MINUETO, La avispa, por José Antonio Molina





Hyago, mi vecino de todo la vida, se ha transformado en avispa. Semejante acontecimiento ha ocurrido lenta y gradualmente, de manera casi imperceptible, razón por la cual muchos de los conocidos, familiares y compañeros de mi desgraciado amigo no han querido darse cuenta de tan admirable metamorfosis. No se presentó de la noche a la mañana transformado en insecto, desgraciadamente para él, pues ante una visión tan radicalmente diferente hubieran sido mayores los intentos por curarle. Hyago fue cambiando poco a poco, de suerte tal que todos fueron acostumbrándose a las leves variaciones que solo ante los ojos preocupados y solícitos de un buen amigo que le quería, como yo, anunciaban su nueva y atroz apariencia.


Hyago sufría de sueños inquietos y recurrentes de los que a la mañana siguiente no solía hablar quizá porque no los recordara, aunque le dejaban una mirada llena de inquietud y preocupación. Ya entonces empezó a desarrollar obsesiones fijas y permanentes que le llevaban a atacar ferozmente aquello que le disgustaba o por lo que se sentía amenazado y a proclamarse un ser solitario capaz de alzarse sobre todo y por encima de todos, sin disimular el odio que profesaba a cuantos, de repente, detestaba llamándoles alimañas y parásitos dañinos, tan indignos de respirar el mismo aire que a ninguno habría de sorprender que alguien les aguijoneara con una jeringuilla envenenada.

Estos lentos pero claramente significativos cambios de humor y hábitos sociales vinieron acompañados por una torpeza de movimientos que denotaban modificaciones profundas en su aparato locomotor. Descubrí en su espalda un extraño tejido de membranas que adquirían forma de alas de las que algunos incautos decían que no eran más que adornos tatuados. Cuando hice partícipe de mis preocupaciones a la pequeña comunidad de amigos que teníamos, ninguno pudo dar explicaciones a los cambios evidentes de su espalda torcida ni de su abdomen hinchado, y despacharon el asunto atribuyéndolo a causas perfectamente naturales como la artritis, la retención de líquidos o simplemente a un exceso de suspicacia por mi parte, provocando mis protestas no pocas burlas. Finalmente los rasgos de Hyago se fueron haciendo afiliados. Un color dorado tiñó manos y rostro. Los encuentros con él cesaron definitivamente, casi nadie sabe ahora dónde va Hyago y solo se le ha visto a horas intempestivas introducir penosamente su doblada espalda a través del umbral cerrando tras de sí con un sonoro portazo.





Comentarios

  1. Me ha en cantado esta versión kafkiana especialmente sobre la amistad. Con el tiempo vemos trasformaciones de amigos, intentas no juzgarlos, pero se hace necesario tomar distancias por su carga dañina. A veces el monstruo somos nosotros. El final ha sido muy gráfico, me ha parecido ver al personaje deslizarse con su monstruo aspecto entre las sombras. Aunque creo que encontraría su sitio entre criaturas de su naturaleza. Un texto delicioso, gracias.

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  2. Relato inquietante - las metamorfosis siempre lo son-, que hace reflexionar sobre lo que pasa a nuestro alrededor, que no nos gusta, y sobre lo que no podemoa hacer nada.
    Enhorabuena, J. Antonio🙋🏻‍♀️

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    1. Gracias por tus palabras, aunque alegórico es una crónica de nuestra época.

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