PUNTO DE FUGA. Desarraigo, por Charo Guarino



 
Un viejo amigo me decía hace décadas que para él los objetos no tenían ningún valor, que lo que le importaba eran las personas. Yo encuentro una enorme dificultad para desligar a aquellas de las cosas y lugares que me las rememoran, valiosísimas para mí como símbolos y reclamos del recuerdo y la memoria.

Cierto es que no podemos retener para siempre el vínculo con todo lo que hemos vivido, ni tampoco es desde luego sano pretenderlo. Y además hay ciertos recuerdos que quizá no merezca la pena conservar, y puede que en la resistencia a olvidarlos haya algo de enfermizo.

Muchas de las personas que me quieren me insisten en la necesidad de que me desprenda para permitir que entre aire nuevo que refresque y limpie el ambiente (metafóricamente). Y otra vez estoy en esas. Sería más práctico entrar con una excavadora y arramblar con todo sin detenerse a mirar, pero me resulta imposible. Siento que de ese modo perdería parte de mi propia esencia, de este palimpsesto que soy (y somos), y se apodera de mí el vértigo ante la idea, así que me toca revisar cosa por cosa, de una en una, antes de condenarla y liberarme o absolverla y condenarme.

A menudo me planteo que el día que yo falte dejaré a mi hija una ingrata y ardua tarea, que tal vez ella resuelva sin tanto miramiento. O podría ser por el contrario que algún familiar o amigo encuentre algo que le resulte valioso entre esta montaña informe y variopinta, cualquier cosa que sea. Y empiezo a novelar en mi mente las infinitas posibilidades de las que privaría a cualquiera de los objetos o documentos que me salen al paso mientras intento desbrozar la selva que amenaza con devorarme o echarme de casa adueñándose por completo del espacio.

Es complicado abordar esta labor permanentemente inconclusa e interrupta, porque remueve muchas emociones en mi interior.  Así que aquí me hallo, inmersa en la lucha constante por deshacerme de aquello que al mismo tiempo me resulta grato encontrarme al paso alguna vez y a lo que por lo tanto me aferro como el árbol que siente sus raíces en peligro.
Puede que esta confesión sea materia para un psicoanalista, pero estoy segura de que habrá quienes se sientan identificados conmigo aunque sea mínimamente —tengo por rasgo femenino, tal vez érroneamente, este empeño en aferrarse a lo que fue— y, como yo, no sepan cómo lidiar, si son también docentes, con exámenes, apuntes de clase o trabajos de alumnos de hace decenios, planes de estudios caducos, guías docentes, permisos, cartas, certificados, borradores de ponencias… o, se dediquen a lo que quiera que se dediquen, con billetes de avión, entradas a cines o a museos, planos de metro de lugares turísticos, mapas de ciudades visitadas, cuentas de restaurantes, tickets de compras, folletos varios, informes médicos, cartas de antiguos amores y amigos a los que tal vez hace mucho dejaron de frecuentar, periódicos o recortes de prensa amarillentos por la pátina del tiempo, multas y recibos pagados, presupuestos y facturas, garantías de aparatos que dejaron de funcionar y en algunos casos aún conservan, alguna fotografía que de repente rescata fugazmente un instante y nos lo devuelve intacto…

Entre casuística tan variada anoche di con un examen de griego de la época en que cursaba bachillerato: está fechado en el mes de febrero del 85. Junto a él, un plano de Madrid de principios de los 90, cuando el mundo que me aguardaba más allá del ámbito familiar era aún un dulce anhelo orlado por el irresistible imán de lo desconocido, y todo eran proyectos y sueños por cumplir; un dibujo de mi hija o una carta a los Reyes Magos, sus primeras fichas de preescolar, los apuntes del instituto que han resistido el filtro de sucesivas “limpiezas” previas, una nota de la maestra pidiendo permiso para una excursión, una invitación por su quinto cumpleaños, una postal de Pepa y Ernesto, palabras manuscritas de mi madre… Tesoros de los que me privaría si cerrara los ojos y dijera adiós a todo, como un día habré de hacer sin más remedio, pero de los que por el momento no quiero deshacerme. Decidida no obstante a poner freno al avance de este frente imparable me visto de verdugo y prosigo con la escabechina, afinando el criterio. Sálvese quien pueda...




Comentarios

  1. Yo avanzo cada vez más rápido a desprenderme de las cosas, que, misteriosamente, trocaron en efímeras.

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  2. Ay, a mí me sucede lo mismo. Me cuesta mucho desprenderme de los objetos pues cada uno guarda su pequeña memoria.Sin embargo, me he propuesto realizar una limpieza sin sentimentalismos. No sé si seré capaz de llevarlaa cabo.

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  3. Yo necesito las cosas y lo que me rememoran porque para mi van ligadas por un pegamento invisible para los ojos pero no para mi corazón y razón.

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