Una mujer en el frente, libro de Alaine Polcz, reseña de Carmen María Pujante





Coincide el inminente primer aniversario de la guerra de Rusia contra Ucrania (hecho que se nos recuerda sin cesar estos días, por si nos habíamos anestesiado) con la visita de un amigo de Hungría. Como buen lector y traductor del italiano y del español al húngaro (y, claro, como buen amigo), cada vez que vuelve a Murcia me regala un libro que ha elegido muy a conciencia. Este viaje ha sido el turno de Una mujer en el frente, de Alaine Polcz (1922-2007), un libro de 1991 de considerable resonancia que publica Periférica en 2015 (traducido por Éva Cserháti y Carmina Fenollosa). En su portada podemos ver una imagen de la escritora a los dieciséis años, muy poco antes de vivir la experiencia que vamos a leer: su duro testimonio de la Segunda Guerra Mundial, acontecimiento que la aboca a un incesante


trasiego desde su Transilvania natal (hoy Rumanía). En esos momentos aquella era una compleja zona de fronteras (de hecho, aquellas, las de entonces, ya no son más las mismas): recién anexionada por Hungría, estaba siendo acosada por la Rusia de Stalin. La escritora confiesa en algunas de sus páginas que no sabe qué solución es mejor (o peor).

Porque este libro tiene algo de confesión o de diario, aunque en su origen no se tratara sino de una grabación para una amiga que, a pesar del horror, acabó sugiriéndole que lo convirtiera en libro. En principio, lo que buscaba Alaine Polcz era consolar a su amiga, inmersa en una crisis matrimonial, a través de su propio testimonio, para el que se remonta a cuando era una mujer de diecinueve años que, recién casada, vio estallar esa otra gran guerra. Así comienza el libro:

“La guerra no es fácil.

El matrimonio tampoco.

Voy a intentar contarte cómo fue todo, porque tengo que contarlo al menos una vez.”

Las dos primeras partes del libro giran en torno a esa experiencia de joven esposa: “La luna de miel” e “Idilio de refugiados” se desvelan, sin embargo, dos títulos irónicos, pues su marido mostró una rotunda indiferencia y una inconmensurable falta de respeto que se tradujo en enfermedades y otras desgracias. En uno de esos trágicos avatares bélicos el camino de ambos se bifurca, lo que se traduce en un giro de la historia contada: en el tercer capítulo, “El frente”, la escritora relata lo que vive en ese (no) lugar, que no es otra cosa que violencia física y sexual. El sabor más amargo no se desvanece aunque en el cuarto capítulo, “La paz”, parece que llega la calma y la aceptación, confirmada en la última parte, “Epílogo”. Se dirá “aceptación”, o hasta “reconocimiento” (palabra que la autora prefiere, según se lee en la página 219), porque uno de los detalles más sorprendentes de este libro es justamente el tono y la perspectiva desde la que narre Polcz, que por entonces casi alcanza los setenta años.

Predomina, más que la narración o el diálogo, la descripción de cuanto ve, oye, toca, huele o siente desde cierta asepsia, incluso cuando se esté ante una de tantas dolorosas escenas vividas en hospitales de guerra (donde colaboraba voluntariamente, a sabiendas de las consecuencias). No renuncia tampoco a contar otros detalles vividos por una mujer en el frente como es ella, por ejemplo, cuando tiene la menstruación y no puede lavarse, ni cambiarse, ni nada. Porque detalles como ese se cuentan en el libro, entre otros como es el sentir hambre, el desprenderse de las cosas de valor, el ayudar a la madre o a la suegra o a otras personas indefensas. Y, a pesar de todo, del dolor y las secuelas, no desfallecen las ganas de seguir estudiando, formándose, ayudando, como tampoco mueren otras necesidades como la de amar y ser amada: cuando hace pública esta historia lo hace como la persona que ha amado profundamente al hombre que fue su segundo marido, como la persona que es amiga de intelectuales a los que admiraba en aquella triste época de juventud. Con esta reflexión final aporta su balance:

“Ahora, cincuenta años más tarde, cuando las dictaduras también agonizan y Transilvania de nuevo está viviendo una etapa dolorosa, veo mi matrimonio de guerra como un fresco privado pintado en el muro de la historia mundial.”

Una acaba dudando terriblemente de si puede permitirse hablar del papel “sanador” de quien escribe y de quien lee estos testimonios, pero de lo que no duda es de que libros como este, que vienen de otro tiempo y de otro lugar, parecen escritos para el aquí y el ahora, para que no olvidemos que otra guerra empezó hace casi un año, que en su aparente lejanía hay otras personas que viven en el frente y que, a veces, tenemos miedo de lo que pueda volver a pasar.



Comentarios