CRONOPIOS. La mujer de las pieles, por Rafael Hortal


 


La noticia de que una misteriosa mujer con abrigo en pleno verano, aparecía y desaparecía en el entorno del Mar Menor, corría por las redes sociales a la velocidad de la luz; yo nunca la había visto pero me intrigó que todo el mundo hablara de ello. Mi curiosidad periodística, aunque ya jubilado, me hizo investigar. Tenía la intuición de que sería una buena historia.

Todo comenzó cuando este verano, tomando una cerveza en El Chinguirito de Los Narejos, escuché una conversación distendida entre la camarera y un agricultor de la zona que afirmaba que una mujer le amenazó con darle unos latigazos si no dejaba de echar fertilizantes en sus campos, porque los nitratos terminarían en el mar. La describió como alta, de piel blanca y larga melena pelirroja. Otros testigos me contaron que se parecía a la mujer rusa de la leyenda, que murió asesinada en la isla del Barón en 1890. Su fantasma paseaba de noche por la isla y se bañaba desnuda ante el asombro de los pescadores que fueron relatando la leyenda de boca en boca. En la actualidad se pueden encontrar escritas varias versiones de la leyenda: unos la describen paseando triste, otros a caballo, pero todos coinciden en que era muy guapa e iba desnuda. La investigación me llevó a la casa—museo del Barón de Benifayó en San Pedro del Pinatar. Efectivamente, el Barón existió, era un mujeriego y contrabandista de telas italianas por diversión. Me aseguraron muy seriamente que en la actualidad su espectro aún se manifiesta en el museo, con efectos paranormales imposibles de justificar científicamente. La mujer que llamaban la rusa era una bailarina argelina, que se casó con el ruso Selavin que compró la casa del Barón de Benifayó, y murió ahogada con su pañuelo como le sucediera años después a Isadora Duncan; será casualidad, pero Isadora estaba casada con un ruso cuando murió ahorcada en su descapotable porque el fular se enganchó en la rueda.


Aquí comienza lo sorprendente: cuando murió el ruso, la casa fue expoliada por ladrones que buscaban un cuadro del taller de Rafael fechado en 1510, también se llevaron libros de su extensa biblioteca, como el que llegó a mis manos de forma anónima, aunque creo que fue a través de un descendiente de uno de los hijos no reconocidos por el Barón. El libro es la primera edición de “Venus im pelz” (La Venus de las pieles), de 1870, escrito en alemán por el austriaco Leopold von Sacher-Masoch, que acuñó para la Historia el término de sadomasoquismo. Lo asombroso son las anotaciones y dibujos fetichistas que guardaron entre las páginas del libro. No hay lugar a dudas de que el ruso Selavin y su esposa interpretaron la historia de la novela como un juego morboso que les alegró el matrimonio. Como los personajes de la novela, también firmaron un contrato con las normas de sus juegos sado masoquistas. Él se haría pasar por su sirviente y ella lo maltrataría duramente en privado, y también lo humillaría en público cuando viajaran a algún país donde nadie los conociera. En los dibujos se le ve a ella con un abrigo entreabierto, debajo sólo lleva un cinturón muy ancho de cuero negro y unos botines de tacón; él, desnudo con un collar de perro, está postrado a sus pies. Tenían una relación amorosa basada en el placer del sufrimiento.

Ya lo tenía todo claro: El espectro del Barón sigue jugueteando por el museo, pero la rusa era argelina y él no la había matado, pero entendí cómo surgió la leyenda para asustar a los navegantes y que no se acercaran a la cala de los contrabandistas en la isla, así podían trabajar tranquilos, pero… una noche paseando por la arena, creí ver a lo lejos a una mujer que se desprendía del abrigo y quedaba desnuda. Será que me ha influido la historia -pensé-. Seguí caminando y me pareció ver cómo la mujer de larga melena pelirroja, pisoteaba con sus botines de tacón a un hombre en el suelo, escuché el chasquido de un látigo y corrí para socorrerlo. Le agarré el brazo a la mujer que me miró extrañada.¡Corten! ¿Pero de dónde ha salido este? -gritó el director enfadado.
Perdón, perdón -dije aturdido-. No sabía…
A ver, los de seguridad: tenéis que controlar el perímetro de rodaje ¡Joder!

La cosa no podía acabar así. Me aclararon que estaban rodando un videoclip con la famosa canción de “Venus in Fours”, con escenas de fetichismo gore, y que el equipo de marketing había creado la expectación días atrás, provocando apariciones de la actriz chasqueando el látigo y despojándose del abrigo para nadar desnuda hacia la isla.

Me marché tarareando la canción de Lou Reed con The Velvet Underground: “Botas de cuero brillantes, prueba el látigo, del amor profundo, golpea querida señora, y cura su corazón”.

   

Ilustración de Cristina Franco Roda (@MENGANITAdecual) 

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