EL VERDE GABÁN. Muerte del torero, por Santiago Delgado




Si vas a Manzanares, y te quieres hacer, a la par, el agradable y el listo, vas y dices:

–Aquí fue donde murió el torero Ignacio Sánchez Mejías, ¿no?

–No –te contestan algo desabridamente–. Murió en Madrid. Aquí lo pilló el toro. Quiso irse.

Y se queda un silencio de cortar con navaja albaceteña, extraída de faja de gitano con patillas de hacha. Y te quedas como si fueras tú ese silencio cortado por la faca del Heredia de turno.

Ignacio Sánchez Mejías era, fue, un señorito sevillano de ciudad, que es más que señorito andaluz de campo. Y estaba maleao, muy maleao, por la intelectualidazzz de Madrizzz, hasta el punto de que él mismo se hizo intelectual. No quiso quedarse en el pueblo, a sanar con todo el verano por delante, hospitalizado. Él vivía mejor siendo crema en la crema del Madrid del 27, entreverado con las vacas sagradas del 14 y los dinosaurios del 98. Y despreció al pueblo manchego. 

Había ido a Manzanares de muy “mala hostia”, para sustituir a Domingo Ortega. Su propia cuadrilla había sido temporalmente disuelta por él mismo. La de Domingo Ortega, igualmente, aunque lo supo ya de camino a La Mancha. Cuando llegó se encontró con unos fulanos de saldo, sacados de un cuadro de Solana con perspectiva de oscura tarde borrascosa de pueblo. Total, que salió a enfrentar a “Granaíno”, el segundo, creo, con muchas nubes en la cabeza, nada apacibles. Ya en el tercio de muleta, recibió al morlaco, sentado en el escaloncillo. Al primer embiste, el cuerno izquierdo del astado le pasó rozando la chaquetilla. Al segundo, el toro, que prefirió ser bravo a ser noble y lelo, lo embistió sin cornearlo, y lo mandó, volteado, a tres o cuatro metros. Cuando, torpemente, cansado y fatalista, se levantaba, llegó de nuevo Granaíno, y lo empitonó en el muslo. Sepan sabios si fue uno u otro muslo. Y así, colgado de sus defensas, lo arrastró, mitad por el albero, mitad por el aire, hasta los centros del coso. Como para mostrar al respetable su trofeo. Gerión le había ganado el combate a Hércules. El mismo Ignacio dirigió la maniobra de los capotes de quienes acudieron al quite. Temple, sí que tuvo.  Enfermería, torniquete y empezó con su cantinela.

–Quiero irme a Madrid

Dicho y hecho, se tardó lo que se tardó en saber que la ambulancia llamada había sufrido avería en el trayecto a la plaza. Lo subieron a coche particular. A las cinco de la mañana, estaba en su Madrizzz. Dos días de recibir las egregias visitas esperables, y la gangrena, adquirida en el camino a la capital de España, adoquinado por Primo de Rivera, se lo llevó a los tentaderos eternos donde moran todos los toreros muertos. Había sido banderillero y novillero en México, Perú y España mucho más tiempo del esperado. Siempre fue el más moderno de la terna, pero el mayor en edad de los tres. 

–No debió volver a los ruedos –dice Andrés Amorós, su biógrafo.

Y, eso, que el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de Lorca, está hecho con la tinta de sangre del torero, sí; pero también con la fina hiel del honrado rencor de los manchegos de Manzanares. El resto, un silencio de niebla hendida por faca albaceteña.

–Quiso irse.





Comentarios

  1. Me ha gustado conocer la realidad, que tan literariamente has relatado, detrás de lo literario, con lo que tan bien la has conjugado. He sentido esas navajas albaceteñas cortando el aire y ese pitón clavándose en la carne de Sánchez Mejía. Fantástico.

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  2. "Quiso irse". Cómo retumban esas palabras...

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