PASADO DE ROSCA. Elogio de la ficción, por Bernar Freiría
Todo el mundo sabe que los humanos tenemos ciertos órganos que se excitan si se saben manejar y que precisamente a través de esa excitación logramos obtener un intenso placer. Pero hay gente, no sé si mucha o poca, que no conoce todos esos órganos y que se fija solo en algunos. Y no precisamente en los que mayor placer nos proporcionan. Una de las grandes obras de ficción de todos los tiempos, Las mil y una noches, aporta luz al respecto. En el primero de sus cuentos, se narra que el sultán Shahriar descubre que su mujer lo traiciona, y la mata. Creyendo que todas las mujeres son igual de infieles, ordena a su visir que le consiga una esposa cada noche, alguna hija de sus cortesanos, para después ordenar matarla por la mañana. Así sucede con varias desdichadas jóvenes hasta que ese espantoso final es truncado por Sherezade, la mismísima hija del visir. Ella trama un plan y lo lleva a cabo. Primero se ofrece como esposa del sultán. Una Sherezade poco perspicaz trataría de echarle al sultán un polvo memorable, procurando así que le quedasen ganas de más como medio para ir salvando el pellejo. Pero nada se parece tanto a un polvo como otro polvo. Y ya se sabe que, sultanes o patanes, los varones una vez satisfecho su deseo sexual no suelen ser muy caballerosos, sobre todo los antiguos. Mal negocio, pues, hubiera hecho Sherezade si hubiese tirado por ese camino. Su sabiduría la llevó a optar por excitar un órgano muy especial del sultán, la imaginación. Y así, enlazando cuento con cuento como ramilletes de cerezas, llegó a las mil y una noches famosas que le valieron finalmente el indulto del sultán y una vida feliz a su lado.
He ahí el papel de la ficción. La ficción es lo que excita la imaginación de los hombres y de las mujeres y de esa excitación se obtienen placeres muy duraderos y muy intensos. Más aún, todos necesitamos nuestra dosis diaria de excitación de la imaginación a través de las ficciones. El cine, la televisión, Internet, los juegos de realidad virtual, incluso las redes sociales no son otra cosa que ficciones a las que acudimos todos los días. La ficción es uno de los inventos más antiguos y más inteligentes del hombre. Mucho antes que la razón —el logos, auténtico eje de nuestra cultura— nacieron las ficciones de los mitos. Necesitamos el logos para conocer lo que nos rodea, pero necesitamos no menos la ficción para alimentar nuestros sueños. Si queremos representarnos un niño feliz no tenemos más que imaginarlo hundiéndose dulcemente en el sueño mientras su padre o su madre lo arropan con un bello cuento.
Cine, teatro, televisión, Internet… hoy tenemos muchos sitios donde encontrar ficciones. Sin embargo, sostengo que la narración en general y la novela en particular son la forma suprema de estimular la imaginación. Porque hay que reconocer que las ficciones hechas a través de imágenes estimulan poco la imaginación. Los protagonistas, los escenarios, la sucesión de situaciones nos vienen ya dadas. Y eso cierra mucho las posibilidades de imaginar. Sin embargo, cuando uno lee, le pone rostro y figura a los personajes, imagina los lugares, las miradas… pone en marcha todos los recursos de su imaginación para meterse dentro de la historia. Polifemo, el cíclope de la Odisea, es como nosotros queramos que sea. Somos nosotros los que amueblamos su espantosa cueva y los que “vemos” de qué manera Ulises logró salir de ella. Nosotros ponemos el canto de las sirenas y nos sentimos presas del embrujo que ejerce sobre los marineros. En el cine vemos las naves surcar los mares, pero con la lectura somos nosotros mismos los que vamos a bordo del Argos en busca del vellocino de oro.
Pero hay más. La novela está hecha de palabras y logramos dar el salto definitivo cuando somos capaces de apreciar la sutil filigrana con la que el buen narrador elabora la trama de su ficción. Un adjetivo que estalla ante nuestros ojos como un acierto singular. La combinación justa de palabras que logra expresar del modo más preciso un sentimiento, una zozobra o un miedo. Ese modo único de contar lo que pasa por la mente de una mujer a punto de dormirse, que resume su día y al mismo tiempo su modo de ser mujer y de estar en el mundo… Cuando somos capaces de apreciar todo eso, ya hemos dado el gran salto. Entonces, toda la literatura nos espera y sabemos que nuestro disfrute no sólo no va a cesar en mil y una noches con sus respectivos días, sino que nos acompañará toda nuestra vida. Y que cuanto más leamos, más sabios vamos a ser y, por lo tanto, más capaces de disfrutar sin límites.
Dentro de una novela se puede vivir la vida que uno vivió, pero mejorada. O lo que nunca se atrevió a vivir. O lo que deseó vivir pero no con tanta convicción como para arriesgarse a vivirlo. O lo que imagina que se puede vivir. Todas esas vidas son ficticias. Y la ficción siempre es una forma de dilatar el horizonte de la realidad.
Sueños de vida para una vida de sueños…
ResponderEliminarLas imágenes no estimulan la imaginación. Echo de menos mi época de lectora insaciable, por rendirme a la comodidad de sentarme ante el televisor. Luego, he perdido parte de mi capacidad de imaginar. Una pena.
ResponderEliminarEste narrador te da las gracias por el elogio.
ResponderEliminar