EL VERDE GABÁN: El hidalgo de la sonrisa perdida (II), por Santiago Delgado


Dicen que en Italia sí sonrió el hidalgo. Conoció escritores, y tuvo amores. En Nápoles conoce a quien él mismo, en El Viaje del Parnaso, llama Silena. Promontorio llamóse el vástago, y fue soldado y jesuita. Luego, ya casado, tiene, espuria también, a Isabel, que tan mal se llevó con las hermanas del escritor. Pero abandona sonrisas, y se embarca para Lepanto. Pone su biografía, así, un mentís sobre que su mano dormida sea debida a castigo judicial. No se alista a un manco para arcabucero de galera. En La Marquesa, enfermo, se asoma a la cubierta, y mientras prepara el arcabuz, un plomo turco acierta en su mano, que protegía, puesto que así lo requiere el proceso de carga, el mismo corazón del alcalaíno. Con la gloria de cuota que le corresponde, es llevado a Messina, convaleciente. Le salvan la mano, a cambio de inservible. Y con eso, parte a España, de vuelta. Lo hace por el norte, por huir de corsarios argelinos. Pero es inútil, la maldición de su sonrisa perdida le hace caer preso, cautivo. En los baños de Argel es confinado junto con los otros esclavos valiosos. Hasta cuatro veces es perdonado por el sanguinario homosexual Dali Mamí. Dicen las malas lenguas que el cautivo bajaba gregüescos y calzas, vuelto de espaldas, tras cada escapada vana, para evitar mutilaciones y otras torturas. Y que de ahí su aserto: “…por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Pero las buenas lenguas aseguran que no, que el pérfido argelino guardaba al cautivo esperando su venta le rindiera pingües beneficios. Pero, con todo, “… la verdad del cuento/ ay Señor de los Tormentos, / la saben la Lirio y Dios”. Quede así, perdido el asunto en el olvido, como la propia sonrisa del hidalgo. (Continuerá)






 

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