LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. Papá Haydn, la sinfonía y Antonini, por Gabriel Lauret



Reconozco que Haydn es uno de los compositores que más me gustan, con cuyo lenguaje y forma de componer más me identifico. Por esta misma razón, me cuesta mucho aceptar que se le considere el tercero de los clásicos vieneses, con Mozart y Beethoven, pero comúnmente detrás de ellos.

 

Primero, para los no iniciados, veamos quién fue Joseph Haydn. Nació en Rohrau, cerca de Viena, en 1732. No pasó una infancia fácil en lo económico y su familia tampoco tenía una tradición musical detrás que le enseñara a encauzar su talento. Su actividad como músico autónomo fue breve y no demasiado exitosa. En 1761 comienza un largo y decisivo periodo al servicio de la familia Esterhazy que se prolongaría hasta 1790. Sus obligaciones le exigían llevar librea como cualquier sirviente y hacían que tuviera que seguir a la familia en su deambular por distintos palacios, especialmente en Estarhaza, aislado del mundo y de la civilización. Allí componía sinfonías, cuartetos, óperas y, sobre todo, tríos con baritón, que era el instrumento preferido por el príncipe Nicolás Esterhazy. Aún así, su producción era difundida por toda Europa, de donde le llegaban los encargos que recibía.


La muerte de Nicolás le permitió regresar a Viena y viajar dos veces a Londres, donde alcanzó un reconocimiento sin igual. Sus últimos años no fueron felices: debido a algún tipo de demencia era incapaz de componer, aunque las ideas fluyeran por su cabeza. Murió en mayo de 1809, mientras la ciudad estaba siendo sitiada por las tropas napoleónicas.


Haydn difícilmente puede ser considerado, al igual que ocurre con Mozart y Beethoven, como un genio romántico con quien empatizar. No fue un niño prodigio hábilmente dirigido, ni se le atribuye un talento desmedido, aunque lo tuviera. No tenía ninguna tara física reseñable, aunque posiblemente quedó marcado por la viruela, y no murió joven. Es difícil hacer un mito de una persona que se quejaba de manera amable a su señor pero que no se rebelaba; es más, posiblemente incluso mantuvo una relación de franca amistad con Nicolás Esterhazy, para quien componía y con quien tocaba habitualmente. 


Haydn es un creador en el que no se observa evolución. Ya su primera sinfonía, de un total de 107, es una obra perfectamente acabada. Es un genio que transforma su estilo de una obra a otra. Un genio con ingenio, inteligencia y humor. Ningún compositor pondría a los violines de la orquesta a afinar sus instrumentos en mitad de un movimiento, como en el final de la sinfonía 60, “Il Distratto”, o jugaría bromas pesadas a oyentes adormecidos como en la sinfonía 94, “de la Sorpresa”.


No debemos juzgar a Haydn pensando en sonoridades inverosímiles en su época. Haydn contaba en Esterhaza con una orquesta de unos veinte músicos con una sección de viento extremadamente reducida. Solamente en las sinfonías de París y Londres encontramos una plantilla que empieza a parecerse algo a las actuales. Configura lo que acaba siendo la sinfonía moderna, es el padre de la sinfonía, al igual que del cuarteto de cuerda, de ahí que se le conozca con el apelativo casi cariñoso de “Papá Haydn”, además de por el respeto que le tenían el resto de los músicos. Es una lástima, aunque sea comprensible, que las orquestas sinfónicas no programen con más frecuencia sus obras, porque son más propias de orquestas de cámara. Tampoco la sonoridad de la orquesta moderna ayuda a su interpretación. Sus instrumentos no realzan su música sino que contribuyen a hacerla pesada y, en ocasiones, aburrida, a pesar de la versatilidad cada vez mayor de sus componentes.


Ocasionalmente aparecen músicos (directores, miembros de cuarteto o musicólogos) que intentan colocarlo en el sitio de la historia que merece, como Antal Dorati con la Philarmonia Hungarica o Adam Fischer con la Austro-Hungarian Haydn Orchestra, que completaron el ciclo de sinfonías. Ha habido proyectos que no han llegado a su fin. Es lo que tiene las cifras altas. Requieren de músculo financiero e, incluso, de salud física y longevidad que permitan llevar el proyecto hasta el final.


No me gusta hablar de versiones definitivas ni ideales, pero quiero recomendarles las que Giovanni Antonini está realizando con dos agrupaciones, Il Giardino Armonico y la Orquesta de Cámara de Basilea, el proyecto Haydn 2032, que pretende la interpretación de todas las sinfonías de Haydn hasta la fecha del tercer centenario. Los resultados son espectaculares con unas interpretaciones vibrantes, emocionantes, divertidas, alejadas de las sonoridades que antes mencionaba. Le deseo a Antonini buena salud para que podamos disfrutar de las sinfonías de Haydn en su integridad.




Joseph Haydn (1792), por John Hoppner



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