ESCRITOR INVITADO. Emociones, por Juan Ángel Sánchez


 

 


Pensar en el futuro crea ansiedad. Pensar en el pasado puede sumirte en la tristeza o en la melancolía, así que parece que lo único acertado es vivir el presente inmediato.


Quiero hablarte de las emociones. Hay muchas, y todas cumplen una función. Unas más agradables que otras, pero todas son necesarias para sobrevivir. Incluso para no enfermar.


La sorpresa es una alteración emocional causada por algo inesperado y hace que reaccionemos rápidamente sobre todo si es negativa o pone en peligro nuestra vida. Tiene cosas en común con el miedo, que es la percepción de un peligro real o imaginario y que puede llegar a bloquearnos. Si el peligro es real, nos ayuda a evitarlo.

La ira es la respuesta que a veces tenemos al no poder alcanzar una meta o necesidad y tiene sentido al prepararnos para evitar ofensas. La frustración es lo que sentimos al no alcanzar un objetivo y sirve para reinventarse y conseguir desviarse del camino equivocado para alcanzar lo deseado. La culpa te hace pequeño, pero también es el germen de la sabiduría; si no somos capaces de saber qué hacemos mal, nunca podremos rectificar. La ansiedad digamos que es una preparación para salir corriendo; tiene que ver con la culpa, el miedo, la frustración, la ira e incluso la sorpresa. Cuando sientes ansiedad no es otra cosa que tu cuerpo se prepara para una situación hostil, (la cuál tiene su sentido en épocas pasadas cuando el hombre se enfrentaba a animales más poderosos que él), y nos llena de energía para escapar de ella. En la actualidad se ha convertido en una respuesta mental y física a los peligros de la sociedad moderna. La causa es el estrés, la preocupación y los temores.


He pasado de puntillas por las anteriores porque de las que quiero realmente hablar son: la alegría, la tristeza y también de la preocupación, que es para mí la más cruel de las emociones.


La alegría surge con la consecución de un objetivo o la ausencia de pesares y preocupaciones. Una serie de sustancias segrega nuestro cuerpo para lograr la repetición en momentos futuros de esta emoción. Es la que buscamos continuamente y la más usada en redes sociales (hasta el punto de mostrar lo que nos apasiona comer, los viajes que hacemos y todo lo que nos causa felicidad o placer). Parece aburrido que alguien exprese su tristeza y lo apartamos como si fuera un apestado. Y aquí viene cuando hablo de esa denostada y odiada emoción: la tristeza. 


No podemos obviar que entre toda esta idiosincrasia hedonista que casi todos poseemos, existen acontecimientos tristes que nos llevarán a este estado y que, por más que intentemos escapar, nos van a detener y nos deberían servir para reflexionar e incluso disfrutar aún más cuando lleguen esos momentos de paz, tranquilidad y alegría que también nos procurará la existencia. 


Es la emoción de la aceptación y nos sume en una inactividad que hace que reflexionemos para, con el tiempo, llegar a superar ese acontecimiento que nos ha inmerso en ella. 


Evitar el sentimiento de tristeza es un error. No podemos pretender estar alegres días después de la pérdida de un ser querido o de una ruptura sentimental. No es natural y el primer paso es aceptar que la tristeza va a ser nuestra compañera durante un tiempo. Es la mala de la película, pero no olvidemos que sin malos, no hay filme. 


Voy a terminar hablando de la preocupación. De ella escribió Dale Carneguie, el precursor del marketing moderno e incluso del coaching que está tan de moda hoy. Este señor teorizó sobre todo esto hace más de 100 años.


La preocupación surge cuando sentimos dudas sobre el futuro. Es la mayor causa de dolor y desasosiego. La combinación de preocupación y futuro tiene el resultado más temible y bloqueante: la ansiedad (o mejor dicho los efectos que ésta causa a nivel físico y que son turbadores y en definitiva una tortura).


Voy a darte unas pautas de Carnegie para suavizar esta emoción que tanto molesta.


Debemos cerrar el pasado y el futuro para aferrarnos al presente. El ayer está muerto y el mañana aún no ha nacido. Hay que cuidar el futuro meditando, proyectando y preparándose, pero sin ansiedades.


Todos somos como relojes de arena. Al comenzar el día hay cientos de cosas que hacer pero, si no las tomamos una a una y hacemos que pasen por el día a su debido ritmo, como pasan los granos de arena por el estrecho cuello del reloj de arena, estamos destinados a destruir nuestra estructura física o mental.


La mitad de las preocupaciones vienen por tomar decisiones sin tener los datos suficientes en qué basarlas. Debemos mantener nuestras emociones al margen de nuestros pensamientos y tratar los hechos de un modo imparcial y objetivo.

Este es para mí el mayor problema de la sociedad actual. La información que nos llega es interesada y sesgada. Los profesionales de la comunicación están pagados por los que mandan y los influencers (que no son periodistas) vierten opiniones sin saber lo que son los hechos o las noticias.



Recuerda lo que decíamos de la tristeza: es aceptación. Cuando aceptamos lo peor y ya no tenemos nada que perder (por este motivo personalmente no veo la tristeza como una enemiga), la preocupación se diluye suavemente. Es como la canción de Gabinete Caligari que en su estribillo dice “Querida tristeza /De ti me he enamorao /Y ya he dejao de ser/Un pobre desgraciao/A tu lao”.



Después de aceptar lo peor que nos puede pasar solo quedan dos opciones: si no tiene remedio (como la muerte de un ser querido), debemos aguantar estoicamente la tormenta; si tiene arreglo, podemos trabajar y ocuparnos del asunto para minimizar los daños.


Hace tiempo leí -no sé dónde-, que el noventa porciento de las cosas que tenemos son agradables y el diez porciento son penurias. Qué fácil es perderse en esas pequeñas cosas que nos desagradan y nos angustian porque las exageramos, y no darnos cuenta de esas que todos tenemos y nos hacen sentir bien…

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