pensamiento, consideremos otras opiniones y, de ese modo (varíen o no las nuestras), en todo caso podamos ver desde otros ojos y ponernos en el lugar de otros. O, por lo menos, respetar su parecer.
Confieso que ese ejercicio necesario para la convivencia o simplemente para vivir en sociedad —el de tratar de comprender posturas ajenas— me resulta especialmente complicado cuando se trata del viaje o la lectura: se me hace difícil concebir que haya a quienes se les atragante leer o sientan rechazo ante la perspectiva de un viaje. Claro está que hay libros y libros, y viajes y viajes. Pero me refiero a una aversión general e indefinida.
La literatura occidental comienza con un viaje, el que lleva a los griegos hasta Troya, para recuperar a la espartana Helena, raptada por el príncipe troyano Paris, y sigue con el periplo de Odiseo en su nóstos a Ítaca, con el sinfín de aventuras y desventuras que por el camino le acontecen, amenazando con hacer interminable su indesmayable afán de retorno al dulce hogar que le aguarda no menos acechante de peligros.
Amplia es la nómina de autores y obras literarias que desde entonces se han prodigado en el motivo del viaje, físico o alegórico, no solo en libros de aventuras o ensayos sobre el tema.
Resulta inevitable citar al respecto las palabras de Miguel de Unamuno: «El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando», coincidentes con las de Mark Twain en lo que a la segunda de las actividades respecta: «Viajar es un ejercicio con consecuencias fatales para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente».
Recién finalizado el mes de agosto, el de las vacaciones por excelencia en esta parte del primer mundo, cuando rememoramos ya con nostalgia el último viaje que vino a transportarnos a otros lugares y a regalarnos momentos únicos, podemos comenzar a proyectar el próximo y, entre tanto, entregarnos al saludable hábito de pasear, una forma menor de viajar que oxigena la mente, ejercita el cuerpo y favorece el florecimiento de las ideas, como bien sabían los peripatéticos. Bien sea por la ciudad a manera de flâneur ocasional, o como senderista por itinerarios de huerta, monte o playa, no son pocas las opciones de que disponemos. Y si no fuera posible, siempre nos queda la lectura.
Volviendo a Miguel de Unamuno, no podemos obviar la referencia a sus numerosísimos libros de viaje. Ramón F. Lloréns defendió en la Universidad de Alicante en 1988 su Tesis doctoral Los libros de viajes de Unamuno o el anhelo viajero de una época, parte de la cual dio a la imprenta en 1992 la Caja de Ahorros Provincial de Alicante con el título Los libros de viajes de Miguel de Unamuno. La editorial La línea del horizonte publicó en 2014 Viajes y paisajes: antología de crónicas de viaje, que recoge textos dispersos en las distintas obras de Unamuno sobre el particular.
No es fácil discernir qué tenía más importancia para él, leer o viajar. Uno de sus poemas, «Mi deseo para este nuevo año» —reogido en Cancionero. Diario poético (1928-1936) y Poemas y canciones de Hendaya (1929)—, comienza así:
Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron…
Como se pregunta en el poema, efectivamente, él mismo es lectura y convertido en materia literaria ocupa un lugar de honor en la Historia del pensamiento y la literatura en virtud de sus escritos.
Otro lector empedernido, Jorge Luis Borges, en entrevista realizada en la Biblioteca Nacional en 1979 decía que la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido. Que se debía leer por placer, y que el placer, como la felicidad, no pueden ser nunca obligatorios. Que si un libro aburre hay que dejarlo, y que no se debe leer un libro porque el autor sea conocido, sino por el mero goce de la lectura. El comediógrafo belga Francis de Croisset escribió que «La lectura es el modo de viajar de aquellos que no pueden tomar el tren». Tal vez leer y viajar, dos formas de vivir intensamente, tengan en común la necesidad irreprimible de aprender. Como dejó escrito Albert Einstein «Todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso el universo de cada uno se resume al tamaño de su saber».
Unamuno, Borges y... Charo Guarino.
ResponderEliminarEstoy completame de acuerdo con Charo, me desperte leyendote, y esque cada dia te admiro más, tus palabras ne suenan a Melodia, besos
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