EL VERDE GABÁN, Las mocedades de don Quijote (entrega 3), por Santiago Delgado



A la vuelta de Almanzor, ya con las campanas compostelanas portadas en andas por los cristianos cautivos en la razzia, Sor Ecuménica salió, ella sola esta vez, a la puerta de su fundación. Almanzor, el sanguinario guerrero, al frente de su tropa, desde lo alto de su montura, alzó una mano, como dando una orden. Enseguida, vinieron dos hombres. Uno portaba pequeña campana, grande como su mismo torso, sin duda, también producto del saqueo a los cristianos. Otro albergaba entre sus manos, un precioso cáliz de oro con incrustaciones. Las depositaron en el suelo delante de mi antecesora en el apellido, y así se pronunció el guerrero:

–La campana es un regalo. Alguna vez tendrás capilla o iglesia. La usarás entonces. El cáliz es un pago: el que te doy porque cures y ampares a mi tropa herida o moribunda, que aquí dejo contigo.

Calló un momento, Nunilona, y contestó:

–Acepto a cambio de que me dejes también a los cristianos heridos y moribundos, que encadenados llevas. También ellos son dignos de alcanzar tu magnificencia y generosidad. Por demás, mira qué virtud van a tener tus dádivas. Y volvió sus ojos hacia el lateral del convento, por el que había llegado el de Córdoba.

Inmediatamente, a la par que iban desapareciendo los presentes de Almanzor, iban surgiendo, cabe los humildes muros del cenobio, otros muros de sillar y mampostería, que todos supieron sería el nuevo hospital de Sor Ecuménica. A nadie extraño el portento, pues que ambos dos protagonistas servían al mismo Dios Único, que todo lo puede. Acabado el milagro, y tras alzar su mano el andalusí, prosiguió camino su belicosa gente, largo cortejo de jinetes, portadores de campanas y demás hueste de a pie. Ninguno miró hacia la valerosa monja.

Este prodigio lo recogió Don Gonzalo de Berçeo, en sus compilaciones de milagros, mas luego lo retiró tanto por no ver intervención de Nuestra Señora en el asunto, como por resultarle incómoda la presencia del gran moro invencible en esa verdadera historia que te he contado. Y si alguna vez, discreto Sancho, me faltare la valentía, que no creo, de atreverme con algún endriago, dragón o bestia inmunda del averno, bastaría con acordarme de aquella valerosa mujer, Nunilona de Quijano, priora del convento de su fundación, plantado cara al mismísimo Almanzor, el cruel y feroz cabecilla del Califato de Córdoba, entonces musulmana.

(continuará)


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