CRONOPIOS. El jardín de Epicuro, por Rafael Hortal



¿Quién era “Yudi Jaitakers”? Ese era el nombre que se escuchó por los altavoces de la cafetería para que la clienta fuese a recoger su pedido. Todos miraron hacia el mostrador ante un apellido que sonaba a actriz extranjera. Ella se levantó pausadamente y recogió su café para llevar, sabiéndose centro de todas las miradas. Al girar el cuerpo, su larga melena pelirroja flotó en el aire como a cámara lenta mientras cruzaba su mirada con el hombre sentado junto a la puerta, sonriéndole al pasar y regalándole su agradable fragancia. Él, absorto, la siguió con la mirada mientras cruzaba la avenida y entraba en un edificio de oficinas. Esa noche no pudo dejar de pensar en ella ¿Qué tenía esa elegante mujer para atraerle de esa manera en sólo unos segundos? En su sueño, ella caminó majestuosamente durante toda la noche con los zapatos de tacón tan rojos como su pelo ardiente.

Al día siguiente volvió a la misma hora, confiando en su suerte y esperó impaciente a que se sentara. Se acercó a la mesa.

—Buenos días. ¿Puedo sentarme aquí? —le dijo inseguro.

—Claro que sí, Ulises —respondió ella con una espléndida sonrisa.

—¿Me conoces? —preguntó aturdido.

—Fuimos juntos al colegio, soy Ada… Ada Martínez. Sé que ahora eres un famoso crítico gastronómico.

—No puede ser… quiero decir que has cambiado totalmente.

Ulises recordó aquellos besos clandestinos en el patio del colegio de Primaria y no pudo resistirse a recorrer su cuerpo con la mirada; entre la abertura del abrigo, unas esbeltas piernas cruzadas se escapaban de la minifalda. El paso del tiempo había cincelado una bella escultura de piel blanca y una personalidad tan robusta como el mármol de la Venus De Milo. Lo que más le atraía de ella en el colegio era su seguridad para tomar decisiones, recordó su iniciativa para besarlo y juguetear con su asustado pene. Ulises dio un salto en el tiempo, un salto de 25 años sin información, que trató de rellenar. Tras ponerse al día sobre sus situaciones familiares y trabajos, hablaron de gastronomía:

—Suelo leer tus recomendaciones de los mejores restaurantes de Madrid, pero hay uno que no conoces: El Jardín de Epicuro.

—Epicuro. ¿El filósofo griego que hablaba del refinamiento del placer de la gastronomía?

—Sí. De todos los placeres. Era un gran hedonista, como yo… Además, soy pansexual. —Lo miró con picardía.

—¿Todos los placeres? Siempre tuve la certeza de que eras muy lista… y morena. Je,je,je.

—Hay que renovarse en fondo y forma, igual que se renuevan las células de nuestro cuerpo.

—Me encantaría retomar la amistad de nuestra adolescencia. He aprendido mucho gracias a tu cursillo de iniciación. —Ella se rio, sabía que se estaba refiriendo al conocimiento de la sexualidad.


Reencuentro con-sentidos, de Álvaro Peña


Esa misma noche fueron a una galería de arte que lucía una colección de dibujos eróticos de Apollonia Saintclair. “El jardín de Epicuro” era como llamaban a una cena clandestina a la que sólo tenían acceso los miembros de un selecto club del que Ada formaba parte. El sótano de la galería estaba iluminado por velas con olor a la vagina de Gwyneth Paltrow, como aseguraba un cartel con la foto de la actriz; había ocho mesas, sonaba lo último de Sigur Rós, con esa resonancia etérea que creaba un agradable clima de intriga. Dos amables maîtres: un chico y una chica, les sirvieron una copa de Moët & Chandon Ice. Iban muy elegantes, totalmente de negro con una pajarita al cuello, con chaqueta, sin camisa los dos; él, con pantalones; ella, con minifalda. Indicaron a todos los comensales que debían elegir un primer plato solamente, que después volverían a tomar nota. Ulises eligió solomillo con salsa de trufa; y Ada, magret de pato. En la carta para elegir el segundo plato, leyeron: Felación con nata, Cunnilingus al zumo de fresa, Misionero sobre mesa, 69 andante, y una gran variedad de “recetas”. Pidieron un “Perrito anal sobre silla”. Los camareros comenzaron a desnudarse con el sugerente ritmo de Bajofondo Tango Club, dejándose sólo las pajaritas. Follaron amorosamente delante de ellos. Así lo siguieron haciendo cambiando de postura según el pedido de cada comensal. Eran unos profesionales del contorsionismo, que alternaron las posturas del Kamasutra y los de I Modi con la danza erótica más sugerente. Algunos clientes se acercaron para ver mejor los gestos de placer, sus gemidos calentaron a todos.

—¿Qué te ha parecido? ¿Te has quedado con hambre? —dijo Ada con picardía.

—Tengo el apetito muy elevado. ¿Vamos a tu casa o a la mía?

—Mejor al hotel de la esquina. —Le enseñó la llave.

No tardaron en abrazarse y besarse bajo el agua de la ducha, los besos pasionales no tenían nada que ver con los de la adolescencia, tan castos y experimentales.

(Continuará)

Comentarios

  1. Intrigado...
    Deseando de leer cómo continuará...

    (También me ha gustado mucho el dibujo de Álvaro Peña.)

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  2. Gracias. Espero recibir ideas por privado para continuar el relato... todo es posible.

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  3. Impresionante, el relato (espero la continuación), y la obra de Álvaro Peña.

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