EL VERDE GABÁN, Los bufones expulsados, por Santiago Delgado




Era mediados de noviembre. O acaso finales. Año de 1700. Acaba de entrar definitivamente el francés Felipe V en Madrid. Llega al Alcázar antiguo, aún faltan 35 años para que se incendie, dicho sea de paso, con tantas y tantas obras de Velázquez dentro. Apenas enterado el nuevo rey de que en la Corte pululan, y son mantenidos, unos cuantos seres humanos a los que hoy llamamos con capacidades especiales, entra en cólera y vergüenza ajena. Son los bufones de los Austrias. Florecieron desde Felipe II, y Velázquez los pintó: el bobo de Coria, Maribárbola, el Primo, y sus sucesores de casi cincuenta años después. Hay una edición, descargable en pdf, editada por los Amigos del Museo de Prado, donde se habla de todos ellos. El Borbón, horrorizado de su existencia en Palacio, los expulsa. Da igual en qué condiciones los arrojara de la Corte. Tarde o temprano, se verían como mi imaginación narrativa quiere suponer: Han sacado a todos ellos afuera. El Guadarrama envía su acostumbrado mensaje otoñal de viento frío. No los imagino con mucho equipaje, y, acaso, sin mucha ropa encima. El portón de palacio, el Alcázar de siempre, ha sonado tétrico a sus espaldas. Un golpetazo duro y seco, fuerte, atronador, los ha expulsado del paraíso. Algunos de ellos ni siquiera comprenden qué pasa. Lloran otros. Hay palmadas de solidaridad de los más avezados en la comprensión de la realidad. Como una troupe de hombres y mujeres de circo fracasado que cierra, se ven solos ante el mundo. Solos. Dentro queda el rey, hablando francés y gastando bromas con su séquito parisien. Ellos, que no sólo son españoles, los hay de casi todos los reinos de la Corona, comienzan a notar el frío del desamparo. También el de la sierra; pero éste hace menos daño. 

Si alguna vez llego a ser mayor, intentaré hacer una novela de esta desgracia con que la Historia fustigó a España entera. Como dijo Ramón Gaya, Velázquez derramó sobre ellos, una luz ética, más que pictórica. Con los ojos de Velázquez hacia ellos, plenos de solidaridad y compasión bien entendida, intentaré adivinar el futuro que fue de todos ellos. Si es que lo tuvieron. Jamás hubo acto tan inhumano, proclamo.

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