PASADO DE ROSCA: Citas no tan a ciegas, por Bernar Freiría



Vamos a citar a los maestros. Decía el recién fallecido Javier Marías: “una cosa es por qué empieza uno a escribir, otra cosa es por qué sigue escribiendo y otra por qué sigo escribiendo ahora. A veces me lo pregunto y descubro con sorpresa y horror que, cuanto más escribo, tengo la sensación de que menos sé hacerlo. Y, ¿por qué lo sigo haciendo? No lo sé muy bien. Terminaba diciendo en esa especie de carta, que a veces tengo la sensación de que me parezco cada vez más al título de un artículo muy antiguo que hice sobre un actor que era: El hombre que parecía no querer nada. Y hago hincapié en la palabra parecía; evidentemente, algo quiero si sigo escribiendo. Pero quiero escribir, simplemente, más, supongo, todavía quiero escribir más. Y por esa misma razón creo que titulé ese texto: Por no bajar la persiana todavía”.

Creo que me pasa un poco los mismo. Pasado el entusiasmo juvenil —sea cual sea la edad a la que uno lo experimenta— que lo empuja a uno a escribir porque cree que tiene algo que decir y el deseo irreprimible de hacerlo, la escritura se parece más a un hábito. En mi caso escribo porque tengo la costumbre de hacerlo y porque nada ordena mis días como ponerme delante del teclado y la pantalla para tratar de crear en cada jornada una pequeña parcela de un mundo que solo ve la luz cuando yo lo imagino. Ya no me planteo si mi escritura es original, o si ese mundo que voy creando día a día es habitable y merece ser habitado por algún lector. Ya ni siquiera pretendo que lo que hago sea literatura, ya que cada vez sé menos lo que es la literatura. Muchas veces busco la literatura en los relatos que han escrito los maestros —cada vez me interesan menos las novedades literarias— y otras veces la encuentro sin buscarla, como me ocurre con Thomas Pynchon al que leo sin brújula ni sextante en sus abigarrados escritos.

Pero sigamos con los maestros. Decía Antonio Muñoz Molina: “La literatura es soledad, o conversación muy privada. La vida literaria es compañía y tumulto. El escritor en su trabajo está tan gustosamente solo como el lector en su deleite. En la vida literaria se convierte en actor, y peor aún, en miembro de una cofradía, de una pandilla, de un grupo. A Simone Weil, tan apasionada defensora de la igualdad y la justicia, le provocaba rechazo cualquier frase que empezara por la primera persona del plural. Cuando alguien habla delante de mí en primera persona del plural siento instintivamente el deseo de ponerme a salvo o de quedarme fuera. Y no hay primera persona del plural que me despierte más incomodidad y extrañeza que la que empieza con “los escritores”, y hasta con “todos los escritores”: “todos los escritores fuimos embusteros de niños”, por ejemplo; los escritores somos esto, o lo otro. Yo no soy quién para hablar o escribir en nombre de nadie.

Siempre he huido de las pertenencias colectivas, más todavía cuando se exhiben en público. Desconfío de la facilidad con la que puede caer en la prepotencia quien se ve a sí mismo en una tarima delante de una sala llena de gente favorable: la tentación de la ocurrencia, el chiste seguro que ya ha funcionado otras veces, las competiciones de ingenio y de presunta agudeza con los colegas de mesa redonda, la calderilla de las anécdotas y las citas espurias. Mucho antes de lo que parece, el halago y el hábito de la exposición pública lo convierte a uno en algo peor que un personaje o un impostor: en un farsante. Uno puede estar tan ocupado siendo escritor que no le quede tiempo para escribir; tan sumergido en la vida literaria que no le queda calma suficiente para fijarse en la vida.”

Suscribo letra a letra los textos de ambos maestros y sigo queriendo ser escritor, o sea alguien que escribe porque no le ha llegado el momento de bajar la persiana. Y, desde luego, ajeno a la “vida literaria” que sé muy bien lo que es aunque siga sin saber muy bien qué es la literatura a secas.






Comentarios

  1. "No te preguntes por qué escribes: nunca lo sabrás" (mientras tanto, sí nos es dado saber para qué escribirmos)

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  2. No es poco que sepas que quieres escribir, o sea, ser escritor. El hacer hace el ser.

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  3. Comparto la adicción, y la sensación de deleite por estar solo frente al papel, creando. Me parece una reflexión muy honesta, sobre todo cuando uno reconoce la tentacion de caer en la pedantería y la adiccion al alago.

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