PUNTO DE FUGA. Defensa de la cultura, por Charo Guarino

El próximo viernes, 10 de marzo, mi querida amiga Natasa Lambrou defenderá en la Universidad de Murcia su tesis doctoral, dirigida por los profesores Vicente Cervera y María Dolores Adsuar, con el título La herencia judeocristiana en la obra poética de Raúl Zurita. A propósito de ello reflexiono acerca del Día Internacional de la Palabra como Vínculo de la Humanidad, que se celebra el 23 de abril, el mismo día que se dedica al libro y a conmemorar la muerte de Shakespeare o Cervantes, y que desde hace siete años se celebra en Atenas como día de las etimologías griegas.

De las lenguas del tronco indoeuropeo que se hablaron en la Antigüedad la única que continúa usándose a día de hoy es el griego, con la metamorfosis normal propia de todo lo vivo —y las lenguas lo son, por más que con frecuencia oigamos el des-calificativo de ‘muertas’ asociado tanto a la lengua griega como al latín. Más propio sería, en todo caso, hablar de lenguas textuales, como puntualizó Javier Andreu, Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Navarra, en su magistral ponencia dentro del III curso de la SEEC en Murcia “El Mundo Clásico en las Ciencias y las Artes” el pasado jueves, pues que están vivas es indiscutible, ya que continúan siendo materia de estudio y vehículo de transmisión de infinidad de conocimientos en todos los saberes, y, como muy bien demostró Javier, literalmente hacen hablar a las piedras, su soporte en multitud de contextos.

En la sesión correspondiente, nuestro compañero Miguel Emilio Pérez Molina disertó sobre el nacimiento de la lengua técnica de la medicina en griego a partir de vocablos de la lengua cotidiana que tantos siglos después perviven independientemente del idioma en la terminología de la disciplina médica. Sólo un ignorante (sin ánimo de insultar, pues todos somos ignorantes de lo que desconocemos, y no otra cosa significa esa palabra) puede llamarlas ‘muertas’. A pesar de ello, particularmente el griego —aunque no escapa de la quema el latín—, es una lengua que parece en permanente peligro de extinción. La lengua de la que toman su savia tantas disciplinas científicas constituye junto con el latín la cultura clásica, parte esencial de los cimientos de nuestra civilización, a la que se suma la herencia judeocristiana a la que ha dedicado su estudio la inminente doctora helena a la que aludía supra.

Si nada lo remedia tanto las lenguas como la cultura de la que son guardianas acabarán desmoronándose con lo que ello significaría: una auténtica catástrofe. Sin ir más lejos, referencias mitológicas o de historia sagrada, tan frecuentes en el arte, además de en la literatura, quedarán opacadas en una laguna tenebrosa, y sujetas a la audacia de interpretaciones sin fundamento por parte de quienes se atrevan a aventurarse a lanzar hipótesis descabelladas que cada vez menos personas estarán en condiciones de calibrar. Imagino una laguna tenebrosa rodeada de arenas movedizas engullendo sin remedio lo que nos salva: la capacidad de pensar y de disfrutar intelectualmente relacionando los conocimientos previos y compartiéndolos con nuestros semejantes.

Por lo que al griego respecta, seguimos hablándolo cada día sin ser conscientes de ello: ‘auténtica’ o ‘catástrofe’ son dos palabras griegas que continúan vivas y vigentes en la lengua cotidiana.

Las letras del alfabeto griego están presentes en ciencias como las Matemáticas o la Física, y dan nombre a variantes de enfermedades: la ómicron nos fue inquietantemente familiar, como antes lo fue la delta, en relación con el último virus que ha llevado en jaque al planeta en una situación con precedentes calamitosos que conocemos por las crónicas escritas. Palabras griegas forman parte del acerbo de otras disciplinas (griego es el nombre de prácticamente todas, a través del sufijo -logía), como la Medicina, la Farmacia, la Biología o la Química, entre otras muchas. Indiscutiblemente griegas son la Filología, la Filosofía, la Geografía, la Historia o la Música.

