MINUETO, La apuesta, por José Antonio Molina

 



Con cierta parsimonia había aplicado la hoja de la navaja sobre la punta de las tres balas, marcando una cruz en cada extremo del proyectil para potenciar el efecto de la detonación. Las insertó en tres de los seis huecos del tambor y lo puso en posición de disparo para hacerlo girar, como quien lleva a cabo un ritual, tentando a la suerte. Asió el revolver y lo dirigió a la sien, cerró los ojos respirando aceleradamente. Y apretó el gatillo. Durante los segundos que siguieron no podía decir si el arma había detonado, su corazón latía con tanta fuerza que bien hubiera podido salir la bala y no se habría dado cuenta de ello. Se preguntaba si realmente había ocurrido. Notó un latigazo en la cabeza. La presión del cañón era tan fuerte... Había apretado el gatillo. Sin embargo, no había habido detonación. Escuchó con una nitidez diamantina el click del percutor, pero este había golpeado en el vacío. 


Estaba arruinado, desahuciado, su casa embargada; abandonado por todos cuando se descubrió que había malvendido todo el patrimonio familiar; que había contraído préstamos cuyos intereses eran imposibles de pagar; que podía haber ido a la cárcel incluso después de haber firmado el despido voluntario de su empresa cuando no pudo explicar la desaparición de una cantidad importante de dinero. 


Desde joven siempre había apostado. Al salir del instituto chicas mayores le sonreían y le ponían en la mano un invitación que cubría la cantidad correspondiente a una primera apuesta para acudir a una casa de juego de agradables salones, a salvo de miradas indiscretas. Se había acostumbrado y había enlazado una apuesta con otra. Esta vez, la mala racha parecía no tener fin.


Apartado de todos, había tomado el revólver para jugarse a vida o muerte un último gran órdago, y apostar la sesos por desesperación. Si moría sería, sin duda, lo más sencillo. El golpe vacío del percutor lo despertó de aquel mal sueño. 

Por primera vez quiso vivir.

Comentarios

  1. Que lujo poder seguir leyendote y aprendiendo de ti, mi querido profesor y amigo. Fuerte abrazo.

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  2. Corto y bien escrito.

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