EL ARCO DE ODISEO, Hachiko. Japón, por Marcos Muelas







Dicen que a quien madruga Dios le ayuda. Y parece que el refrán es cierto, al menos si quieres llegar el primero, o en nuestro caso, disfrutar de lugares especialmente turísticos evitando las abrumadoras masas. En esta ocasión, acudimos al cruce de Shibuya, ya sabéis, los famosos pasos de cebra por los que se asegura cruzan dos millones de personas al día. Y como la experiencia estaba de nuestro lado, pues no era nuestra primera visita al país nipón, decidimos acudir en esta ocasión a las seis de la mañana.

Nuestro madrugón tuvo su recompensa, quizá sea verdad lo del refrán. El cruce, a esas horas, estaba tan vacío como cualquier película post apocalíptica que se precie. Incluso nos topamos con algunos “zombies” incapaces de reconocer que la noche había tocado su fin y los locales de marcha estaban ya cerrados. Estos seres encantadores (y algo achispados) muy amablemente se prestaron a hacernos las fotos que tanto ansiábamos. Fuera de lo esperado, las imágenes captadas resultaron inmejorables y tras unos sentidos “arigato” y sus respectivas reverencias, continuamos con nuestra misión.

Lo que verdaderamente buscábamos era hacernos una foto con la estatua del perro más famoso del mundo, Hachiko. Para nosotros era una parada imprescindible, ya que en la anterior ocasión la cola para fotografiarse con él era larga y tuvimos que conformarnos con un selfie medio borroso, realizado a toda prisa.

En esta ocasión estábamos a solas y aprovechamos para obsequiarnos con un extenso reportaje fotográfico con el fiel can. Al terminar, pude examinar la estatua con tranquilidad. Sus patas de bronce presentaban la misma apariencia descolorida que el famoso pecho derecho de la estatua de Julieta en Verona. Esto es debido al continuo desgaste producido por las manos de los turistas año tras año.

Hachiko, cada día acompañaba a su padre humano hasta la estación y allí lo esperaba paciente, hasta su regreso. Un fatídico día, su amado compañero, durante su jornada de trabajo, falleció y nunca más regresó. Sin conocimiento de estos hechos, Hachiko lo esperó sin descanso en el mismo lugar. Pasaron los años, casi diez, y hasta el día de su muerte, el can esperó a su dueño día tras día.

En 1936 la prefectura de Shibuya decidió rendir homenaje a la dedicación del querido can, convertido en toda una institución nacional y símbolo de fidelidad eterna. Para ello se encargó a Teru Ando, un famoso escultor, la construcción de una estatua de bronce que reprodujera a Hachiko. Incluso el mismo Hachiko estuvo presente en la inauguración de la obra.

Sin embargo, pocos conocen que la actual estatua no es la original. La primera tuvo que ser retirada durante la Segunda Guerra Mundial en el marco de los esfuerzos de las autoridades niponas por recopilar todo el metal disponible en el país para producir armas.

Contemplándola sentí una mezcla de ternura, profunda pena y curiosidad. ¿Cómo habría acabado la estatua original del noble Hachiko? ¿Sería reciclada para acabar convertida en munición destinada a matar marines americanos? Quizá terminó convertida en brillantes medallas que colgarían en uniformes de criminales de guerra. Prefiero no pensar demasiado en ello.

Tras el final de la guerra, Takeshi Ando, hijo del escultor original, fue el encargado de recrear la actual estatua de Hachiko que todos conocemos hoy. Quién sabe, hasta es posible que para confeccionar la actual se utilizarán cañones de barcos o incluso metralla producto de los incansables bombardeos americanos.

¿Cómo es posible que Hachiko quedara reducido a esto? Una vez más, la acción humana había manchado un símbolo de nobleza, convirtiéndolo en un arma contra sus semejantes.

Japón sufrió incontables bombardeos e incendios durante la guerra quedando por ello arrasadas la mayor parte de sus ciudades. Pocos años después, con mucho esfuerzo, las ciudades volvieron a levantarse y los espectaculares templos fueron reconstruidos, devolviendo el equilibrio perdido. Ochenta años después, a pesar de la vergüenza de actos pasados que siguen pesando en las memorias niponas, aún queda esperanza.

Comentarios

  1. Le saqué brillo a Julieta, me gustaría sacárselo a Hachico

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