Sin afán de ser exhaustiva, dejaré aquí como ejemplo una muestra de algunas de las palabras que forman parte del caudal de nuestro idioma, que entienden incluso aquellos que por falta de formación hacen uso de un vocabulario reducido, y que es una seña indiscutible de nuestra idiosincrasia, de nuestras filias y fobias: afrodisíaco, alergia, analgésico, analógico, anarquía, anatomía, ángel, anestesia, ángulo, anómalo, anorexia, antología, antropomórfico, archipiélago, archivo, aristocracia, arteria, artritis, artrosis, astigmatismo, autónomo, autonomía, bacteria, biblioteca, cadera, cartílago, cartografía, cartón, catedral, cianuro, ciclo, ciclotimia, círculo, cirujía, claustro, claustrofobia, clima, clímax, cólera, cólico, crítica, crónica, cronológico, democracia, demonio, diarrea, diástole, dieta, digital, dilema, diócesis, discriminar, dosis, drama, eco, egocentrismo, elemento, enema, energía, epílogo, epístola, epitafio, erótico, escuela, espasmo, esperma, estrofa, etnia, eucaristía, eutanasia, evangelio, éxodo, éxtasis, fantasía, fantasma, faringe, fase, fenómeno, filatelia, fonema, gameto, gastroenteritis, gen, geriátrico, (h)armonía, (h)arpía, hecatombe, hematoma, hemeroteca, hemofilia, hemorroide, hermético, heterodoxo, himno, hipermetropía, hípica, hipoteca, hipotermia, hipótesis, histeria, homólogo, icono, idea, ídolo, laberinto, laringitis, lírica, lógico, máquina, melómano, megalómano, melodía, metabolismo, metáfora, metro, misoginia, mito, miopía, monarquía, neumático, núcleo, orgasmo, orgía, órgano, ortodoxo, pánico, panorama, panteísmo, paraíso, paranoia, patología, pedagogo, pederasta, pedófilo, pentágono, período, plástico, poesía, polémica, política, pornografía, poro, práctico, presbicia, problema, prólogo, propina, prótesis, psicólogo, ritmo, sarcófago, seísmo, símbolo, sindicato, síndrome, sinfonía, síntesis, sintonía, síntoma, sístole, tanatorio, teatro, técnica, tema, terapia, terapeuta, térmico, tesis, tragedia, trama, trauma, triángulo o trofeo.

La lengua helénica sigue viva y productiva en la generación de palabras nuevas (neologismos), como androide, aporofobia, comicteca, discoteca, distopía, economía, ecología, enólogo, entropía, fotografía, fotosíntesis, gastrobar, gastroteca, melancolía, nostalgia, pirómano, polígrafo, psicosis, psicópata, sinergia, teléfono, telepatía, telesférico, radiografía, utopía o xenofobia.

Las palabras no son simplemente elementos que contabilizar, su forma comprende un significado profundo, son puntas de iceberg. Ningún idioma es simplemente un vocabulario, y difícilmente las máquinas pueden suplir a un traductor humano, por más que se celebre el mundo de posibilidades que parece abrir la inteligencia artificial, porque una lengua es una forma de ver y sentir el mundo, de estar en él, de habitarlo. Quien conoce otros idiomas se enriquece interiormente y adquiere unos conocimientos a los que sólo el dominio del idioma permite acceder. Saber griego y latín también facilitan ese acceso. Mantengo la esperanza de que no esté todo perdido. De que en un futuro no muy lejano nuestro propio idioma no nos suene a griego como nos suena a chino lo que no entendemos, porque lo hayamos empobrecido tanto que no seamos capaces de comunicarnos, de que la evolución pierda su sentido etimológico y acabe siendo lo contrario: involución, retroceso, y sinónimo de aniquilación (reducción a la nada) de sus raíces, aunque suene catastrofista. De que no haya especialistas que garanticen el mantenimiento de nuestras lenguas y su estudio por parte de aquellos a quienes interese, de que no se dé a conocer, para que así se pueda amar, el tesoro inconmensurable que encierran. De que la necesaria tecnología, palabra griega también (Prometeo otorgó a los hombres el uso de la técnica según el mito clásico) no haya desplazado un saber milenario que es imprescindible que siga transmitiéndose a las futuras generaciones a través de sus textos originales, concebidos en griego y en latín, de su literatura científica, técnica, y, sobre todo, humana.

En los últimos años, a iniciativa de Italia, se ha solicitado a la UNESCO que introduzca a las lenguas clásicas en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Personas destacadas en distintos ámbitos (autoridades académicas, científicos, escritores, artistas…) prestan su voz a nuestra causa convencidos de la necesidad de que el griego y el latín no sean desterrados al olvido. Si así ocurre, también los seres humanos seremos olvido mucho antes de que dejemos de existir orgánicamente como individuos, que es nuestro inevitable fin. Sin pasado, el futuro es aún más incierto. Sólo (y tecleo con todas las de la ley y con alegría esa tilde recién restituida) la defensa de la cultura nos prevendrá de convertirnos en autómatas despojados de la posibilidad de equivocarnos y acertar, y favorecerá el goce inenarrable que surge del conocimiento, que como señaló Carlos García Gual en su sesión del lunes del ya mencionado curso de la SEEC, Aristóteles consideraba una de las sendas de la felicidad.

Comentarios

  1. MIentras la psicopedagogía diga imperando en las aulas, el acoso seguirá aumentando hacia la extinción de las lenguas vivoescritas.

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