MINUETO. Banderas, por José Antonio Molina






Vuelven las banderas, como un día vuelven las golondrinas. Vuelven las banderas aunque no necesariamente victoriosas. También vuelven humilladas y ofendidas, profanadas y en llamas para morir como mártires en tiempos de Nerón, pero un ave Fénix es la bandera, siempre renace más fuerte. Las hay legales, ilegales, inventadas, portando colores ancestrales que llevaron un día al matadero a los padres de nuestros padres. Las hay decoradas con emblemas de otros tiempos, aves solitarias, tonos morados, estrellas azules, barras cruzadas. Hay gran variedad. Quien no tiene hoy una bandera, nada tiene. El cielo se llena de banderas, las portan miles de rostros anónimos que pierden conciencia de su triste condición cuando se extiende el privilegio de portar una bandera. Adiós pancartas, vulgares trapos de tela sintética, portadoras de palabras que nadie tiene tiempo de leer. Demos la bienvenida a las siempre recurrentes banderas que ahora no solo coronan los edificios oficiales, pues también se dejan ver en los balcones. Las fuerzas cósmicas de la existencia se materializan en las banderas. Si un dios se hace carne, los demonios de las regiones oscuras de la vida se hacen tela, pura tela de color y heráldica dispuesta a agitarse de un lado a otro en una danza hipnótica. La bandera es la flauta y el pueblo la cobra. Derecha o izquierda, las banderas nos dirán dónde ir. La luz es más rápida que el sonido, por eso los colores agitados golpean la vista como primeros heraldos que preceden a un grito, ese grito unánime de la masa enfervorizada que siempre sigue a una bandera. Esa onda que es el grito golpea con virulencia, las montañas redoblan su eco y muros más altos que los de Jericó caen. Diríase que el viento agitado por la mágica tela ha dado alas a tan terrible clamor.

Vuelven las banderas, como un día vuelven las golondrinas. Como nadie ve al abanderado pues solo se mira la bandera, nadie en repara en su condición de fantasma, o peor aún, de muerto viviente, de psicopompo, ese abanderado es el mismo que llevó años atrás al matadero a los padres de nuestros padres y años atrás a los padres de sus padres; hermano gemelo del flautista de Hamelin, célebre ladrón de niños. Es el mismo espectro de la muerte escondido y embozado bajo los colores de una bandera, quizá la misma bandera que finalmente, cuando haya descendido de los balcones, se posará sobre los féretros del porvenir. Que es vieja costumbre conocida ya por los padres de nuestros padres , y vocación de sudario tiene toda bandera.


Se marchan las banderas, como un día se marchan las golondrinas, dejando nada a su paso.

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